Por: Miguel Ángel Baez
Hace poco más de un mes, el pasado 28 de agosto, el famoso sistema de contenidos bajo demanda Netflix, debutó con una serie más; el nombre, dirigido primordialmente al público norteamericano: Narcos.
Dirigida por el brasileño José Padhila, mundialmente conocido por su cinta sobre las favelas y el Batallón de Operaciones Policiales Especiales (BOPE), Fuerza de Élite (2007), y protagonizada por su habitual colaborador Wagner Moura, describe la historia del narcotraficante colombiano Pablo Escobar vista por un detective de la Agencia de Lucha contra las Drogas (DEA, por sus siglas en inglés).
Aclamada por la crítica norteamericana, contó con sobresalientes calificaciones de portales como IDMb con un 9.1/10 de 30,000 usuarios que la calificaron, o de Rotten Tomatoes, con un porcentaje de 76% basado en 42 reseñas. Descrita además como “Devastadoramente adictiva” por el diario The Telegraph, mientras que la revista Slate la describió como “el perfil de un narcotraficante que todos esperábamos”.
¿Pero, en verdad hay que ver Narcos?
La afamada serie norteamericana de AMC, Breaking Bad (2008), ideada por Vince Gilligan (Expedientes secretos X -1993) y otras como Boardwalk Empire (2010) de Davis Chase (The Sopranos-1999, Mad Men-2007), demostraron que la temática de las drogas es rentable.
Además series como estas han reformulado los modos de producción, integrando elementos de la literatura por entregas o la novela policiaca. Los narradores, la perspectiva e incluso el uso de figuras retóricas inusuales ha desembocado en un nuevo culto audiovisual. Debido a esto se les ha denominado “nueva literatura”, y gracias a su estructura visual, se les ha dado el título de Megafilmes, por retomar estructuras cinematográficas olvidadas adaptadas a la pantalla chica.
La intención de este canal on streamming es evidente: reproducir este modelo, y contar una historia más sobre narcotráfico. Sin embargo hay varios obstáculos al intentar perfilar una vez más a Escobar. Procura una línea documental que pretende contextualizar, y que durante los primeros capítulos asemeja un ensayo auditivo o una clase de historia en vez de una serie.
La narrativa somete al espectador a la perspectiva exclusiva del narrador, lo cual deja fuera cualquier interpretación. El discurso es inicuo pero global. El agente recita una historia escrita, como si leyera un diario o un reporte final, con la parcialidad que esto conlleva. Un discurso de un país que percibe el fenómeno del narcotráfico de un modo muy distinto a como se vive al sur de su frontera.
Colgada del prestigio del director José Padhilla, Narcos ofrece una visión fragmentada y globalizadora del fenómeno del narcotráfico, en la que se mantiene intacto el discurso emocional de terminar con un enemigo común; básicamente el de buscar la justicia por la justicia misma: un discurso irreflexivo que se basa en el sentir intervencionista e internacionalista de las políticas norteamericanas, sin aceptar concretamente el papel del consumidor estadounidense en esta problemática.
En su primer temporada, Narcos de Netflix, intenta despegar con una historia más sobre narcotráfico, y con el aplastante peso de su marca parece tener todo para ganar pero ¿lo logrará?
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