Por María Manuela de la Rosa Aguilar
¿Qué sería de esta humanidad sin el legado de las generaciones que ya se han ido? Científicos, filósofos, pensadores, místicos, ingenieros, médicos, arquitectos… personajes inolvidables que nos dejaron lo que fueron, enseñanzas, un patrimonio que ha trascendido los siglos, como lo es el conocimiento, las experiencias, la tecnología, la manera de pensar, la perspectiva que se ha ido transformando, aunque no siempre para bien.
Y lo que dejaron a su paso por este mundo ha sido una lección permanente, donde aprendimos lo bueno, lo malo, lo conveniente o no. Paradigmas de la historia en la que un siglo es nada, pero muchos siglos tampoco lo son en la eternidad. Y ¿quién vive para una eternidad? La vida es demasiado corta para lograr trascender; y sin embargo, muchos lo han hecho. Gracias a ellos la humanidad cuenta con una mejor esperanza de vida, porque hay cura para miles de enfermedades que antes mataban irremediablemente a cualquiera.
Podemos ver como una persona de 30 años hace apenas unos siglos era ya una anciana, ahora está en la flor de la juventud; hoy gente de setenta años en total plenitud; aún así, no logramos ser conscientes de lo afortunados que hemos sido al vivir en este tiempo como herederos de muchas otras generaciones que nos precedieron.
A lo largo de la historia humana, las guerras se siguen sucediendo, los periodos de paz realmente han sido demasiado cortos y no rebasan los cincuenta años, porque sigue habiendo personajes oscuros cuya ambición desmedida los lleva a codiciar todo el poder y las riquezas del mundo. No hace mucho Hitler, el dictador por antonomasia, destruyó Europa y pretendía hacerlo con la humanidad entera. Como él, otros más han ido surgiendo; todos caracterizados por una gran ignorancia, con infancias tormentosas, llenos de odio, envidia y mucha ambición, pero con una gran habilidad para manipular, maestros del engaño y la doble moral, que se apoderaron de la voluntad popular para llegar al poder y una vez ahí comenzaron sus planes de expansión, para perpetuarse en el poder, someter a sus pueblos y destrozar sus bases sociales, morales, legales, sus medios de subsistencia y su identidad. Y tenemos muchos ejemplos, ahí está Mao Zedong, que se apoderó de China por más de dos décadas, sometiendo a su pueblo, que hasta la fecha sufre el rigor implacable del comunismo; Muammar al-Gaddafi, que se encargó de someter a Libia por mas de cuatro décadas; Saddam Huseim en Irak, que a través del terrorismo devastó por completo ese pueblo; Augusto Pinochet en Chile, que por las armas mantuvo al país atemorizado y sin libertades; Benito Mussolini, que se impuso a través de fascismo y marcó uno de los periodos más oscuros de Italia; Francisco Franco en España, que casi acabó con un gran país, aunque también gracias a la migración de cientos de intelectuales, científicos, filósofos y artistas españoles que huyeron de la dictadura, México logró un gran florecimiento cultural; Iosif Stalin en Rusia, que bajo un régimen de terror mantuvo el control y sometió a toda la unión de repúblicas socialistas a la fuerza; Fidel Castro en Cuba, que logró mediante su revolución de odio devastar por completo a todo un pueblo que ahora sigue sometido por la continuación de la dictadura. Y qué decir de Hugo Chávez, que transformó un país rico en miserable y al final las riquezas que acumuló quedaron ahí, perdidas, le arrebató a su pueblo la posibilidad de vivir con dignidad y progresar, ahora millones de venezolanos huyen en busca de una vida mejor y con ello provocan el caos en otras latitudes.
Todos ellos se han ido, pero sus afanes han hecho prueba plena de su ambición, su ignorancia y del odio que los llevó a destruir naciones enteras. Pero la historia deja siempre grandes lecciones, porque ningún ser humano sobre la tierra obtiene tanto poder para perpetuarse en él, pues la vida es más corta, mucho más que sus ambiciones. Los podemos ver en perspectiva y ¿que dejaron?, dolor, desolación, y no han escapado al juicio implacable de la historia, han trascendido, sí, pero como ejemplo de seres despreciables y corruptos que destruyeron a sus propios pueblos.
Por otra parte nos queda el legado de los grandes pensadores que nos heredaron la luz de su pensamiento, para comprender el sentido de la moral, la esencia de la existencia y el ideal de la búsqueda de la verdad : Tales de Mileto que nos dejó su interpretación racional de los fenómenos del mundo; Heráclito de Éfeso, con sus escritos sobre el pensamiento del hombre del ser y su existencia; Pitágoras, el gran matemático que nos heredó sus conocimientos sobre esta ciencia, sobre la geometría analítica y la filosofía racional; Demócrito, tal vez el primero en hablar del átomo, del alma, donde según él se encuentra la verdadera felicidad; Sócrates, el más sabio de los filósofos griegos, que nos enseñó que la virtud es el fundamento del conocimiento y la sabiduría, cuyo eje rector es el bien y la justicia; Platón, que nos dejó el paradigma de las ideas sobre la existencia, con una realidad inamovible y otra sensible, que puede modificarse; Aristóteles, quien estudio la esencia del ser humano desde la perspectiva biológica, pero también nos dejó sus análisis sobre la lógica, la ética, la filosofía política, la estética, la psicología y la metafísica, ésta última retomada hasta hoy día con los estudios sobre la física cuántica, en donde seguramente los científicos de hoy nos aportarán conocimientos impresionantes que podrían incluso transformar nuestra cosmogonía; Erwin Schrödinger, quien desarrolló la física cuántica, mecánica cuántica y termodinámica; y que decir de San Agustín, gran teólogo de la escuela patrística que nos mostró los fundamentos de la existencia de Dios a través de verdades lógicas, profundizando en los razonamientos ontológicos de gran profundidad; Santo Tomás de Aquino, escolástico de una filosofía que toma como referente a la realidad para concretar en la exploración de la divinidad desde el punto de vista del estudio de la naturaleza, referente a la razón y la lógica, y el conocimiento sobrenatural, en donde la fe también es una herramienta y fundamento para llegar al conocimiento de algo tan inalcanzable como la naturaleza divina; René Descartes con su visión dualista de la realidad entre el ser y el pensar; Leonardo Da Vinci con su gran legado a la humanidad, no sólo por sus obras maestras de pintura, sino por sus innovadores inventos y sus aportaciones a la anatomía humana; David Hume y Emmanuel Kant, que nos mostraron como el conocimiento se integra a través de la razón y de la experiencia; Friedrich Hegel, quien retoma el método dialéctico, para quien la historia se desarrolla a través del cambio constante, en tres etapas, tesis, antítesis y síntesis; Galileo Galilei que nos dejó sus conocimientos sobre física y astronomía, a quien recordamos por su frase inmortal “y sin embargo se mueve”; Nicolás Copérnico, con su teoría heliocéntrica que revolucionó el conocimiento; Louis Pasteur que nos dejó los fundamentos de la vacuna; Alexander Fleming, gracias al cual también millones de vidas se han salvado por su aportación de la penicilina; el monje Gregor Mendel, con sus descubrimientos sobre la genética; Thomas Alva Edison que nos dejó incontables inventos, gracias a los cuales la vida del hombre ha sido mucho más placentera; Albert Einstein con su teoría de la relatividad; Isaac Newton que nos enseñó la ley de la gravedad; Stephen Hawking con su teoría sobre el universo y la relatividad general. Y como ellos, muchos cientos, seguramente miles de hombres que nos han heredado su trabajo y conocimientos, gracias a los cuales hoy día podemos disfrutar de un mejor nivel de vida.
Pero también todos los que han sido verdaderos líderes y que llevaron a sus pueblos al enaltecimiento y hasta a la consolidación de la civilización. Tal vez muchos olvidados, pero siempre presentes a través de sus obras. George Washington, Abraham Lincoln, Martin Luther King, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Simón Bolívar, Winston Churchill, Julio César. Pero también están las grandes líderes que cambiaron los destinos de naciones como la Emperatriz Wei, quien dirigió el destino de China en el siglo VIII; la reina Hatshepsut, que ostentó el título de Faraón de Egipto y gobernó con gran sabiduría consolidando su imperio; la emperatriz Zoe, hija de Constantino VIII, que gobernó el Imperio Bizantino a principios del siglo XI; la Emperatriz Nur Jahan, que gobernó el imperio mongol durante tres décadas a principios del siglo XVI; y no podemos olvidar a Cleopatra, poderosa gobernante del Imperio Egipcio, que no obstante su gran inteligencia, preparación y audacia, fue derrotada y su reino asimilado al Imperio Romano.
Líderes, hombres y mujeres; héroes o demonios; cultos o ignorantes; bondadosos o malvados; elevados o degradados; virtuosos o ruines; generosos o mezquinos. Todo nos han dejado enseñanzas, muchos de ellos como personajes paradigmáticos, otros como casos ejemplares de lo que se debe evitar; sin embargo, la historia pareciera repetirse, pues ahí tenemos nuevamente dictadores que se han apoderado de naciones y se están encargando de destruir todo a su paso, a megalómanos con ansias de conquista, que no entienden que su paso por este mundo es pasajero y sólo dura un instante, pero su obra permanecerá para juicio de la historia. Nada se llevarán, pero si dejarán su estela de destrucción; y sus afanes, poca satisfacción podrán dejarles.
Y la guerra continúa en varias latitudes, en pleno siglo XXI sigue habiendo pueblos sometidos, la libertad, el derecho más sagrado de la humanidad sigue siendo atropellado y la grandeza del pensamiento universal sigue oculto para la gran mayoría, por lo que fácilmente se somete ante las falsas promesas de los demagogos.
Tampoco podemos olvidar los millones de víctimas que permanecen anónimas en tantas guerras a lo largo de la historia y las que siguen sumándose en la actualidad. Todas esas personas que de no haber sido esa su suerte, tal vez podrían haber hecho grandes aportaciones a la humanidad, pero se les negó esa posibilidad y nunca sabremos de lo que habrían sido capaces.
Por los que se fueron, pero permanecen a través de sus obras. Porque en gran medida a ellos nos debemos.
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