Por: Oswaldo Rojas
Hasta hace una década la gente admiraba a determinados individuos por su fuerza, figura o conocimientos. Eran las llamadas vacas sagradas. Pero con la aparición de la era digital inició un cambio que parece a todas luces inevitable: la pleitesía por personajes más “terrenales”. Los ídolos de barro. En horabuena, todos podemos ser famosos.
Es la forma en que se explica cómo youtubers, policías en topless, borrachos carismáticos y hasta políticos -evidentemente proselitistas- han escalado en el ranking de popularidad hasta tener a una masa social pendiente de sus peripecias a través de redes sociales. Bastan quince minutos de fama para hacer que estos hombres y mujeres se coloquen como los nuevos rostros de alguna marca, de algún movimiento y hasta para volverse best seller en las mesas de novedades.
Hemos vulgarizado la admiración. La hemos colocado justo en donde es más fácil para creer que se puede acceder a ella.
La filósofa alemana Hannah Arendt escribió tras la Segunda Guerra Mundial que durante los años que duró la conflagración, sucedió la ‘banalización de mal’. Es decir, crímenes de lesa humanidad pasaban por correctos o lógicos por haber sido disueltos en el ideario social. Así, personajes que colaboraron explícitamente en el holocausto fueron incapaces de entender porque sus actos se consideraban como crímenes.
Esta lógica pareciera haber mutado para adaptarse a la estupidez. A la masa no le interesa ya el contenido del discurso. Por eso aceptamos como normal, o por lo menos gracioso, que seres esencialmente torpes, incógnitos, vulgares, acaparen el top de popularidad.
Permitimos, apenas con algo de sarcasmo, que ganen un terreno en sitios que bien servirían a la discusión, a la inclusión de ideas, al derrumbamiento de mitos. Lo hacemos porque creemos que las redes sociales son tierra de nadie y que, de una u otra forma, todo está permitido.
En estos momentos de la era de los ídolos de oro vale la pena fijarse en que muchos entrarán en una absurda competencia por ver quién resulta más popular, de barro, cuando lo necesario sería que las redes sociales se conviertan en acercamiento y no en odio a través de ellas, no ver quién critica más y de la peor manera a otros que ni siquiera conoce.
La era digital abrió las puertas al diálogo. Y nosotros la usamos para salir a ver el circo.
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