Por: Redacción/

Cuando la posverdad cunde en los medios de comunicación e invade el ámbito del conocimiento, los historiadores “deberíamos plantearnos objetivos asequibles, tales como recuperar la verdad como idea regulativa de la práctica historiográfica”, propuso el doctor Carlos Illades Aguiar, investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

En su discurso de ingreso como miembro de número a la Academia Mexicana de la Historia destacó que resulta difícil trazar una posible salida a la crisis de la historia y, más todavía, remontar el abandono de la perspectiva científica de esta disciplina. Habrá, como siempre, distintas interpretaciones del pasado, algunas más certeras que otras, con mejores argumentos, métodos más refinados y mayormente apegados a la evidencia disponible, pero cuando menos es posible todavía “distinguir lo verdadero de lo falso”.

Premio de Investigación Edmundo O’Gorman en Teoría de la Historia e Historiografía que otorga el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el doctor Illades Aguiar precisó que “el pensamiento marxista aporta a la historiografía la necesidad de la reflexión teórica, la preocupación de los aspectos materiales en la reproducción de las sociedades y una perspectiva de la historia como global”.

El académico de la Unidad Cuajimalpa de esta casa de estudios se refirió al historicismo de Edmundo O’Gorman, al empirismo de Silvio Zavala y a una tercera corriente que transitó a lo largo del siglo XX para proponer una revisión crítica y teórica de la historia sustentada en el pensamiento marxista.

O´Gorman, al lado de Silvio Zavala, fijó el canon mexicano en la materia en el siglo XX, al sostener que la historia significó para muchos dialogar con la obra ogormaniana, tomar postura respecto del discípulo de José Gaos y hacerse cargo de los límites de la práctica historiográfica definidos por el autor de La invención de América.

El marxismo que llegó a México al final de la Revolución Rusa influyó en Vicente Lombardo Toledano, primero en interpretar la historia nacional a partir de la perspectiva de dicho modelo teórico y en un contemporáneo de él, en 1942, Wenceslao Roces, quien no sólo reforzó la docencia y el conocimiento de esa corriente y su historiografía, sino que proveyó la biblioteca marxista al mundo hispánico mediante las ediciones que hizo en el Fondo de Cultura Económica, entre otras editoriales.

Al reconocer la labor de ambos intelectuales dijo que antes de la ingente labor de traducción del comunista español, la literatura marxista disponible era muy pobre en el medio mexicano y la generación de Roces sentó las bases de la tradición comunista, la cual se vio favorecida por la educación socialista que filtró este pensamiento teórico al sistema educativo nacional.

Mientras el ideólogo teziuteco empleó las categorías marxistas para racionalizar la historia del país, las traducciones del comunista asturiano –más los impresos de Editorial Popular– proveyeron el combustible para despegar en la obra de José Revueltas, Adolfo Sánchez Vázquez y Eli de Gortari. Con Sánchez Vázquez, De Gortari compartió la cátedra, y con Revueltas, la prisión, señaló el investigador.

Más tarde, con la generación de Enrique Semo Calev esa ideología recorrió transversalmente las disciplinas sociales asentándose en las universidades públicas en proceso de masificación; el cosmopolitismo intelectual del historiador búlgaro-mexicano le permitió traer al debate nacional las grandes discusiones del marxismo europeo, la Teoría de la Dependencia y la historiografía anglosajona, ofreciendo una explicación consistente sobre los orígenes del capitalismo en México.

Luego de esta esta revisión sobre el pensamiento comunista en México, el doctor Illades Aguiar comentó que lo que representaron la Revolución Rusa y los frentes populares para la primera generación marxista, lo fue el movimiento estudiantil de 1968 en las subsecuentes.

La hegemonía neoliberal y el colapso socialista, sin embargo, modificaron el horizonte de comprensión en las humanidades y las ciencias sociales. Los grandes relatos de la modernidad y la verdad ilustrada perdieron terreno frente al retorno de los irracionalismos filosóficos en la posmodernidad.

Autores como “el antiguo izquierdista de Socialismo y Barbarie, Jean-François Lyotard, convenció a muchos de que –apunta Perry Anderson– la democracia liberal era el horizonte “irrebasable en el tiempo. No podía haber nada más que capitalismo. Lo posmoderno era la condena de las ilusiones alternativas”. Y, en 1989, el famoso ensayo El fin de la historia, de Francis Fukuyama, auguró que la democracia liberal y el mercado reinarían por siempre, con lo que la historia se reduciría a un mero transcurrir del tiempo, apuntó el doctor Illades Aguiar.

Tal pronóstico lo hizo suyo el encuentro La Experiencia de la libertad de 1990: “parece que asistimos al fin del marxismo”, expresó Octavio Paz al cerrar la primera de las mesas. Actualmente, señalaba Fredric Jameson con fina ironía, “es más fácil imaginar el fin del mundo que imaginar el fin del capitalismo”.

Para el investigador del Departamento de Humanidades de la UAM es difícil trazar una posible salida a la crisis de la historia y, más todavía, remontar el abandono de la perspectiva científica de la disciplina, “pero quizá deberíamos plantearnos objetivos asequibles, entre ellos recuperar la verdad como idea regulativa de la práctica historiográfica, más ahora cuando la posverdad cunde en los medios de comunicación masiva e invade el ámbito del conocimiento”.

Un segundo objetivo podría ser “pensar históricamente”. Esto es, diferenciar el presente del pasado y ofrecer la hipótesis de que el futuro será distinto de ambos, con el fin de formar nuevas cadenas de sentido que hagan inteligible el proceso histórico.

“Como Marx descubrió hace 150 años asumir que el capitalismo es un sistema mundial que domina, integra, subordina o destruye cuanto encuentra a su paso, y que ha convertido lo humano en mercancía, lo que fue entonces una intuición visionaria, ahora es la experiencia vital común de miles de millones de personas”.

En consecuencia, “la posibilidad de entenderlo y hacer comprensible nuestro presente, obliga, como antaño, a una mirada global, a reunir los fragmentos dispersos, documentar la historia y continuar dignamente el combate por la disciplina –para utilizar la expresión de Lucien Febvre– ofrecida por el marxismo”.

En su mensaje el doctor Javier Garciadiego Dantan, presidente de la Academia Mexicana de la Historia, señaló que el ingreso del doctor Illades Aguiar es un parteaguas en la vida de la institución y de hecho “su llegada a esta corporación puede ser vista como un doble parteaguas, porque es el primer colega que proviene de la UAM y el primero de nosotros que practica la disciplina con el soporte teórico y metodológico del marxismo”.

Acaso podría ser un parteaguas triple, pues “no veo otro miembro que haya tenido al movimiento obrero como objeto de estudio. El tema de los obreros como clase social propia de la modernidad, con los artesanos como sus antecedentes inmediatos, también es una aportación que nos trae nuestro nuevo integrante”, señaló el doctor Garciadiego Dantan.

El investigador destacó los campos de interés del doctor Illades Aguiar, comenzando por un temprano interés en la Revolución Mexicana; el análisis de los artesanos, con el que se inició en el estudio de los trabajadores; el de la historia regional, pero sobre todo es reconocido por sus estudios sobre las primeras ideas socialistas en México.

“Para mí la etapa más fructífera del Profesor Distinguido de la UAM es la que ha dedicado durante los pasados 10 años al estudio del socialismo, de las organizaciones de izquierda y del marxismo mexicano, desde mediados del siglo XX hasta nuestros días.

“Agradezco al doctor Illades, porque su ingreso a esta Academia es prueba de que ésta, su nueva casa, está abierta a todas las instituciones, a cualquier teoría historiográfica, a todos los temas y posiciones políticas”.