Por: Eduardo Gómez López
“Caerán, caeremos más, pues por ahora es a nosotros a quienes corresponde el turno de pagar, unilateralmente, el precio del combate. No debe importarnos, pues caídos no quiere decir lo mismo que vencidos. Atrás de aquel que cae, hay alguien siempre que recoge la bandera y ésta ondeará, tarde o temprano, en el punto más alto de la victoria”. escribió José Revueltas en una carta enviada a los presos del movimiento estudiantil de 1968, luego de lo sucedido el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas.
En el verano del 1968 un pleito provocado por porros (grupos de golpeadores y pandilleros) en contra de estudiantes, y luego la intervención del Cuerpo de Granaderos y la represión de las protestas estudiantiles, lo que inició uno de lo movimientos de inconformidad más significativos de en la historia de México.
Estudiantes de diversas casas de estudio encabezaron una lucha que poco a poco fue aglutinando a diversos sectores sociales: obreros, amas de casa, intelectuales.
El conflicto estalló los días 22 y 23 julio del año 68. Tras los enfrentamientos entre estudiantes y porros, siguieron las provocaciones y ataques que los granaderos realizaron, lanzando bombas de gas lacrimógeno, así como detenciones y agresiones físicas a profesores y alumnos, lo que condujo a una manifestación para el día 26 julio.
La inconformidad estudiantil sacudió al país por la magnitud de las manifestaciones que exigían al gobierno dialogo en público, libertad para los presos políticos y una reforma legislativa que derogara los artículos en que sustentaba el delito de disolución social.
La situación se agudizó cuando la madrugada del 30 julio, las preparatorias 1,2, 3 y 5 de la UNAM y en la vocacional 5 del IPN fueron tomadas por soldados, violando la autonomía de la máxima casa de estudios. Así lo denunció el rector Javier Barros Sierra, durante un mitin llevado a cabo en Ciudad universitaria.
Al movimiento se sumaron estudiantes de otras escuelas como la Universidad Autónoma de Chapingo, la Normal Superior de Maestro, la Universidad Iberoamericana.
El gobierno supuestamente abrió una mesa de negociación, pero continuó la represión.
El 27 de agosto una manifestación arribó al Zócalo capitalino, la bandera nacional que se izaba en la plaza fue reemplazada por una rojinegra, en exigencia al dialogo con el presidente Gustavo Díaz Ordaz, sin embargo la cual también fue reprimida en la madrugada por policías e infantería a bordo de tanquetas.
En su cuarto informe de gobierno, el presidente Gustazo Díaz Ordaz, pronunció un discurso en contra de las manifestaciones que se llevaban a cabo en las calles de la ciudad: “hemos sido tolerantes, hasta excesos criticados, pero todo tiene un límite, no podemos permitir ya, que se siga violentando el orden jurídico, como ha venido sucediendo a los ojos de todo el mundo”.
El 13 de julio se llevó a cabo la conocida “marcha del silencio” donde se calcula que participaron alrededor de 300 mil personas, entre estudiantes, profesionistas, obreros, padres de familia, hasta amas de casa, la cual se efectuó del Museo Nacional de Antropología, días después, el ejército tomó las instalaciones de Ciudad Universitaria así como los principales planteles del Politécnico.
El gobierno consideró la toma de ambas instalaciones, había “sido justa, y que permitir que las escuelas se convirtieran en arsenales y reductos de motineros sólo daba ocasión a aquellos que sintieran fuertes y prolongaran el conflicto”.
Esto provocó que el 22 de septiembre, el rector Javier Barros Sierra presentara su renuncia a la rectoría de la UNAM, debido a la violación que había sufrido la universidad.
El 30 de agosto CU fue liberado por el Ejército.
Todo esto concurría en el marco de la de los primeros juegos olímpicos en América Latina y que tenían como sede a México, por lo que el gobierno de Díaz Ordaz, disolvía de manera urgente cualquier inconformidad social que surgía, sin embargo las manifestaciones continuaron, aunque el Consejo Nacional de Huelga (CNH), órgano encargado de interlocución entre el gobierno y los estudiantes, aseguraron que su fin no era boicotear las olimpiadas.
Finalizaba el mes de septiembre y el hecho trágico que marcaría por siempre al país cada vez se veía más cercano, el primero de octubre se acordó realizar un mitin en La Plaza de Tres Culturas y posteriormente una manifestación hacia el casco de Santo Tomás para exigir la liberación de las instalaciones del Politécnico.
La Plaza fue construida sobre las ruinas de la antigua ciudad de Tlatelolco, frente al sitio arqueológico se encuentra la “Iglesia colonial del Santiago”, detrás un moderno edificio ocupada por la cancillería mexicana, el “Edificio Chihuahua” cierra la plaza hacia el este. Fue el lugar perfecto para llevar a cabo la masacre.
En la tarde del 2 de octubre más de 8 mil personas se congregaron a La Plaza de las Tres Culturas, entre ellos, estudiantes, padres de familia, profesores, niños, para llevar a cabo el mitin; alrededor de las seis de la tarde, dos helicópteros sobrevolaban la zona, y disparando luces bengala, en el mismo momento se soltó una ráfaga de disparos desde el Edificio Chihuahua. La cifra exacta de muertos sigue siendo un misterio.
Ante el cuestionamiento de lo ocurrido en el 68, Díaz Ordaz respondió lo siguiente “hay un hecho que ensombreció a la historia México, hay un hecho que ensombreció a unos cuantos hogares mexicanos, estoy muy contento de haber servido a mi país en tantos cargos como lo he hecho, estoy muy orgulloso de haber sido el Presidente de la República y así servir a México, pero de lo que estoy más orgulloso de estos seis años, es el año de 1968, porque me permitió servir y salvar al país les guste o no les guste…” Un año después, durante el quinto informe de gobierno, Díaz Ordaz reconoció y se responsabilizó de los hechos perpetrados.
Sin embargo, hasta la fecha los hechos violentos y de masacre ocurridos en la llamada la noche de Tlatelolco, siguen en la impunidad y en estos 48 años no ha sido sancionado ningún funcionario, a la fecha únicamente Luis Echeverría fue sujeto a proceso penal por el delito de genocidio, pero resultó absuelto.
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