Por: Diana Olguín/
Como cristiano católico, vivir la Semana Santa en cada uno de sus días, es algo necesario e importante para el alma y corazón. La contingencia que estamos viviendo, nos privó del Domingo de Ramos, del ir y venir con Jesús a la casa de Poncio Pilatos. Ver el milagro que nos regala a través del cuerpo y sangre convertidos en pan y vino, la institución del sacerdocio y el viernes de Viacrucis, acompañando a María su madre con el corazón atravesado al ver a su hijo cargar esa cruz tan pesada y a él con el rostro desfigurado por la corona de espinas que le fue impuesta por los romanos.
Luego, verle descender de la cruz tras pronunciar sus últimas palabras y escuchar a través de la representación del Centurión “verdaderamente éste era el hijo de Dios”. Retirarte a tu casa y regresar para adorar la Cruz en la que fue clavado Jesús y en ella quedaron borrados los pecados de nuestros antepasados, de nosotros y de los que vendrán.
Acompañar a María a velar el cuerpo de su unigénito, sabiendo que la tierra y el cielo están de luto, porque duerme el sueño profundo Jesús, que descenderá a los abismos para rescatar al primer hombre por el cual fuimos condenados a la muerte y el sueño eterno, con la promesa de la resurrección, la que esperamos con esperanza y alegría y sábado santo, el día en el que las mujeres van al sepulcro donde fue colocado para el despertar eterno, donde no encuentran su cuerpo, porque ha roto las cadenas de la muerte.
Cristo con su muerte venció a la muerte, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe; para llegar al domingo de resurrección donde por fin Jesús se presenta a sus apóstoles, a aquellos hombres y mujeres que creyeron en él, y hoy son testigos de todo aquello que prometió. Nuestro día a día nos da la necesidad de Dios a los cristianos católicos y más en estos días de prueba por lo que pasa el mundo.
Fue difícil vivir los oficios Santos a través de la televisión o de los canales de Facebook o YouTube, pero la esperanza de encontrarnos en nuestros templos el día de mañana y convivir con nuestros hermanos de comunidad, nos mantiene vivos y confiados que pronto terminará esta tormenta, que hoy demostró que bendito sea Dios, somos fuertes por su gracia y amor inconmensurable. Los templos están cerrados, pero hay una iglesia en cada hogar.
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