Por: Redacción/
Profesores de la Universidad Autónoma Metropolitana trabajan con humedales para recuperar la cuenca del Río Lerma, fundamental para la Ciudad de México pues provee de agua potable, brinda humedad a miles de hectáreas de cultivos y contribuye a la generación de energía eléctrica, señaló la doctora Icela Dagmar Barceló Quintal, investigadora de la Unidad Azcapotzalco de esta casa de estudios.
Durante el Foro Desarrollo Urbano y Planeación, la profesora del Departamento de Ciencias Básicas explicó que debido a las descargas de residuos tóxicos industriales y domésticos los humedales –áreas esenciales de protección para la vida silvestre– han ido perdiendo su calidad como bioma.
De continuar este proceso contaminante, el Lerma, que es el río más largo del país con una extensión de 708 kilómetros, podría morir y causar serios problemas económicos en Querétaro, Michoacán, Guanajuato, Jalisco y el Estado de México, enfatizó la especialista.
Sus principales contaminantes son desechos y químicos no biodegradables que impiden el flujo adecuado de ese afluente, en los bordes forman nichos para las alimañas y los metales pesados consumen el oxígeno del agua y se acumulan en el sedimento, precisó la investigadora.
La falta de oxigenación es causada por la materia orgánica, los materiales en suspensión, aportes agroquímicos y detergentes; los sedimentos, a su vez, son una fuente de gases como metano y amoniaco y la liberación o acumulación de contaminantes orgánicos e inorgánicos.
La doctora en Ingeniería en Ciencias del Agua aseveró que algunos de los metales que provocan alta contaminación en los ríos, lagunas y presas son el plomo absorbido por la materia orgánica, los oxihidróxidos y las arcillas presentes en el sedimento.
El zinc, a pesar de ser un nutriente, cuando sobrepasa las concentraciones recomendadas puede generar toxicidad, al igual que el cobre y el cadmio proveniente de la industria, concluyó Barceló Quintal.
La doctora Liliana Altamirano García, académica de la Universidad Mexiquense del Bicentenario, destacó que una pila puede contaminar hasta 100 mil litros de agua, por lo que es importante saber qué hacer con ellas al final de su vida útil.
Al llegar a los basureros y tener contacto con la materia orgánica –abundó– se puede generar una corrosión de la carcasa y así liberar sus componentes tóxicos. Las de tipo alcalino que contienen carbón y zinc contaminan poco, pero aquellas compuestas por litio, níquel y plomo pueden generar diversos grados de toxicidad.
La especialista recordó que existen múltiples propuestas para desechar pilas y baterías. Una de ellas es verterlas en un recipiente y taparlas con cemento, pero con el tiempo los materiales se descomponen y liberan los metales.
Otra propuesta es recolectarlas y triturarlas o aplicarles altos grados de energía para elevar la temperatura y evaporar los metales; sin embargo, utilizar tanta energía no resulta viable. Recurrir a ácidos para formar sales es otro proceso, pero se usan agentes extras que son altamente contaminantes.
Altamirano García consideró la recuperación electroquímica de metales como la más conveniente toda vez que no requiere de otros agentes, su uso es simple y de bajo costo y la deposición puede ser selectiva.
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