Por: Redacción/
La UNAM no sólo tiene presencia académica en diversas instituciones nacionales y extranjeras, diseñadas para impartir educación; también brinda servicios en las cárceles con el objetivo de apoyar el acceso a la justicia a favor de las mujeres en reclusión.
En el Centro Femenil de Readaptación Social (Cefereso) de Santa Martha Acatitla, el proyecto “Mujeres en espiral: sistema de justicia, perspectiva de género y pedagogías en resistencia”, cumple una década de vida, en la que ha logrado integrar a hasta 70 mujeres que, aseguran ellas mismas, han cambiado su situación y perspectiva de vida.
Con esta propuesta artístico-pedagógica, las mujeres en reclusión han logrado apropiarse de las paredes de la cárcel, al crear cuatro murales representativos: “El Grito”, “Fuerza, Tiempo y Esperanza”, “Caminos y formas de la libertad” y “Acción colectiva por la justicia”. Esta apropiación les permitió trabajar en sus procesos jurídicos y de emancipación.
“Mujeres en espiral” ha obtenido diversos reconocimientos nacionales e internacionales: En 2018, a Marisa Belausteguigoitia, académica de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) y quien inició y dirige esta iniciativa, le fue otorgada la Cátedra Andrés Bello de la Universidad de Nueva York, por el carácter extraordinario de esta labor.
En 2017, el proyecto logró el premio del 9° Festival de Cortometrajes Latinoamericanos Imágenes Sociales, por “CinEtiquetas: la/mentada de la llorona”, en la categoría Cortometrajes realizados por adultos mayores.
También, el premio del Festival Internacional de Cine de Fusagasugá, Colombia (FICFUSA), por el documental “Nos pintamos solas”, en las categorías de Mejor película y Mejor dirección. En 2014 fue distinguido con la ampliación de actividades culturales por su destacada contribución a la Subsecretaría del Sistema Penitenciario del DF.
En 2011, el Movimiento Muralistas Mexicano, a través de Muralistas Mexicanos por la Cultura Universal AC, les otorgó el título de Muralistas Honorarias por su trabajo en la creación de la obra “Fuerza, Tiempo y Esperanza”.
Con esta “aula expandida”, la espiral de la UNAM ha alcanzado al Cefereso, que se ha convertido en un “campus universitario” no sólo para quienes están privadas de la libertad, sino para el grupo interdisciplinario que trabaja en esta labor: académicos, artistas, activistas, servicios sociales, becarios, alumnos y egresados.
Se trata de un proyecto que funciona con giros conceptuales para tejer los campos jurídico, pedagógico y artístico, que posibiliten el acceso de las mujeres a la justicia. Busca interrumpir el concepto de la universidad que produce conocimiento entre la biblioteca y el aula, y conectarse con urgencias sociales, definió Belausteguigoitia.
Voces
En “Mujeres en espiral” el color es el lenguaje. La única forma de ingresar es siendo multicromático, no azul, como las sentenciadas; no beige, como las que están en proceso; ni negro, como los custodios. Ésa es la política implícita: desvanecer el gris de la piedra y del espíritu.
“Estamos unidas para compartir nuestras vivencias; somos personas que trabajamos nuestras emociones para sanar heridas. Aprendemos y creemos que nuestros anhelos y sentimientos son libres, para ellos no hay barreras”, dijo Elia, una de las reclusas.
En tanto, Lucero Sofía Marines, quien obtuvo en 2017 el segundo lugar del concurso de carteles “Por el porvenir”, organizado por el Programa de Derechos Humanos de la Ciudad de México, compartió que recibió un reconocimiento que la excarceló físicamente unas horas (le fue entregado en el teatro Esperanza Iris), pero de manera definitiva como artista.
Guadalupe Cruz tiene 52 años. Una noche de 2015 subió a una patrulla para recibir auxilio por una riña que involucraba a sus familiares, pero cuando llegó al ministerio público ya estaba acusada de homicidio. “Mujeres en Espiral me ha ayudado a levantar la voz. No me rebelaré con violencia, sino con derechos”.
Aída Blanco recordó que comenzaron a pintar en papel hasta que intervinieron los muros y los caracoles grises (rampas en forma circular), que hacían tétrico el lugar. “Nos pusimos contentas porque ya había otra estructura de vida, el color nos daba alegría. Empezamos 15 y terminamos siendo 70, cifra que fluctúa porque algunas salen libres o se cambiaban de reclusorio”.
Gabriela Velasco lleva seis años presa, y evocó el laberinto del abandono, porque sólo se sabía expresar en náhuatl. “Por hablar mi lengua me trataron mal, porque ‘vienes de un cerro bajada a tamborazos’. Soy de un pueblo que se llama Tamazulápam, en Oaxaca; mis padres eran indígenas, ya fallecieron. A mí me costó mucho aprender español, pero tuve que hacerlo para no sufrir esos ratos de tristeza e ignorancia”.
Espirales
Patricia Piñones, coordinadora de formación en el área artístico-pedagógica del proyecto, académica del Programa Universitario de Derechos Humanos (PUDH) y docente de la FFyL, expuso que en 10 años se han conjuntado los aspectos jurídico, pedagógico, artístico, la investigación y la formación. “Trabajar con las reclusas implica hacerlo también con jóvenes universitarias de diversas carreras de la UNAM, que a veces es la primera vez que vienen aquí, y la primera que atienden desde su disciplina las urgencias sociales”.
Finalmente, Rían Lozano, coordinadora de prácticas artísticas en el área artístico-pedagógica y académica del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE), dejó en claro que el proyecto no es asistencial, sino académico y de creación.
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