Por: Redacción

A pesar de que hoy en día se producen tres veces más los alimentos necesarios para alimentar a toda la humanidad, el hambre y la desnutrición siguen azotando a amplios sectores poblacionales de países de África, Asia y América Latina.

Para visibilizar esta cruel paradoja de nuestro tiempo y fortalecer la lucha contra el hambre y la desnutrición, el 16 de octubre de cada año se celebra el Día Mundial de la Alimentación, instaurado en 1979 por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación).

“La situación es grave porque sí hay alimentos, pero no están bien distribuidos o se desperdician. De acuerdo con cifras de la FAO, alrededor de 30 por ciento de los alimentos se desperdician desde que se producen hasta que llegan a la mesa de los consumidores”, dijo Tihuí Campos, profesora de la licenciatura en Desarrollo y Gestión Interculturales, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Desde el siglo pasado, la situación alimentaria mundial entró en crisis. Ya no se valora como antes a las familias campesinas, que son quienes producen nuestros alimentos, ni importa su origen.

De ahí que uno de los objetivos del Día Mundial de la Alimentación sea concientizar a la gente para que lleve a su mesa alimentos no sólo sanos, sino también con un origen y una identidad; de esta manera se nutrirá mejor e, incluso más, contribuirá a la recuperación del medio ambiente.

“México es uno de los países en donde el problema de la desnutrición alcanza niveles muy altos. Muchos niños, jóvenes y adultos están desnutridos y/o sufren obesidad severa porque hemos olvidado el origen de nuestros alimentos. Este año, nuestro país se convirtió en el mayor importador de maíz del mundo. Ya desbancó a China en este rubro. Es decir, el país de origen del maíz no consume su propio maíz, sino que debe traerlo de Estados Unidos”, indicó Campos.

Por eso, basados en el punto de vista de la FAO, organizaciones sociales y civiles, y organismos gubernamentales han insistido en que se debe retomar y fomentar la producción familiar de alimentos.

“No importa que la gente de la ciudades no podamos producir todos nuestros alimentos. Sin embargo, si producimos uno, dos o tres, no sólo nos nutriremos más sanamente y estaremos ciertos de su origen, sino también cortaremos las cadenas de distribución y, así, contribuiremos a que baje el consumo de combustibles fósiles, entre otras cosas.”

En opinión de la académica universitaria, una de las tareas fundamentales en esta lucha es inculcarles a los niños la responsabilidad que deben asumir en relación con los alimentos que consumen.

“Es muy fácil ir a la tienda de la esquina y comprarles un refresco y unas papas fritas para calmar su hambre. Pero creo que los adultos debemos enseñarles que lo óptimo es volver a nuestras raíces y comer alimentos sanos producidos por nosotros mismos”, concluyó.