- Beatriz Georgina Montemayor Flores afirmó que este hábito se puede desarrollar entendiendo quiénes somos, qué queremos de la vida y cuáles son nuestros proyectos.
Por: Redacción/
La disminución en los índices de seguridad provoca que México deje de ser un país feliz; pues aunque este estado de ánimo es una cuestión personal, no puede desligarse del entorno, afirmaron expertos de la UNAM.
En la conferencia de prensa a distancia: “¿De qué depende la felicidad de los mexicanos?”, refirieron que hace años nuestra nación ocupó los primeros lugares entre las más felices, pero descendió. Según el índice de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE, 2019), se situó en la posición 23 antes de la pandemia; actualmente es más bajo.
Lo anterior se debe, señaló Manuel Alonso González Oscoy, de la Facultad de Psicología, a la pérdida de la seguridad económica, de salud (“no sé si me vaya a enfermar”, “no sé si vaya a sobrevivir”) y, sobre todo, al recrudecimiento de la violencia intrafamiliar y doméstica en los meses de confinamiento, así como al repunte de la delincuencia organizada.
A partir de evaluaciones realizadas por el INEGI, entidades como Baja California y Baja California Sur se reportan más felices que otras del norte del territorio; por ejemplo, Sonora, Chihuahua o Coahuila, donde la inseguridad social está presente. “La delincuencia organizada disminuye mucho la percepción de la felicidad”.
Beatriz Georgina Montemayor Flores, del Departamento de Anatomía de la Facultad de Medicina, coincidió en que a la situación de riesgo hay que sumar los efectos de la pandemia: pérdida de personas queridas y, en especial, el estado de incertidumbre que prevalece. “A los seres humanos nos gusta creer que tenemos la certeza de lo que va a suceder”.
Sin importar la edad, si somos niños, adolescentes o jóvenes, añadió la académica, para ser felices necesitamos hacer lo que nos gusta de manera responsable. Necesitamos un propósito; el amor y la compañía también son elementos para alcanzar ese estado, así como “estar bien con uno mismo y conocerte”.
Al respecto, González Oscoy precisó que el contacto con otros seres humanos nos hace sentir bien: con quienes desarrollamos vínculos de amistad, la pareja, etcétera. Por eso, durante la pandemia, su ausencia generó una sensación de tristeza y desazón, especialmente entre los adultos mayores.
Montemayor Flores explicó que preguntarnos qué es la felicidad y darnos respuesta implica saber quiénes somos y qué nos hace felices. Ese estado depende en buena medida de la voluntad y hábitos, de encontrar el lugar donde estamos a gusto y donde debemos cumplir nuestros objetivos. “Más que un concepto que podemos definir, es una construcción que cambia con el paso de la vida”.
La universitaria afirmó: este hábito se puede desarrollar entendiendo quiénes somos, qué queremos de la vida y cuáles son nuestros proyectos. La sensación de satisfacción contribuye a la felicidad; no obstante, hemos aprendido a vivir en la sensación de recompensa inmediata que no es fácil y tampoco siempre se alcanza.
Debemos tener una existencia activa y con un propósito para que la regulación y equilibrio de neurotransmisores, como la serotonina y la dopamina, nos asegure tiempo de felicidad. Hay que rodearnos de gente que nos quiere y querer a la que tenemos cerca, participar en proyectos y alcanzar pequeños objetivos; todo ello nos ayuda a crear la costumbre de la felicidad, abundó.
González Oscoy recordó que con cada persona hay una construcción y un deseo de este estado de ánimo; a partir de la Filosofía, Psicología, Neurociencias o Antropología se busca identificar elementos comunes.
A lo largo de la historia se han visto cuatro tipos o etapas antropológicas de la felicidad: por la finalidad, cuando éramos cazadores; competitiva, al empezar a juntarnos en sociedades tribales; cooperativa, con ayuda mutua para sobrevivir y conductas altruistas; y sensual, al satisfacer los imperativos biológicos, como comer, dormir o la sexualidad. “No son excluyentes unas de otras, pero se han ido jerarquizando”.
Se trata de un súbito trance de placer que se siente cuando algo mejora, por ejemplo, pequeños detalles cotidianos como encontrar un billete tirado en la calle. “El estado permanente de la misma es ilusorio; se va transformando y muchas veces cambia hacia el bienestar”.
También se construye en una comparación con los demás, señaló. Por ejemplo, la OCDE utiliza indicadores como vivienda, ingresos, empleo, educación, medio ambiente, salud, seguridad y balance vida-trabajo, de modo que la felicidad ya no es un aspecto tan subjetivo y personal.
Para ser felices, los expertos recomendaron estar cerca de personas positivas y que nos quieren; hacer ejercicio para producir endorfinas; saber qué se quiere en la vida y establecer un plan para lograrlo.
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