Por: Colectivo 2452 FES Aragón/
Yazmín tiene 46 años. A su edad, ya es jubilada del Seguro Social. Estuvo casada de 1998 a 2006 y no volvió a contraer matrimonio, ya que lo vivido de niña le dejó claro que no necesitaba un hombre para sentirse realizada, pues desde que tenía uso de razón sus padres discutían todo el tiempo por cosas muy absurdas, aunque para la gente aparentaban ser la pareja perfecta.
“Con mis hermanos nos metíamos a un clóset cuando mi papá llegaba ebrio a la casa y discutía con mi mamá; llegaron a los golpes casi siempre, entonces juré que cuando estuviera casada y con hijos no permitiría que vivieran toda esa violencia”.
El divorcio es un alivio en casos extremos: abusos sexuales, violencia, consumo de drogas, alcoholismo e infidelidad dañan la integridad de una familia. Las historias coinciden y en esta época ya nadie quiere ser víctima.
“Todo parecía estar perfecto. Saqué un crédito para una casa, chiquita. En el trabajo hicieron una rifa y gané un Tsuru color vino. No sé a qué santo puse de cabeza, pero gané. Yo no podía ser más feliz: mi matrimonio era maravilloso y en casa no había peleas, pero eso cambió en 2006. Él se enojaba por cualquier cosa, después del trabajo se iba y llegaba en la madrugada; ya no aportaba nada a la casa y yo corría con todos los gastos, pedía tarjetas de crédito a mi nombre porque él debía dinero a varios bancos. Un día llegó con manchas de maquillaje en el cuello, cuando yo ni usaba”, continúa Yazmín su relato.
Las ideas de las mujeres han cambiado con el paso de los años. Ya no queda nada de ese “y vivieron felices para siempre”, aunque podemos encontrar todavía a quienes han logrado tener una relación longeva.
Doña Lilia se casó en 1960, a los 18 años y fue afortunada en “salir de blanco. Si eras mujer no podías elegir con quién pasar el resto de tu vida, simplemente llegaba el hombre a la casa de tus padres a pedir tu mano, si corrías con suerte y tenías un padre gentil tenías la opción de rechazar o aceptar al caballero, de otro modo te casaban con él sin importar que nunca hubieran cruzado palabra”.
El futuro le daría una vida plena con nueve hijos educados con valores tradicionales a lo largo de 49 años.
Pero no todo es miel sobre hojuelas. En el siglo XXI se vive otra realidad para tener una relación sólida. En caso contrario influyen circunstancias como el trato, la edad, condición social, económica, formación académica y desarrollo personal, así como la familia. Dentro de esos factores se encuentran muy arraigadas las concepciones tradicionales que definen el continuar aun con todo lo malo.
“En mis tiempos no existía el divorcio si alguien llegaba a separarse era porque el hombre así lo quería y se daba por hecho que era porque la mujer no era una buena ama de casa o no podía tener hijos”, dice la señora Lilia.
Detrás de esta mirada tradicional están las ideas religiosas, las costumbres y un sinfín de circunstancias, pero pocos lo ven así, menos en el ámbito urbano, ya que a veces las parejas se casan porque ven en el otro una oportunidad de ser salvados. El punto de partida de tales matrimonios es una distorsión de la futura realidad conyugal donde no hay un desarrollo personal por alguna o ninguna de las partes. Es entonces donde se espera que el otro pueda ayudar a su realización.
Asimismo, la pareja también observa la desventaja de su acompañante y desea ayudar a repararlo. Esto puede generar una interminable codependencia que puede extenderse hasta después de la ruptura.
El matrimonio está sujeto a cánones de validez. La religión representa uno de los factores más influyentes por el proceso tomado con los años, lo que cambia según los conceptos entre doctrinas y la región.
José Guadalupe Sánchez, diácono de la capilla del Sagrado Corazón de Jesús nos dice: “La Iglesia cristiana considera al matrimonio como el acto de unión entre dos personas, una alianza entre la pareja y Dios creando un compromiso de fidelidad y amor, con fundamento en Mateo 19,6 el cual nos dice ‘Así que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe’. Sin embargo, los tiempos cambian y la Iglesia ha modificado sus reglamentos, pues no existe el divorcio, sólo la nulidad en algunos casos y bajo proceso en el Tribunal Eclesiástico”.
Los números
De acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) la tasa de divorcios en México aumentó casi cuatro veces desde 1986; de forma curiosa, cada vez son menos las parejas que deciden casarse. Con base en registros administrativos, contrario a la tendencia hacia la baja de los matrimonios, desde 2010 han sido 86 mil las rupturas, en 2013 109 mil y en 2017 el dato se acerca a los 150 mil (147mil 581 trámites). De estos, 147 mil 368 casos son relativos a personas de diferente sexo y 213 disoluciones corresponden a cónyuges del mismo sexo, ya que en algunas entidades se pueden casar desde 2014.
No sólo los que han vivido una ruptura de este tipo son la voz cantante en el tema. Quién puede ser experto más que las parejas observadoras y que han durado mucho tiempo.
El matrimonio Román-Rojo, con más de tres décadas juntos, mantiene sus reservas frente al divorcio. Alfonso afirma que no debe tomarse esa decisión a menos que haya una razón que afecte el desarrollo de los hijos. “Si hay infidelidad, golpes, violencia, de cualquier otro tipo, mejor que se separen. Si hay celos, también. Unos maridos luego andan casi casi queriendo encerrar a la esposa. Así ya no, mejor sí divorciarse. Porque así no estás a gusto tú, ni está a gusto ella”.
Eloísa ha visto a matrimonios desmoronarse con preocupante frecuencia y cree que algunos tienen sus razones: “Se divorcian por la rutina, la monotonía, se aburren de la misma persona tanto tiempo y conocen a otras y pues adiós. Ahorita ya es normal, personas que yo conozco, un montón, se han divorciado; compañeras de trabajo, primas, tías, amigas. Uno, tenga la edad que tenga, necesita su espacio. Yo siempre he dicho eso. Un tiempecito para tus diversiones, tus hobbies. No pueden estar juntos todo del tiempo”, por lo que después de la emergencia sanitaria por el Covid-19 seguro bastantes parejas desharán su compromiso.
Algunas religiones no permiten el divorcio, aunque en el caso de la judía se apoya en la necesidad de él. Ahí las parejas, como en cualquier otra, hacen un compromiso espiritual. Cuando deciden poner fin a su matrimonio el hombre debe conceder el guet a su pareja, documento que se alberga en la Torá. Después de esto ambos son libres.
Ellas se divorcian y vuelven a casarse sin la más mínima crítica, pero el hombre debe proporcionar sostén económico a su expareja. Esto se toma en cuenta como un motivo para firmar.
En la sociedad mexicana y si se toma en cuenta que impera la crisis económica, en algunas ocasiones el trámite representa el desembolso de una fuerte cantidad de dinero, lo que nos lleva a otro obstáculo: la contratación de un abogado puede variar (causa de separación voluntaria, exprés, administrativa y necesaria). Por ejemplo, uno incausado (exprés) varía entre los 10 mil y 15 mil pesos su costo.
De acuerdo con el licenciado en derecho Francisco Rueda, quien ha ejercido la especialidad familiar por 50 años, esto puede traer problemas en el futuro, ya que uno llevado correctamente debe tener una anotación marginal en el acta de matrimonio, la cual indica que ha sido anulado, acción que en los divorcios exprés no se hace”.
Para que un ciudadano mexicano se divorcie sólo necesita expresarlo a un abogado y en caso de haber bienes de por medio la pareja se tiene que poner de acuerdo. El proceso dura 15 días o incluso menos, pero trámites como la separación del menaje, pensión alimenticia o la patria potestad de los hijos puede llegar a tardar meses.
NOTA: Este reportaje fue elaborado por alumnos de la Facultad de Estudios Superiores Aragón.
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