Por: César Hernández Dorado/
Algunos pies ya comienzan a arrastrarse por el desgaste de los años, esos mismos pies son los mismos que muchas veces pisaron salones donde se bailaba danzon al compás de los verdaderos ritmos latinoamericanos del son, el danzon y la cumbia. Y aunque están gastados, esos pies nunca se rinden, y siguen luciendo un bello zapato de tacón rojo y otro de charol que lo acompaña a la par de un vestido negro y una camisa forrada de flores, todo bajo la dirección orquestal de un perfume Chanel dulce.
El maquillaje es discreto, pero deja ver una boca roja con pocas arrugas y dientes completamente blancos, el peinado es brillante (aunque el pelo comienza a escasear) y los broches dorados, manchados por el uso y el pasaje del polvo, brillan porque, aunque pasen 100 años, cada baile y cada canción los hará brillar como la primera vez que se colgaron en ese saco carmesí.
Unos más jóvenes y otros tantos en silla de ruedas, pero sin importar las edades, esa noche sólo tuvo como objetivo unir al público mexicano con cien años de música cubana, con cien años de la Sonora Matancera, uniendo la melancolía de aquellos años jóvenes con la pasión de un presente.
“¡Oye Ramón, ponme una rola chingona de la Matancera!” se escuchó en el ambiente y se movían las esculturas del teatro Metropolitan. El Sonidero “La Changa”, quien esa noche se convertiría en el primer sonido en tocar en aquel recinto de estilo art deco, comenzaba con las mejoras canciones de “la mamá de los pollitos” porque “¿quién no ha bailado al mero ritmo de la matanceromanía?”
Una foto de la original Sonora Matancera aquella que, desde Matanzas, Cuba, escribió una historia con la sabrosura latina de la huaracha, iluminaba el centro del teatro. Sus integrantes originales posando en algún camerino del “Blanquita” y claro, Ramón Rojo, fiel acompañante que se encargo de no sólo poner las mejores canciones de la Matancera en su sonidero, sino convertirlo en un fenómeno musical y cultural, estaba en aquella foto.
Entre la melancolía y los recuerdos, salió Javier Vázquez-único integrante vivo de la agrupación- con ese ánimo caribeño que no sólo muestra en sus solos de piano inigualables, sino en la sonrisa y el brillo de los ojos que denotan la pasión viva por la música tropical.
Los silbidos comenzaban a aparecer demandando escuchar a la Sonora Matancera, se querían comenzar a quitar el frío con el viento cálido de las trompetas, la resonancia de las congas y la lucidez del piano, obviamente, el piano de Javier Vázquez, un piano que recorrió desde el Blues, el jazz y hasta el gospel para hacer solos frescos, solos de cien años que no se oxidan.
De repente “¡La Original Sonora Matancera!” apareció, elegante y brillante, como en aquellos años cabareteros en donde se le sacaba mucho brillo a la zuela de los zapatos con esas vueltas que las bailarinas te daban mientras te tomabas alguna “cuba” y sudabas tu mejor traje de noche.
Éxito tras éxito, todos aplaudían con júbilo, y entre la convivencia y la alegría de poder seguir sintiendo ese sonido entre las entrañas, en el escenario comenzó a aparecer la esencia de los grandes; Celio González, Daniel Santos, Alberto Beltrán, Celia Cruz y claro, la grandeza de Dámaso Pérez Prado, todos unidos bajo la armonía y el ritmo que vino de África para conquistar a toda Latinoamérica.
Aquella noche fueron 100 años de fuerza tropical que seguirá viviendo, porque a las nuevas generaciones-aunque nunca habrán conocido realmente lo que significa ser sonidero y ser un verdadero apasionado de la matanceromanía- ahí están, escuchado ese fenómeno que inició la Matancera, quizá por nostalgia de recordar a sus viejos o porque dedicaron alguna canción, pero ahí seguirá todo, porque la Matancera es sangre latina que vive en el ritmo de su música.
Ayer fue la noche, la noche en que la Original Sonora Matancera se plantó en el Teatro Metropólitan para decir ¡aquí estamos! aquí están 100 años de sonido tropical, porque no importa de donde vengas o quién seas, no importa que no seas guapo, porque siempre habrá un hierberito que te va a casar, no importa la tristeza, porque hasta la tristeza se sabe bailar con la Sonora Matancera.
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