Por: Melisa Carrillo
Hoy en día, una cantidad considerable de personas han subestimado la inteligencia de los niños y su capacidad de resolver problemas. Este grupo de personas considera que los infantes deben mantener un papel pasivo hasta que sean lo suficientemente grandes para comprender la vida e incorporarse al mundo real. Sin embargo, pareciera que ignoran su capacidad de comprender el mundo que los rodea y las relaciones humanas.
En el panorama actual, lleno de carencias económicas, y regido por la inmediatez, los padres y madres se ven obligados a permanecer más horas lejos de casa, atrapados en las tareas de oficina, el tráfico o el transporte público, y para el momento en que llegan a casa, están demasiado cansados o estresados para dedicar tiempo de calidad a los niños.
En algunas ocasiones, los padres hace uso de frases como ¡Te metes a la casa porque lo digo yo!,¡Porque soy tu madre y punto!, en un intento por reafirmar su papel de autoridad, y recordar a los pequeños su papel pasivo, sin pensar que los pequeños son seres inteligentes, curiosos y sensibles, con la capacidad de entender perfectamente una situación si se les explica de la forma adecuada.
Los niños aprenden todo lo que ven, son como esponjas que absorben todo lo que les rodea. Es cierto que no pueden diferenciar entre la realidad y la fantasía hasta cierta edad, pero también lo es, que la personalidad de un niño ya está definida a los cinco años.
A pesar de lo que mucha gente se empeña en creer, los niños no nos pertenecen realmente, son pequeñas personas que necesitan protección, amor y comprensión.
Es por ello que las actitudes y acciones de los padres, influyen en los niños profundamente. Si el padre miente constantemente, el niño aprenderá a utilizar la mentira a su beneficio, si su madre no habla mucho con él, es probable que el niño no se convierta en un buen conversador, peor aún, una madre con tendencias depresivas no podrá infundir suficientes ganas de vivir a un niño.
Los niños son curiosos por naturaleza, y eso llega a irritar a algunos adultos, que no comprenden que para ellos este mundo es nuevo, grande y maravilloso, con montones de cosas que ofrecer.
En cierta forma, los niños se asemejan mucho a los primeros humanos en la tierra, caminando descalzos por el jardín, haciendo pequeñas estructuras con la arena, y corriendo casi desnudos por la casa.
Con sus manos, construyen pequeñas fortificaciones, edificios, casas y frentes, y con su mente, se las arreglan para construir mundos extraños, en el que pueden volar e ir a cualquier parte del mundo con solo pensarlo. Sin la existencia de muros ni fronteras.
Para los niños la vida es bastante simple. Primero, hay que satisfacer las necesidades primarias, y después, ingeniárselas para conocer un amigo, vivir una aventura o aprender algo nuevo.
En ellos, viven la curiosidad, la creatividad, la fraternidad entre todos los seres que existen en el planeta, la bondad, la amistad, el amor, la tolerancia… Características que parecieran escasear en el mundo actual, viven en el corazón de nuestros niños.
Algunas veces, los adultos olvidan que también fueron niños, y que hoy, al hacerse mayores y adquirir cierto conocimiento y experiencias, representan el presente de la humanidad.
Por eso, en éste Día del Niño, dejemos a los niños jugar e imaginar un mundo nuevo que les pertenezca sólo a ellos. Sin prejuicios sobre lo que un niño o niña debe vestir, hacer o sentir. Sin que se juzguen su orientación sexual, sus inclinaciones profesionales o sus juguetes favoritos.
Dejemos que imaginen un mundo sin barreras, en el que el color de piel, la cantidad de dinero en el bolsillo o la religión que practicamos no nos hagan diferentes de los demás.
Dejemos a los niños jugar e imaginar un mundo nuevo, en el que la humanidad no haya perdido la capacidad de asombro, y la alegría de vivir.
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