Por: Alan Amaury/ 

Afuera sólo alumbra un foco y destaca un letrero con letras azules que dicen “AA”, debajo de ellas está Efraín, un hombre corpulento casi del tamaño de la puerta de entrada al local. Con el cabello canoso amarrado en una coleta a la altura de la nuca y una barba tupida que no alcanza a esconder con el cubrebocas, Efraín recibe a los dos únicos asistentes a la sesión nocturna del grupo de Alcohólicos Anónimos y, les aplica en las manos gel antibacterial.

En el lugar apenas caben cuatro mesas con dos sillas cada una que miran hacia una tribuna color azul donde los alcohólicos en rehabilitación pasan a hablar; al fondo hay un escritorio sobre el que destaca un anuncio con letras de molde que dice “Junta abierta”.

La sede de Alcohólicos Anónimos (AA) “Nueva Esperanza”, ubicada en la colonia Vicente Villada, en Nezahualcóyolt, tiene las paredes tapizadas de cuadros en los que destaca por su tamaño el texto de Los 12 pasos de AA, que marcan una hoja de ruta para recuperarse de la adicción al alcohol. El primero y más difícil de ellos abre una ventana de esperanza para la recuperación: admitir que existe un problema.

Fotografía: Alan Amaury

“AA” Fotografía: Alan Amaury

En el escritorio está Marcelino, el coordinador y también el padrino de Efraín. El apadrinamiento ocurre cuando un veterano aconseja y orienta a alguien nuevo del grupo para guiarlo a través de los 3 legados: Recuperación, Unidad y Servicio. La relación padrino/ahijado siempre solicitada por el novato, dependiendo lo que necesite, compara su expediente y busca alguien dentro del grupo al que su tiempo y sus experiencias le den la confianza para pedir ayuda.

“Marce”, como lo conocen en el grupo, es moreno, tiene el cabello canoso peinado hacia atrás, un bigote recortado se pierde bajo el cubrebocas. Para arrancar la sesión nocturna toca una campana y con  voz serena dice: “compañeros, vamos a iniciar una junta más de nuestro grupo ‘Nueva Esperanza’ con un momento de meditación”. En ese instante los presentes guardan silencio; uno junta sus manos y cierra los ojos; el otro, cruza los brazos.

La introspección dura poco más de dos minutos y termina con el sonido de la campana y la voz de Marcelino, quien ofrece a quien quiera la posibilidad de seguir con su meditación mientras él comienza con la junta.

“Si alguno de los compañeros tiene alguna tristeza o angustia que ponga en peligro su sobriedad se le invita a pasar”, propone Marcelino, quien lleva 26 años sin probar alcohol. Nadie lanza alguna señal de querer hablar, por lo que la sesión continúa con su orden del día.

Hoy toca hablar del paso 1, de nuevo. Marcelino pregunta si alguien quiere pasar y de inmediato se dirige a la tribuna Alfredo, un hombre de unos cincuenta y tantos años, moreno, de brazos delgados, cabello corto y canoso.

Todos guardan silencio, algunos beben agua o café, mientras Alfredo se acomoda su cubrebocas negro, deja caer sus codos en la tribuna, entrelaza sus dedos y comienza a hablar sin mover mucho su cuerpo: parece cansado.

“Un año más… Me estoy volviendo viejo en alcohólicos anónimos”, dice el hombre en el inicio de su discurso.

Alfredo, quien ingresó a AA en 1980, comenzó a beber durante su infancia. Su familia llegó a Nezahualcóyotl cuando aún era un municipio sin electricidad, drenaje ni pavimento. Su padre, también alcohólico, solía dejar pequeños tragos en vasos y botellas que Alfredo tomaba cuando su papá descansaba de trabajar, embriagarse o maltratar a sus hijos.

“Comencé a preguntarme ¿a qué vine a este mundo?, ¿a sufrir?”, se pregunta. El señor Alfredo parece enojado al contar que “mi padre me golpeaba, me humillaba. En la escuela también eran culeros, el profesor me golpeaba a mí y a los demás. Me golpeaban en mi casa, en la escuela, quería un escape, dejar de pensar en la pobreza, en el dolor”. Hace una pausa, se baja el cubrebocas y toma un trago de café que le permite aclarar la garganta.

La terapia de Alcohólicos Anónimos consiste en sesiones grupales donde se comparte y reflexiona sobre experiencias negativas a las que ha llevado el abuso del alcohol. Todo está dirigido a cumplir los “12 pasos”, en los que uno admite ser un alcohólico, pide ayuda para atender su enfermedad, hace un recuento de sus acciones, entre otras cosas, para finalmente reinsertarse en la sociedad y pregonar la teoría del grupo de rehabilitación.

 

Fotografía: Alan Amaury

Sin embargo, durante la pandemia de Covid-19 las terapias grupales son difíciles de seguir.

“En Alcohólicos Anónimos nos enseñan a derramar amor”, continúa Alfredo con más tranquilidad, “nos enseñan a trabajar la soledad, el desapego y la humildad. Hace tiempo, llegó una niña a mi vida, mi nieta y afortunadamente ya estaba preparado. En fin, felices 24 horas”.

El hombre, que sigue en proceso de rehabilitación, da otro trago a su café y todos aplauden. Antes de regresar a su sitio toma un aerosol, lo rocía sobre la tribuna y pasa un trapo sobre ella.

En otros tiempos, en la normalidad preCovid, la dinámica de cualquier grupo de ayuda requería que los presentes se juntaran para hablar y apoyarse. Ante la emergencia sanitaria, la central mexicana de AA recomendó continuar las sesiones vía internet y en otros casos atender las medidas de prevención: uso de gel antibacterial, congregar a menos de 10 personas por sesión, mantener la sana distancia y desinfectar los lugares con una solución con 90 por ciento agua y 10 por ciento cloro.

Ya afuera del local, mientras fuma un cigarro y se cubre de la lluvia, Alfredo explica: “aquí también hay normas, tenemos que dividir el lugar para evitar que todas las sillas están llenas, es difícil, porque siempre es mejor compartir con más gente, emocionalmente ayuda saber que uno no es el único que está lidiando con esto”.

Su manera de hablar es distinta a cuando estaba en la tribuna, las palabras ya no son duras y violentas como reclamos, sino largas, lentas, como quien da un consejo.

“Quizá ahorita no están todos, pero las puertas siempre están abiertas para quien necesite ayuda”, afirma con una sonrisa antes de volver a entrar a la sede de AA.

Adentro corren los 15 minutos de Efraín, quien debe lidiar con la tribuna, que le queda un poco pequeña a su cuerpo fornido. El hombre se baja un poco el cubrebocas para hablar y se nota que a sus 40 años es el más joven de la sala, es evidente por su forma rápida de expresarse.

“Los alcohólicos no nos podemos dar el lujo de tener hambre, de tener sed o de tener sueño, ¿saben por qué?, porque recaemos”, dice mientras deja caer su puño cerrado en la tribuna.

Como la mayoría de los alcohólicos, Efraín tuvo un padre con la misma enfermedad; sin embargo, no habla mucho de él. Según cuenta, sus problemas con la bebida fueron culpa de su ambición: Cuando entró a la Vocacional 7, en Ermita Iztapalapa, llamó rápidamente la atención de los porros y de los problemas. Comenzó a tomar en una novatada y, una vez dentro de la institución, siguió los pasos de los grupos de choque.

Su alcoholismo creció de la mano con su desarrollo profesional. Entró a la universidad y cuando apenas tenía 19 años consiguió un empleo muy bien pagado. La combinación idónea para perder el camino: joven, inteligente, amiguero y con dinero. Efraín terminó por beberse sus años de juventud y sus ahorros hasta perder su trabajo, sus amigos y su pareja, a la que le pidió que abortara a quien hubiera sido su hijo. Después de eso, se dejó caer en el vicio hasta terminar en AA.

Entre todos los cuadros repletos de texto colgados en la pared de la sede del grupo hay uno que dice “si no vienes a tus reuniones, no te preguntes por qué tienes recaídas”. Según los veteranos, quien da un buen seguimiento al programa puede reintegrarse a la sociedad fácilmente, sin embargo, estamos en la nueva normalidad.

Entre las tantas consecuencias de la cuarentena se encuentra un aumento en el consumo de bebidas alcohólicas. Si para la comunidad no alcohólica el consumo de bebidas aumentó, ¿qué se podría esperar de los integrantes de AA?

“La verdad, no fue difícil”, presume Efraín, “al menos en este grupo ya asistimos por convicción, no porque realmente lo necesitamos. En mi caso tengo literatura en mi casa: el libro de los 12 pasos, las 12 tradiciones, el libro azul que es la literatura que Alcohólicos Anónimos maneja”.

Efraín tiene los ojos muy abiertos, como si fuera un niño en un lugar nuevo, y cuando se llega a bajar el cubrebocas siempre tiene una sonrisa burlona que él atribuye a ser soberbio, pero la verdad sólo parece estar muy feliz.

“Yo había venido antes, hace mucho tiempo y el padrino me dijo que si quería podía quedarme y ahorrarme de 10 a 15 años de sufrimiento o podía irme y vivirla y la verdad me ganó el desmadre, pero ya aprendí, a las malas pero aprendí. Da mucha calma poder estar en tu casa, desayunar con tu familia, con tus hermanos y saber que no eres el problema”, cuenta sobre su proceso de rehabilitación.

Afuera se escucha la lluvia, los carros que pasan rápido y una que otra conversación indiscreta, adentro sólo hay tres personas, son tan pocos que es difícil no ponerles atención a todos, por otro lado, es igual de difícil que todos no te pongan atención.