Por: Redacción/
La enfermedad en el mundo prehispánico era considerada positiva por tratarse de una condición que los dioses enviaban a una persona para distinguirla del resto de la sociedad, en contraste con las ideas de la Europa occidental derivadas de las grandes epidemias que costaron la vida a amplias poblaciones, expuso el maestro Eduardo Matos Moctezuma.
El Profesor Investigador Emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) dedujo esto luego de haber estudiado figuras, códices y pinturas situadas en los restos arqueológicos de México, donde de manera simbólica la vida y la muerte son parte de un mismo ciclo y están ligadas incluso desde el nacimiento, contrario a la concepción católica.
En el pensamiento mexica, por ejemplo, se creía en la vida después de la muerte: el Tlalocan –morada de la deidad Tláloc y sus acompañantes, losTlaloques– era el primer espacio adonde iban los muertos, seguido delTonatiuhichan, el sitio al que se dirigían todos los fallecidos en combate y al Mictlán, un lugar sin ventanas, arribaban para sortear obstáculos ayudados en ocasiones por perros.
En el universo de Occidente, donde la muerte era asociada más a la religión o la filosofía que a cuestiones morales, predominaba la consideración de que quien se portara bien iría al cielo, “si no vas al infierno o al purgatorio, dependiendo de tus pecados, pero en el México prehispánico el destino de tu alma dependía más de la forma como fallecías”.
Los guerreros que morían en combate, al igual que las mujeres en el parto, estaban destinados a acompañar al dios Sol debido a que eran considerados personajes valientes, en virtud de que el alumbramiento se equiparaba a la guerra, por lo que ellas en especial estaban junto a dicha deidad –desde el mediodía hasta el atardecer– en el horizonte, asignado al género femenino.
Al impartir la conferencia Vida y muerte en el México prehispánico compartió que su trabajo de investigación sobre el Templo Mayor ha derivado en la producción de más de mil 200 fichas bibliográficas, con la ayuda de un equipo multidisciplinario.
En sus estudios sobre representaciones pictóricas y estatuillas de mujeres dando a luz detectó que el cordón umbilical significaba una liga mágica entre madre e hijo, quien al nacer era entregado en forma de bulto a un guerrero, si era niño, o colocada junto al fogón, si era niña.
“Sabemos por fuentes históricas del siglo XVI que en aquella sociedad, desde el momento del parto ya tenía todo preparado para el papel que cumplirían los individuos, acorde con su género para defender y mantener el imperio”, externó en la Sala Cuicacalli de la Unidad Iztapalapa de esta casa de estudios.
Matos Moctezuma explicó además que en la cosmovisión mexica las enfermedades muy notorias en el físico –parálisis facial o deformación de piernas–eran consideradas una distinción que hacía sobresalir a quien las padecía del resto de la sociedad, según han revelado amplios análisis “a gran cantidad de elementos óseos con aberturas en cráneos o fracturas en piernas hallada en tumbas junto a vasijas y otros objetos que eran colocados para rendir tributo”.
Previo a la ponencia, el doctor Jorge Martínez Contreras, Profesor Distinguido de la Casa abierta al tiempo, destacó que el también miembro del Seminario de Cultura Mexicana ha fungido como presidente del Consejo de Arqueología y fundador, en 1987, del Museo del Templo Mayor, ubicado en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Además cuenta con más de mil conferencias impartidas en México y el extranjero, así como con más de 500 trabajos y más de 33 premios nacionales, uno de los cuales será entregado en diciembre próximo en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2018.
A lo largo de los 45 años de trayectoria profesional y como investigador ha ayudado a “consolidar una orquesta de grandes especialistas en antropología social, historia y arquitectura, entre otros que dan vida a los tiempos anteriores al encontronazo con los europeos”.
En el acto estuvieron también presentes los doctores Eduardo Peñalosa Castro, rector general; Rodrigo Díaz Cruz, rector de la Unidad Iztapalapa, y el maestro Arturo Leopoldo Preciado López, secretario de la Unidad Iztapalapa, así como alumnos y profesores.
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