Por: Redacción/
De Tlatelolco a Ayotzinapa puede trazarse la historia de la descomposición del Estado autoritario a uno fallido, por lo menos en algunas regiones de México, sostuvo la doctora Teresa Santiago Oropeza, investigadora del Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) durante su participación en el Coloquio Actualidad del 68: universidad, juventud y política 50 años después, que lleva a cabo esta casa de estudios.
La conmemoración de cinco décadas del movimiento estudiantil de 1968 obliga a volver a esos acaecimientos, desde la distancia del tiempo transcurrido, para develar la posible continuidad con otros acontecimientos que han marcado el devenir del país, como el caso de los 43 jóvenes normalistas desaparecidos en Iguala, Guerrero, en 2014.
La vinculación de ambos sucesos no es en absoluto arbitraria, si se considera que los relatos de los normalistas que sobrevivieron a lo ocurrido el 26 de septiembre de hace cuatro años y cuyo periplo inició en Chilpancingo y terminó en Iguala, con el fin de hacerse de camiones para asistir en la Ciudad de México a la marcha del 2 de octubre, recordó.
Ese dato no es mera anécdota, sino “a mi parecer un hecho fundamental para entender el vínculo que une a los jóvenes normalistas de Ayotzinapa” con el movimiento estudiantil del 68, pues al conmemorar la matanza de Tlatelolco ellos lo traen al presente y en la consigna “2 de octubre no se olvida” reafirman el valor de la memoria.
Si bien cada momento histórico es único e irrepetible para los normalistas, lo acontecido hace 50 años es un referente con el cual pueden identificarse, a pesar de las diferencias entre uno y otro.
“No se trata de que conocieran a fondo la historia del movimiento, sino que para ellos el 68 forma parte de una larga disputa en contra de la opresión y la explotación” que se remonta en el pasado hasta los héroes insurgentes, por lo que “no es extraño, en ese sentido, que los jóvenes de Ayotzinapa conciban su lucha en continuidad con la revuelta estudiantil”.
Esos depósitos de experiencia no vienen dados por el conocimiento profundo de un suceso o por un vínculo ideológico-político, sino por lo que un acto histórico representa o simboliza, en este caso el derecho a disentir, el compromiso con los ideales y la lucha permanente para producir un cambio, a sabiendas de que en este proceso el conflicto, la violencia y la represión son inevitables.
Al abordar el tema del tipo de violencia que se ejerció en la masacre de 1968 y en la noche de Iguala casi 50 años después, la académica de la Unidad Iztapalapa señaló que la desplegada contra los estudiantes en distintos momentos de las movilizaciones, de los cuales Tlatelolco constituye el punto más alto, fue la manifestación de una de tipo estructural, es decir, “un amplio sistema de violencia legal institucionalizada que el Estado y la sociedad confunden con la paz social”, dijo citando a Carlos Montemayor.
La violencia física a través de policías, granaderos e incluso el ejército fue el resultado natural de esa fuerza sistémica que no siempre se manifestó con tanta brutalidad, pero como la legitimidad de las instituciones del Estado fue cuestionada, se vieron forzadas a dar una respuesta.
La doctora Santiago Oropeza consideró que si bien hay muchas zonas oscuras en cuanto a quiénes iniciaron la balacera que acabó siendo dirigida a la muchedumbre en la plaza, no hay duda de que el responsable fue el Estado, como el propio Díaz Ordaz ufanamente reconoció, pero también porque fue la violencia sistémica la que en el fondo hizo posible esa respuesta.
Medio siglo después surge la consigna “Fue el Estado” a propósito de la desaparición de los normalistas. Esta vez los jóvenes no representan un peligro para el Estado; sin embargo son igualmente objeto de una violencia desmedida.
De acuerdo con la investigadora, algo queda del Estado autoritario que no ha terminado de desmoronarse en 50 años, pero la novedad es que ahora ha sido cooptado en algunas regiones por los grupos del crimen organizado.
La violencia que terminó en la desaparición de los estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, la que ha sido reconstruida a través de los relatos de los sobrevivientes y la investigación de grupos independientes, estuvo montada en combinación con estos y otros factores.
La sentencia “Fue el Estado” apunta certeramente a que la desaparición de los muchachos es un capítulo más de la violencia de Estado que produjo la matanza de Tlatelolco.
Si en Tlatelolco el Estado ejerció no la violencia legítima de la cual se supone tiene el monopolio, sino una ilegítima y desmedida, Iguala representa la renuncia de aquél a ejercer su papel de garante de la seguridad ciudadana, pues no sólo no impidieron la violencia contra los normalistas, sino que se sumaron a la misma para, finalmente, ceder a los criminales el destino de los jóvenes.
Para la académica lo sucedido en Iguala la noche del 26 de septiembre de 2018 y que hoy cumple cuatro años “revela los signos más ominosos de aquél 2 de octubre de hace 50 años”.
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