Por: Redacción
El Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM participa en el nuevo proyecto de perforación del cráter Chicxulub en Yucatán, en donde por primera vez se muestreará la estructura de la parte central marina.
La denominada Misión 364 continuará los estudios del impacto ligado a la extinción masiva de finales del Cretácico –ampliamente reconocida debido a que incluye la desaparición de los dinosaurios–, intentará obtener por primera vez muestras de las comunidades microbianas que se encuentran a grandes profundidades y en condiciones extremas.
Al respecto, Jaime Urrutia Fucugauchi, del IGf, refirió que al investigar el sector central del cráter en la parte marina se persiguen varios objetivos: perforar para entender cómo se forma la estructura de montes anular, conocida como el anillo de picos, (elevaciones semicirculares que semejan una cadena de montañas y que están por encima del fondo del cráter); acotar la energía liberada en el choque del meteorito y profundizar en el conocimiento de los efectos que tuvo el impacto en los sistemas de soporte de vida del planeta en el clima, la atmósfera y los océanos, entender cómo se recuperaron y los cambios ocurridos en la zona de impacto.
La perforación, que inició el pasado fin de semana, durará cerca de 65 días y se contempla alcanzar, al menos, mil 500 metros de profundidad. En estos días “esperamos completar la fase preparatoria; seis expertos se trasladaron a la plataforma de perforación para encargarse del conjunto de laboratorios durante las siguientes semanas. Al concluir ese lapso, un segundo grupo los reemplazará para cubrir la siguiente etapa”, dijo Urrutia Fucugauchi.
En la Misión 364 participan 30 científicos, de los cuales tres son mexicanos: el propio Urrutia; Ligia Pérez Cruz, investigadora del IGf, quien forma parte del grupo inicial a bordo; y Mario Rebolledo, del Centro de Investigación Científica de Yucatán (CICY). A ellos se suman especialistas de Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Japón y Alemania.
La huella del impacto
El cráter Chicxulub, producto del impacto de un asteroide de grandes dimensiones hace alrededor de 66 millones de años, se formó en un tiempo muy corto: en tres segundos, el agujero producido por el meteorito tenía más de 10 kilómetros de profundidad, y en cinco segundos perforó la corteza terrestre 25 kilómetros. En ese lapso se eyectaron grandes volúmenes de material y se formó una cavidad transitoria, que duró pocos instantes.
En las etapas finales de formación del cráter se crearon las estructuras centrales y las cadenas montañosas, es decir, el anillo de picos, como los que existen, por ejemplo, en los cráteres de la Luna. “Entender cómo se formaron puede acotar los modelos y permitiría determinar qué tipo de esfuerzos moldearon la estructura final del cráter”, remarcó el también presidente de la Academia Mexicana de Ciencias.
Chicxulub tiene un diámetro de 200 kilómetros. En el momento en que comenzó el reacomodo de material, en los primeros minutos, se ensanchó la cavidad transitoria a su tamaño actual. En este proceso también se formó una zona de “terrazas” (una especie de escalones gigantes) que confirman el borde del cráter. En la actualidad la estructura está cubierta por casi un kilómetro de rocas; entonces, “no tenemos forma de tomar muestras de la base y requerimos perforar y sacar núcleos, cilindros de roca”.
Los trabajos se realizarán en el anillo de picos, con una altura de cientos de metros, de donde se espera obtener un registro de mayor resolución. “Cuando se estudian muestras de la parte del fondo del cráter no sólo se obtiene material depositado por sedimentación, sino el que se desliza de las orillas, y en ocasiones es difícil separarlos”. Al trabajar en ese anillo se intenta conseguir un registro de los cambios climáticos y ambientales producidos por el impacto, incluyendo registros de los microorganismos marinos.
También se pretende entender cómo el cráter pasó de ser una cavidad profunda y angosta, a una estructura somera –unos cuantos kilómetros– y más extensa.
Además de obtener un registro detallado del cambio climático y los efectos ambientales en la zona del impacto (que se podrán comparar con los de otras áreas para determinar los procesos de afectación), se podrá hacer un análisis a una escala mayor de tiempo y establecer cuánto tardó la vida en restablecerse.
En la época del impacto, la península de Yucatán estaba sumergida y se generaron tsunamis. En 2004, en el Océano Índico las olas del maremoto tuvieron una altura de 10 o 15 metros y entraron cientos de metros costa adentro; en este caso las olas fueron de mayor altura y avanzaron cientos de kilómetros tierra adentro.
Análisis de muestras y estudios iniciales
En la plataforma Myrtle, instalada la semana pasada en la zona de perforación, se ubicó una serie de laboratorios para que el material sea analizado por los seis investigadores. En esta primera etapa, México estará representado por Ligia Pérez Cruz, vicepresidenta de la Unión Geofísica Mexicana, quien se encargará del laboratorio de geoquímica. En la siguiente fase participará Mario Rebolledo, del CICY.
El grupo de investigación realizará los registros geofísicos para medir propiedades físicas; otros, en el área de química, harán análisis de caracterización de las muestras; unos más se ocuparán de los microfósiles, entre otras tareas.
Los análisis de comunidades microbianas, que es otro de los objetivos del proyecto, constituyen un reto para evitar contaminaciones asociadas a los procesos de perforación y recuperación de núcleos. Los estudios se concentran en las secciones más profundas de la perforación.
El proyecto forma parte de las colaboraciones del International Ocean Discovery Program, que financia la misión a través del consorcio europeo ECORD. Si todo va bien, en las siguientes semanas la Misión 364 recuperará las muestras de las secciones carbonatadas, el contacto carbonatos-brechas, las unidades de brechas y del anillo de picos y la secuencia de megabloques. Las observaciones y resultados iniciales serán reportados por el grupo científico a bordo, finalizó Urrutia.
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