Por: Oswaldo Rojas y Aldo Herrera
“No hay nadie como nosotros” se escucha de golpe. Es la marcha de la Brigada de Fusileros Paracaidistas. Es la una y media de la mañana, una trompeta rompe el silencio de la noche y pone en alerta a los soldados.
Para los paracaidistas es hora de levantarse, vestirse y asear su cama en tan sólo unos minutos. Todos duermen en una amplia estancia ocupada por sus literas y lockers que guardan sus pocas pertenencias.
El sonido de la trompeta dura hasta que salen al patio y se forman para pasar revista. Su alistamiento se impone sobre el nerviosismo de su participación en el desfile militar con el que se conmemorará el 205 aniversario del inicio de la Independencia nacional.
Hoy demuestran lo aprendido en sus seis semanas de entrenamiento básico especializado que queda acentuado por la repetición a lo largo de los años. Este aprendizaje los vuelve serios a la hora de hablar pero orgullosos de su trabajo, de sus boinas rojas y su instinto protector hacia la nación.
Las insignias relucen, brillan ante cualquier haz de luz que cruce por ellas. Los uniformes impecables y el calzado reluciente.
Mugs Noticias llegó hasta los dormitorios, a la intimidad de los ‘parachutes’.
Así inicia la marcha rumbo al Zócalo Capitalino.
El día de hoy, los cadetes se levantan a la 1:30 a.m., cuatro horas antes de lo habitual. Llevan ya un mes en prácticas y preparativos. De los pocos que alteran la rutina de entrenamiento y preparación de la élite de paracaidista que alberga el Campo Militar Número 1, sólo los mejores en calificación y disciplina asisten al evento.
Del Campo Militar se dirigiran a la estación del Metro Cuatro Caminos. Trotando, demoran sólo veinte minutos en terminar el recorrido. Pero antes de eso, a las afueras de su dormitorio, marchan a La Glorieta de las Águilas, a unos trescientos metros, donde cada brigada da cuenta de sus “novedades”: quienes están, quienes no; si alguien está enfermo o de plano no ha llegado.
Se esperaría que a unas horas del desfile y siendo de madrugada el ambiente estuviera más cargado de seriedad, lo cierto es que sonaba música electrónica y los paracaidistas hablaban en pequeños grupos, bromeaban a gritos e ignoraban explícitamente la orden de cuadrarse.
“Soy soldado del aire y de la nación/¡Con mi chute y fusil en mano saltaremos!/Una noche oscura he de partir”
Cantan los que van llegando alentados por aquellos de mayor rango.
En la explanada de la glorieta se les llama al orden y se les recuerda que una vez que estén camino al Zócalo no deben separarse de su grupo. El comandante pregunta si tienen dudas, y entre silbidos y quejas, responden que no.
Una conciencia se implanta en la mayoría, que los hace volver a tomar formación y marchar para irse a integrar con el resto de las compañías. A lo largo del camino que concluirá en la entrada del Metro los soldados se alistan: cargan con sus armas y estandartes, entonan sus porras militares, corren al unísono y hasta lanzan al aire pequeños paracaidistas de jengibre que caen lentos para diversión de los de verdad.
“La madre llorando porque su hijo dice adiós(…)/Solo unas alas blancas de recuerdo les dejo(…)/(¡Mas fuerte!)
“¡Somos resultado de una raza superior!”
Hacia la salida de la base el grupo de mujeres paracaidistas se deja oír. Aunque no todas llevan maquillaje en el rostro, las que sí lo portan orgullosas: rojo por la sangre de los caídos y negro por el lutos guardado hacia ellos. Son rebasadas por una compañía de hombres que en su alejarse de ellas cuela una voz que exclama:
“¡Son una mierda!”. Las risas y los reclamos son soltados al aire.
A punto de salir de la base vemos al los paracaidistas cargando con el equipo completo, casi seis kilos en una mochila más otros cuatro de indumentaria. Todos se ponen firmes al escuchar las trompetas de nuevo pero pierden un poco de esa postura por culpa del olor a orines que emana de los baños portátiles.
“No hay nadie como nosotros”/”Soy soldado del aire y de la nación”.
A las tres y media de la mañana, los paracaidistas y demás brigadas recorren la Avenida Río San Joaquín. Por un costado ellos circulan corriendo y cantando, por el otro las ambulancias, tanques, cocinas móviles y patrullas pasan veloces. Uno que otro trasnochado los observa.
Las miradas los siguen expectantes y los aplausos cada vez son más fuertes. Son dos prostitutas paradas en la banqueta las que más entusiasman a los militares que a su paso las hacen brincar, aplaudir y hasta gritar “¡Los amamos!, ¡Los amamos!”.
Por fin llegamos al Metro y el aire refresca a todos. Abordamos lentamente, en un principio con mayor orden a lo acostumbrado en esas entrañas de la ciudad. Ya en el anden los soldados suben rápido, empujan para ganar un asiento y se burlan de los rezagados.
Salimos atropellándonos de vuelta al aire claro de la ciudad, que en la madrugada da una sensación de amplitud a los edificios y de calma a la gente que mira el (des)orden de los soldados, el porte de la élite de paracaidistas. A partir de aquí todos ellos se funden en una sola masa.
“Soy soldado del aire y de la nación”
“Una noche oscura he de partir”
…
“No teman nuestras almas
Cuando es la noche fría”.
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