Por: Redacción/
Con equipos sofisticados de tecnología espectroscópica, científicos del Instituto de Física de la UNAM participaron en el diagnóstico de la emblemática estatua ecuestre de Carlos IV, cuya superficie fue dañada hace cuatro años por formas inadecuadas de mantenimiento.
“El Caballito”, como se conoce en el país desde 1803, es un invaluable ejemplo del arte barroco mexicano, creado por el célebre arquitecto Manuel Tolsá, entonces director de la Academia de San Carlos.
Integrantes del Laboratorio Nacional de Ciencias para la Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural (LANCIC), coordinados por José Luis Ruvalcaba Sil, colaboraron para conocer la composición del metal de la escultura para formular un diagnóstico y así contribuir a su restauración.
Los equipos portátiles del LANCIC, especializados en técnicas no invasivas, más la experiencia del grupo de investigadores, fueron fundamentales para su restauración. En la primera etapa de trabajo, durante 2014, los universitarios encontraron que la composición era básicamente de cobre (90 por ciento), y el resto de otros elementos (plomo, zinc y estaño) en pequeñas cantidades, distribuidos de manera heterogénea.
El hallazgo fue significativo para la restauración, pues la composición no correspondía a la aleación de bronce (que resulta de la mezcla del cobre con otros elementos) que se esperaba a partir de información histórica. “También encontramos residuos de pintura y cera de candelilla en la superficie”, informó Ruvalcaba Sil.
“Fue un trabajo complicado; la primera etapa se hizo con los equipos portátiles en seis días, mientras lo permitía la lluvia y la luz del día. El esfuerzo de investigadores y estudiantes fue agotador, pero exitoso”.
Posteriormente, “la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del INAH reiteró la invitación para continuar en el proyecto, e hicimos un estudio sobre las calas (toma de muestras no invasivas) para conocer los materiales originales mediante microscopía óptica y espectroscopía de rayos X”.
Los universitarios utilizaron una técnica de medición de la luz llamada espectroscopía de reflectancia, que permite averiguar la naturaleza de los recubrimientos, en particular de la capa que, de acuerdo con Alejandro de Humboldt, era de color verde, aunque “no se pudo determinar con exactitud la composición del recubrimiento que le dio Tolsá a la escultura en 1803, pues no hay suficientes elementos”, reconoció el investigador.
La estatua fue restaurada por personal especializado del Instituto Nacional de Antropología e Historia a partir de los análisis de los laboratorios del mismo INAH y de las instituciones que colaboraron. En cuanto al LANCIC, su contribución consistió en aplicar la experiencia de su personal y el uso de sus equipos portátiles y estudios de laboratorio, únicos en México, con capacidad de hacer análisis in situ de forma no destructiva.
En el grupo de los universitarios se sabía de la importancia de la escultura, por lo que se debía hacer lo imposible por recuperarla. Es una de las estatuas más grande del mundo. Su peso, de seis toneladas, implica un complejo proceso de su fundición.
Actualmente, el LANCIC está integrado por cinco entidades: los institutos de Física, de Química y de Investigaciones Estéticas de la UNAM, además del Laboratorio de microscopía del ININ en Salazar, Estado de México, y el Centro de Investigaciones en Corrosión de la Universidad Autónoma de Campeche.
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