Por: César Dorado/
Su voz entonó historias que hicieron transcender toda una época de liberación ideológica, enmarcada en la riqueza de la nueva literatura latinoamericana, las protestas sociales y el amor por la crítica política. Desde el montaje de obras de teatro, composiciones musicales y poética, Oscar Chávez dejó una huella imborrable para la cultura mexicana, siendo uno de los artistas más destacados y comprometidos que ha tenido el país.
El hombre que inmortalizó aún más el pueblo de Macondo entre el tañido de guitarras y el ritmo del Nuevo Canto, desempeñó una labor importante como artistas y supo utilizar los elementos teatrales, cinematográficos, literarios y musicales para captar y apoyar los nuevos movimientos ideológicos que surgían en México a principios de 1960, siempre con una fuerte carga romántica y nostálgica, como en su famosa canción de “La Casita”, tema que critica a la clase política aburguesada del país de una manera sarcástica, detallando los lujos de los que viven rodeados bajo el compás de una guitarra ranchera.
Nacido en la colonia Portales, pero viviendo gran parte de su vida en Santa María la Ribera, Chávez se inclinó por las artes escénicas y comenzó a estudiar en la Escuela Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Una de sus actuaciones más representativas es en su papel de “El Estilos” en la película “Los Caifanes” (1967), actuación que le valió los premios cinematográficos La Diosa de Plata y El Heraldo.
Igualmente, su participación cultural se vio reflejada en la actuación y dirección de más de 200 programas de radio-teatro para Radio Universidad. Aprovechando su talento teatral y musical, aparte de su riqueza literaria, el artista creó una serie de tres discos donde recita poemas de Gilberto Owen, Sor Juana Inés de la Cruz, Amado Nervo y una farsa teatral de Emilio Carballido.
Sin embargo, a lo largo de toda su carrera profesional destacó su talento para la composición musical, pues fueron sus canciones con temas folclóricos y con una gran carga política, lo que lo catapultaron en la historia de la música mexicana y todo el panorama artístico de su generación.
Pero del Caifán Mayor no sólo es el arte y la creatividad, sino la solidaridad que mostró desde su trinchera a los levantamientos de jóvenes mexicanos que, en una nueva idea de liberación, sufrieron las represalias de un sistema intolerante, aquel mismo sistema que vivía en “La Casita”. Un ejemplo de ello son los temas dedicados a la masacre de 1968 en Tlatelolco, donde al ritmo de un corrido, sin temor de parecer cruel y con un discurso incómodo, retrató las balas, a los niños de 12 años, las mujeres en el piso, la unión de estudiantes con el pueblo y la “falacia de un gobierno”.
También, en una modificación creativa, su tema “La Llorona del estudiante” es clara evidencia de su compromiso al criticar el atentado del dos de octubre, con los nostálgicos sonidos de una marimba y una guitarra adolorida por la memoria.
Sus presentaciones en el Festival de la OTI, recitales en el Polyforum Cultural Siqueiros, el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, el Auditorio Nacional, su gran cantidad de conciertos en el Zócalo de la Ciudad de México y en varias ciudades de países como España, Cuba, Holanda, Argentina, Chile, Ecuador, entre otros, quedan guardadas en la memoria de todos aquellos que amaron y quedaron marcados por la obra del Caifán Mayor, aquel que jamás se irá, pues queda en sus canciones, su obras y su gran compromiso con el arte y con la sociedad.
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