Por: Oswaldo Rojas
¿Qué es lo realmente atractivo en los libros de Svetlana Alexiévich? La muestra exacerbada de lo profunda y compleja que resulta la psique humana cuando tiene que enfrentar pruebas hasta ese momento solo imaginarias. La reciente publicación en español de Los Muchachos de Zinc es la continuación de lo que la Nobel bielorrusa ya había mostrado en Voces de Chernóbil y La Guerra No Tiene Rostro de Mujer. Los tres títulos son muestra perfecta del genero inaugurado por ella con enorme destreza: la novela coral.
Los Muchachos de Zinc vuelve a reunir los testimonios de las víctimas, en este caso de aquellos que se vieron envueltos en la la guerra ruso-afgana (1978-1992), para contar la versión no oficial de los sucesos. Así, en contra de la moral de una sociedad que insistía en verse a sí misma como la más grande de todas se muestra lo costoso que resulta el intento de imposición de una nación a otra.
Con Alexiévich como guía asistimos a escenas que parecen sacadas de alguna película de guerra: un sol de 50º de temperatura, el cansancio en medio del desierto, la sed, la noción de ser un extranjero en tierra ajena, la ansiedad antes de un enfrentamiento y las emociones que se liberan tras el, el peso de las armas, la culpa de los soldados al regresar a sus hogares, la desesperación de esposas y madres, y la clara constatación de que falta un miembro de la familia en las mesas. Pero más importante son las confesiones de los soldados que reconocen haber sido parte de una maquinaria gubernamental que en nombre del comunismo soviético trató de imponer su cultura a Afganistán. Relatos que cuentan como a la llegada de las tropas rusas a “afgan” para repartir las tierras los lugareños apenas y les preguntaban que quién eran ellos para repartir la tierra dada por Alá.
>>Hay que partir de un hecho: somos animales y nuestra naturaleza bestial solo la cubre una finísima capa de cultura, de melindrerías. ¡Oh, Rilke! ¡Oh, Pushkin! La bestia sale a la superficie en un instante…En menos de una abrir y cerrar de ojos…Solo hace falta que temas por ti mismo, por tu vida. O que te hagas con el poder.>>
Este trabajo de Svetlana abunda en imágenes y situaciones. Cada una es tan rica en emociones que hacen preguntarse al lector sobre que tanto entiende sobre la guerra; lo confronta con lo aprendido de filmes, series y novelas bélicas. Es el testimonio de algo que solo aquellos que se han visto sumergidos pueden entender y contar.
Hábilmente la premio Nobel seleccionó aquellos testimonios que no solo cumplieran con las características anteriores; sino que colaboraran a sostener su tesis -defendida por ella ante un régimen gubernamental que intentó ocultar en su momento las muertes y el costo ético de la guerra- de que el comunismo fracaso por sus propias raíces revolucionarias. Tras recibir el Nobel Svetlana Alexiévich explicó en una entrevista en Bogota que ninguna revolución puede darse sin derramar sangre.
Por si fuera poco a lo anterior se va agregando declaración a declaración una dosis de existencialismo nacido de la tragedia. Y es que una de las constantes en los libros de la bielorrusa es el drama filosófico que cada uno de sus entrevistados confiesa. Es precisamente eso en lo que se basa su estilo: ella no cuenta la Historia, en su lugar se concentra en las historias individuales, la de cada ser humano y el aprendizaje que lo traumó.
No está de más decir que la autora tuvo que enfrentar varias demandas tras la publicación de Los Muchachos de Zinc. Tanto ex combatientes entrevistados como madres indignadas reclamaron la supuesta tergiversación realizada por Alexiévich a los testimonios. Demandas apoyadas -tras bambalinas- por la postura oficial de que Rusia jamás había perdido una guerra, de no haber sido invasores, ni de actuar de forma dictatorial.
Finalmente la autora salió bien parada de las demandas gracias a la libertad que involucra escribir. La libertad de prensa pues.
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