Por: Redacción 

La ausencia de opciones para las mujeres pobres es lo que convierte al trabajo sexual en la única alternativa posible, lo que resulta verdaderamente preocupante, dijo la antropóloga y feminista Marta Lamas durante su participación en el I Congreso Continental de Teología Feminista, realizado en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.

Consideró grave que “para las mujeres de escasos recursos no haya trabajos con una remuneración equivalente a la que obtienen con el comercio sexual”, y frente a dicha problemática a ella le preocupa, como dice Martha Nussbaum (filósofa de Estados Unidos), que la perspectiva de las abolicionistas esté demasiado alejada de la realidad de las condiciones laborales, como si se pudiera olvidar el contexto donde las mujeres pobres recurren al trabajo sexual.

La estadounidense plantea que se debería promover la expansión en las posibilidades laborales (de dichas mujeres) a través de la educación, la capacitación en habilidades y la creación de empleos. Pero también sostiene que la legalización del trabajo sexual mejora las condiciones de aquellas que, para empezar, tienen muy pocas opciones; postura con la cual coincide Lamas Encabo.

Por ello, como dice Debra Satz (otra filósofa de EU), si no se resuelven las circunstancias socioeconómicas que llevan al comercio sexual, prohibirlo o intentar erradicarlo hundiría o marginaría a quienes se dedican a vender servicios sexuales, mencionó Lamas.

Marta afirma que al igual que cualquier otro empleo, oficio o profesión, del trabajo sexual se extrae plusvalía “sólo que la explotación de una actividad de servicios que se encuentra al margen de la regulación laboral se da sin derechos laborales”.
Para ella, el término explotación tiene una connotación más negativa cuando va acompañada de la palabra sexual -trata con fines de explotación sexual-, aunque en muchos casos sea menor la extracción de plusvalía en las trabajadoras sexuales que en las personas dedicadas a otros empleos.

“Al entrevistar a una trabajadora sexual de la Merced, hablando de explotación, me dijo: ‘¿Explotada? Sí, cuando yo trabajaba ocho horas al día limpiando oficinas, con el salario mínimo de 70 pesos… Aquí, en unas horas, me hago 500 pesos’. Ganar 500 pesos al día o ganar 80 pesos al día, ¿quién está más explotada, la que limpia oficinas o la trabajadora sexual?”.

Agregó que es notorio y lamentable que el término explotación sexual produzca reacciones encendidas, y que no genere la misma preocupación e interés la explotación económica concreta y a menudo más aguda de las obreras, de las empleadas del hogar, de las afanadoras, de las maquiladoras, de las barrenderas “mientras que en la agenda feminista la explotación de las trabajadoras sexuales ocupa un lugar predominante”.

Las trabajadoras sexuales están en el comercio sexual porque ahí ganan más dinero que en otro empleo, y muchas de ellas lo hacen para mantener una familia o para pagar un tratamiento médico especializado. “Por eso a mí me espanta el discurso de quienes quieren abolir el comercio sexual y privar a miles de personas de una fuente de trabajo cuyo ingreso no les sería posible conseguir de otra manera”. Y aunque a muchas trabajadoras sexuales les gustaría ganar lo mismo en otro tipo de trabajo, nadie les va a ofrecer ese ingreso, dijo.

Abolir el comercio sexual pondría en riesgo a las trabajadoras (sexuales) más vulnerables “no a las que trabajan en departamentos y hoteles en Santa Fe y en Polanco”. Y lo que se vería es que al contexto de pobreza, marginalidad, desempleo y migraciones, que llevan a las mujeres a realizar trabajo sexual, se agregaría la clandestinidad de la ilegalidad. “Abolir el comercio sexual provocaría lo que ha ocurrido en Suecia, un empeoramiento de las condiciones de vida de las trabajadores sexuales, con más riesgos por la clandestinidad y menos ingresos”.

Reconoció que habría que luchar porque ya nunca ninguna persona, mujer u hombre, tuviera que verse obligada a recurrir al trabajo sexual, si éste les causa asco, rechazo, culpa o vergüenza. Mas también “habría que abolir la miseria, el sufrimiento y la sordidez que rodea no sólo mucho del ejercicio del trabajo sexual, sino también de otros trabajos (como) limpiar escusados ajenos, trabajar en los camiones de basura, los mineros”.

Prejuicios, elusión de responsabilidades
En más sobre la abolición del trabajo sexual, Marta Lamas dijo que la psicoanalista argentina Silvia Bleichmar reflexiona en torno al tránsito de creencia a prejuicio, quien señala que al prejuicio ‘lo que le da carácter patológico es su inmovilidad, su imposibilidad de destitución mediante pruebas de realidad teóricas o empíricas’. Lamas añadió: “De nada le sirven a las abolicionistas las pruebas de realidad que las propias trabajadoras sexuales les aportan, ni el corpus de investigaciones que documentan distintas formas de trabajo sexual”.

Al retomar a Bleichmar, mencionó que ésta plantea que cuando el prejuicio deviene en organizador de la acción toma un carácter primordialmente antiético. Y vuelve a citar a la argentina: ‘el prejuicio es, indudablemente, una excelente coartada psíquica para la elusión de responsabilidades, para la evasión de responsabilidades y para el ejercicio de la inmoralidad’.

“La coartada psíquica de creer que se está rescatando a las trabajadoras sexuales de la violencia y de la degradación elude la responsabilidad ante las consecuencias concretas de tal rescate. Es común que las activistas descuiden las consecuencias de las propuestas que enuncian, en especial cuando no visualizan la forma en que cualquier propuesta, cuando aterriza, tiene a personas que ganan y tiene a personas que pierden”, añadió Lamas.

Por eso para Marta, un compromiso responsable de las diferentes posturas feministas tendría que ir más lejos que simplemente desplegar sus concepciones morales. Tendría que analizar los costos y los beneficios de sus propuestas y de sus acciones en las vidas concretas de las trabajadoras sexuales. “Aferrarse a las creencias más allá de cualquier prueba de realidad produce fanatismo”.

Liberarse de las creencias del feminismo

En otro orden de ideas, la liberación del espacio político-religioso del cuerpo de las mujeres, el tema del congreso, requiere desde la perspectiva de Lamas “liberarse previamente de las creencias esencialistas del feminismo. Para lograrlo, es indispensable más reflexión crítica sobre por qué las ideas feministas que una vez formaron parte de una visión de emancipación humana hoy se expresan cada vez más en términos victimistas o punitivos”.

Como dice la académica y jurista estadounidense Janet Halley, el feminismo no es una verdad transhistórica que permanece trascendentemente pura; el feminismo es una práctica continuamente condicionada por sus propios actos que la preceden.

“Muchos actos feministas han tenido efectos negativos. Las creencias mujeristas y victimistas respecto a la violencia han dificultado realizar un diagnóstico más certero y proponer cuestiones preventivas en lugar de punitivas. Pero además, las feministas que no denuncian la violencia contra los hombres o que no visualizan el daño que muchas mujeres sí hacen, generan algo más que sólo una política equivocada, también producen un quiebre ético en la aspiración feminista”, enunció Lamas.

Por eso, para la ponente, “para acercarnos a construir ese otro mundo posible que anhelamos; sin injusticias ni desigualdades ni violencias, es imprescindible buscar formas de caminar hacia un horizonte compartido, lo cual no es fácil, porque como dice Antonio Machado el camino pesa en el corazón”.

Una forma de ese caminar es la que reunió a las y los asistentes aI I Congreso Continental de Teología Feminista, y consiste en pensar críticamente y discutir respetuosamente.
“La actividad sexual de las mujeres, sea comercial o sea gratuita y amorosa, obliga a reflexionar y a debatir sobre la doble moral, sobre los prejuicios y sobre la violencia no intencionada que generan ciertas intervenciones feministas. Y justamente porque el espacio político religioso del cuerpo de las mujeres está cruzado por creencias y por prejuicios relativos a la sexualidad femenina, prejuicios y creencias que obstaculizan su liberación, es que debemos enfrentar el desafío de cuestionarnos y de criticarnos”, concluyó Lamas.