Por: David J. Sarquís*
Las armas nucleares son uno de los dispositivos de guerra más polémicos jamás desarrollados por la tecnología humana. Pueden ser consideradas, por una parte como prueba irrefutable del avance de nuestro conocimiento sobre la naturaleza de la relación entre materia y energía, así como del enorme potencial que este conocimiento nos ofrece para impulsar el progreso material de nuestra especie.
Pero por otra, también representa la posibilidad más grande de propiciar un holocausto de proporciones inimaginables; su gran poder destructivo fue evidenciado por las únicas dos bombas que se han empleado en el contexto de un conflicto militar, y eso fue hace ya más de 70 años, al término de la segunda guerra mundial, precisamente con el propósito de forzar la rendición incondicional del gobierno japonés.
Las vívidas imágenes de los hongos nucleares sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki son claros avisos para la humanidad en su conjunto, sobre el riesgo que entraña este tipo de tecnología aplicado a la guerra.
El periodo de la segunda posguerra mundial estuvo marcado, sobre todo, por una temible y costosa carrera armamentista con potentes armas nucleares que muy pronto hicieron parecer los dispositivos empleados contra el Japón como juego de niños.
En gran medida puede decirse que las armas nucleares cambiaron el curso de la historia, ya que impidieron la escalada de los conflictos convencionales hacia una confrontación nuclear.
Gracias a ello, a pesar de lo aparentemente favorable que eran las condiciones de la posguerra para la causa soviética, los países desarrollados, liderados por Estados Unidos lograron efectivamente contener el impetuoso avance del comunismo internacional.
Los propios líderes soviéticos consideraron su posesión y desarrollo de las armas nucleares como una ventaja decisiva para impedir un ataque directo de Occidente en su contra.
Para muchos analistas políticos de ambos bandos, ese solo hecho justificaba la inmensa inversión que significó la carrera armamentista nuclear.
No obstante, todos ellos coincidían que, a pesar de su incuestionable e impresionante potencial destructivo, las armas nucleares eran básicamente inutilizables.
Sin importar quien lanzara la primera bomba, los arsenales acumulados durante la carrera armamentista propiciaron desde una fase muy temprana de la contienda, la certeza de una destrucción mutua de los contendientes, más aún, el invierno nuclear que la guerra generaría haría, según cálculos de los científicos, prácticamente inhabitable nuestro planeta.
Más aún, la conciencia de la peligrosidad que este tipo de armas representaba para todo el mundo propició en un momento dado lo impensable: un acuerdo entre las dos superpotencias para evitar su proliferación.
Cuando ese acuerdo se formalizó hacia fines de la década de los sesentas, sólo había cinco países con arsenales nucleares, aparte de Estados Unidos y la Unión Soviética estaban otros tres: Inglaterra, Francia y China.
Sin embargo, la tentación de poseer armamento nuclear como garantía de la salvaguarda del interés nacional siempre fue grande, India y Paquistán de hecho lograron evitar el sistema de control y obtener sus propios arsenales, lo cual, aparentemente ha funcionado bien como factor de disuasión para evitar la escalada del conflicto entre ellos.
Se piensa que Israel también las tiene, aunque nunca ha realizado pruebas nucleares y se supone que Sudáfrica las tuvo, pero desmanteló su programa antes de ingresar al sistema internacional de no proliferación.
Aunque algunos países como Argentina o Brasil han protestado por la ventaja comparativa que otorga a los “estados nucleares” el reconocimiento formal de que pueden tenerlas, realmente nunca han tenido la intención de desarrollar sus propios programas de uso militar de la energía nuclear. Y de hecho, terminada la Guerra Fría, una gran parte de los analistas militares en el mundo han denunciado la obsolescencia de las armas nucleares y promovido la idea de una desnuclearización del planeta.
En este contexto, parecería fuera de lugar que algunos países tuvieran todavía el propósito de desarrollarlas., sin embargo, ahí está Corea del Norte con un limitado arsenal e Irán, supuestamente con la intención de tenerlo.
Dada la complejidad de la tecnología involucrada, el enorme costo financiero, y más aún, el costo moral ante el resto de la comunidad internacional, ¿por qué la persistencia para desarrollar programas nucleares con orientación militar?
La respuesta parece orientarse por el lado de dos factores críticos (y altamente criticables), por un lado, el supuesto prestigio que involucra para comunidad científica nacional el llegar a dominar los procesos necesarios para la fabricación de un arma nuclear, y por otro, una (muy cuestionable) sensación de seguridad derivada de su posesión.
El primer factor otorga a los gobiernos promotores una aparente legitimidad ante su pueblo que debe ayudar a afianzar a los líderes en el poder, el segundo, debería incrementar los niveles de garantía en contra de ataques externos.
El caso de Corea del Norte es sintomático en ambos sentidos. Después de unas siete décadas de gobierno prácticamente dinástico, con un líder joven, necesitado de probarse a sí mismo como digno sucesor de dos figuras icónicas en su país, el poder responder a las amenazas externas (reales o imaginarias) con armas nucleares suena suficientemente meritorio como para ignorar las críticas externas.
A pesar de las limitaciones económicas del país y de su aislamiento sistémico, la cúpula del poder el Corea del Norte está sólidamente afianzada.
Es muy poco probable que los coreanos fuesen a iniciar un conflicto (incluso convencional) dada la enorme disparidad en fuerzas que representa el apoyo que tienen sus principales enemigos por parte de Estados Unidos. Sin embargo, el temor de acciones tendientes a “promover la democracia” en ese país, por referencia a los acontecimientos en Irak, Libia y Siria han llevado a sus dirigentes a tomar la apuesta nuclear.
Aun sabiendo que no podrían ganar la guerra, confían en que al sentirse amenazados, tanto los coreanos del sur como los japoneses serían los primeros interesados en contener los ímpetus democráticos de Occidente (Estados Unidos).
Eso, aunado al prestigio del régimen al interior, otorgando a su población la satisfacción de ser una potencia nuclear, parece haber compensado las debilidades del gobierno para brindar mejores condiciones de bienestar a la población.
A pesar de lo arriesgado del juego, la dirigencia coreana del norte parece estar jugando bien sus cartas, aunque ciertamente es poco probable que pueda seguirlo haciendo de manera indefinida.
*ITESM Docente-Investigador
Escuela de Ciencias Sociales y Humanidades
Departamento de Derecho y Relaciones Internacionales
Campus Estado de México
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