Por: Redacción

La vida familiar de trabajadoras domésticas, niños y jóvenes originarios de Oaxaca que migraron a las zonas industrializadas de la Ciudad de México y Estados Unidos es plasmada por la licenciada Lidia Reyes Vázquez para revelar la vida cotidiana de una comunidad mixteca ubicada al interior de las urbes.

La egresada de la Licenciatura en Sociología de la Unidad Azcapotzalco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y el maestro Mario Paz Maldonado, alumno del Posgrado en Antropología de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), analizan mediante las historias de vida de cinco personas el fenómeno de la migración, sus repercusiones económicas y sociales en los pueblos originarios de México.

En su artículo “Qué lejos estoy del pueblo donde he nacido”, publicado en la revista Diarios del terruño. Reflexiones sobre migración y movilidad, señalan que los indígenas encontraron en la ciudad un nuevo nicho de desarrollo para mejorar su calidad de vida y que esto no ha significado un debilitamiento de sus tradiciones.

Abordan las trasformaciones y los vínculos generados entre los familiares que permanecen en sus lugares de origen con quienes se trasladaron a otros estados o países.

Aportan una breve historia del proceso de colonización que vivió nuestro país, el cual afirman sucedió de manera incompleta, pues “se obtuvo una independencia frente a la corona española, pero no se eliminó la estructura colonial interna, ya que los grupos de poder desde 1821 nunca han renunciado al proyecto civilizatorio de occidente, negando que vivimos en una sociedad multiétnica”.

Los autores precisan que en nuestro país existen 62 grupos lingüísticos con 367 variantes. En México, apuntan, más de 10 millones de personas pertenecen a alguno de los 62 pueblos originarios, lo que representa 10 por ciento de la población a nivel nacional, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI) del 2009.

La población indígena está distribuida en cerca de cuarenta mil localidades, veinte mil de ellas con alta concentración. Su presencia a lo largo de todo el territorio nacional se debe en parte a los pueblos indígenas migrantes originarios principalmente de Oaxaca, Chiapas, Veracruz, Yucatán, Puebla y México.

Reyes Vázquez y Paz Maldonado indican que la migración mixteca inició en 1900 y se agudizó hacia 1940. Resaltan que los movimientos oaxaqueños fueron una respuesta que los habitantes dieron a las adversas condiciones del medio físico para la agricultura. Por lo que, consideran, la migración es una respuesta a la deteriorada vida en el campo mexicano.

Acerca de la migración femenina especifican que se conformó por mujeres indígenas solteras que en su búsqueda de trabajo pasaron a formar parte del paisaje domestico de las casas de clase media urbana. Mientras que los hombres migraron hacia los Estados Unidos para insertarse en las zona agrícolas o en la industria de la construcción.

Dichas migraciones nacionales e internacionales obligaron a esos individuos a redefinir su pertenencia a la comunidad de la que provienen. Su rol en las estrategias de reproducción campesinas se volvió vital por convertirse en el sostén del ciclo agrícola familiar en el envío de remesas.

En el estudio contenido en el primer número de la revista editada por el Seminario en Estudios Multidisciplinarios sobre Migración Internacional (SEMMI) del Posgrado en Ciencias Sociales y Humanidades de la Unidad Cuajimalpa de la UAM, se muestra la coexistencia en las ciudades de sociedades plurales, inestables y no homogéneas.

Los autores subrayan que en el desarrollo de las relaciones sociales entre indígenas y no indígenas no se ha dado un sistema cultural integrado. A través de los relatos de sus entrevistados revelan la forma como los indígenas llevan su cotidianeidad sobre una base de discriminación y como una fuerza de trabajo barata.