El éxtasis de la vida teatral que lo impactó cuando tenía 8 o 9 años se mantiene diez décadas después. Ignacio López Tarso, nació en la colonia Aragón-La Villa, y su primer contacto lo maravilló, entonces vivía en Guadalajara. Hoy, el primer actor, mantiene su pasión por las obras griegas.
El histrión repite la historia que selló su vida: sus padres Alfonso López Bermúdez e Ignacia López Herrera, lo llevaron a una función de teatro de teatro de carpa. El escenario creó una realidad alterna que lo hipnotizó y maravilló.
A sus 90 años de edad, afirma con una mirada que se endurece en los recuerdos. “El teatro griego es en el que más se exige a los actores: emotividad, capacidad física e intelectual”.
“He participado en cuatro obras de teatro griego, pero hay más de cien que se podrían llevar a escena. De Shakespeare he interpretado cuatro o cinco personajes también.
“De Lope de Vega y Calderón, al igual que el teatro griego, hay que interpretarlos alguna vez si tienes tiempo y encuentras un empresario que quiera hacerlo. Me gustaría hacer más de ese teatro ”.
López Tarso no siempre ha sido actor, a los 19 años decidió viajar a Estados Unidos como bracero, de recolector en los campos de uva y naranja en California. Se fue “de pura aventura. Tenía unos vecinos, allá por mí casa, por La Villa, que llegaban con aparatos, carrazos, texanas y zapatos, de todo… Me dijeron vente a trabajar con nosotros. Y me fui. Pero a los pocos días me caí de un árbol y me partí la columna vertebral y estuve un año sin movimiento”.
Tras su recuperación quiso conocer al poeta Xavier Villaurrutia, y encontró en un diario que el también dramaturgo daba clases en el tercer piso del palacio de Bellas Artes y que él tenia la única escuela de teatro en México.
Solo dos años estudió López Tarso con Xavier Villaurrutia, pero con él aprendió actuación y su primer escenario fue el mismísimo Palacio de Bella Artes.
Cuenta: “Villaurrutia me dejó el respeto al teatro, al personaje, al público, al autor. En fin, eso aprendí de él.”
Mientras se preparaba para participar en la obra Aeroplanos, los recuerdos de López Tarso vuelan hacia otros maestros que influyeron en él al inicio de su carrera, “Salvador Novo, Celestino Orostiza, Fernando Wagner… El maestro de dicción Fernando Torre Lapham y también de Clementina Otero. De todos aprendí mucho.”
Se considera aún un aprendiz, “cada buen director con el que trabajas en teatro, en televisión o en cine, es un nuevo maestro, de esos nuevos maestros aprendo más. Salvador Garcini me ha estado dirigiendo las últimas obras y novelas. Con él, hace 20 años hice Rey Lear en el Centro Cultural de la UNAM”.
“Desde 1948, hace 67 años, he trabajado con los mejores directores de cine, teatro y televisión y todos son muy buenos maestros ¡Maestros!”.
Afirma que a los actores jóvenes”nada les hace falta”, ya que los hay y “muy bien preparados, y como en todas las épocas, hay buenos, regulares y malos. Los más preparados pronto darán muy buenos frutos y llegarán a ser famosos. El tiempo y la experiencia son importantes”.
Ignacio López Tarso, hace una pausa, detiene su voz, pero sus ojos parecen buscar en la memoria. Luego, añade que “el teatro Juan Ruíz de Alarcón es uno de los más bellos, tanto para el público como para los actores. Ahí hice La Tempestad de Shakespeare, dirigido por Garcini”.
Inmediatamente, retoma la entrevista y afirma que no cree en fetichismos, y que él antes de iniciar su actuación se enfrenta a la soledad del diálogo del personaje a encarnar. “Para eso es el camerino, para estar solo y pensar en tu personaje y en lo que vas a decir, a hacer dentro de pocos minutos en el escenario, es un trabajo personal, de memoria, de reconstrucción”.
Nos demuestra que para meterse en la piel de un personaje, es necesario “reconstruirlo todos los días” el actor es intérprete las 24 horas.
Mañana la tercer entrega de este encuentro con el multifasético Ignacio López Tarso.
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