Redacción.- Mensaje íntegro del presidente Andrés Manuel López Obrador durante la ceremonia conmemorativa de la Batalla de Puebla.
Ciudadano gobernador.
Integrantes del gabinete del gobierno federal.
Servidores públicos.
Soldados integrantes de las Fuerzas Armadas.
Nuestro país construyó el respeto a su soberanía con la lucha y el sufrimiento de varias generaciones de mexicanos. Y enfrentó, como pocas naciones, traiciones internas de conservadores y prepotentes intervenciones extranjeras.
Antes de la heroica Batalla de Puebla del 5 de Mayo de 1862 que hoy conmemoramos, nuestro actual territorio ya había sido invadido y colonizado durante 300 años por la monarquía española. La independencia nacional hubo de enfrentar y derrotar varios intentos de reconquista, y casi al mismo tiempo que los españoles dejaron de asediarnos con nuevos desembarcos en 1838 nos invadieron por primera vez los franceses en la llamada Guerra de los Pasteles.
Se le dio ese nombre porque el gobierno reclamante sumaba, a una deuda supuesta de 600 mil pesos 80 mil, en nombre de un repostero francés que exigía el pago por daños causados a su pastelería en Tacubaya, en la Ciudad de México, donde se había producido un disturbio. Obviamente detrás de ese ridículo pretexto estaba el interés de Francia de ocupar el vacío dejado por España para regresarnos a la condición de colonia.
El patriotismo se manifestó en los puertos del golfo, cuando nos invadieron de nuevo los estadounidenses. De modo que cuando la invasión francesa de 1862, ya los mexicanos sabían que la defensa de la patria era cuestión de vida o muerte. Esto explica en buena medida el por qué, en la Batalla de Puebla, no sólo lucharan militares dirigidos por el general Ignacio Zaragoza, sino también gente del pueblo, campesinos, indígenas, que fueron decisivos para escribir el célebre telegrama ‘Las armas de supremo gobierno se han cubierto de gloria’.
Aquí es importante reconocer en especial la participación de los pueblos originarios de la Sierra Nororiental de Puebla, que participaron en la defensa de la soberanía nacional. Como sabemos, esta batalla y la defensa posterior de Puebla, del sitio de Puebla, así como de otros actos de heroísmo, le permitieron al presidente Juárez ganar tiempo, organizar la resistencia y emprender su peregrinar hacia el norte.
Es también conocido que el presidente Juárez contó con el apoyo del presidente Lincoln. Además, el gobierno de Estados Unidos se abstuvo de reconocer a Maximiliano y ejerció presiones diplomáticas para que Francia pusiera fin a su aventura. Aunque la ayuda estadounidense estaba determinada por sus intereses en América Latina —ya se había definido la llamada doctrina Monroe, según la cual América para los americanos—, no hay duda, a pesar de eso, de que su comportamiento contribuyó a mantener viva la resistencia republicana, prueba de ello es que Juárez pudo utilizar la zona fronteriza como centro de operaciones de su gobierno, estuvo en el estado de Chihuahua dos años y un año en lo que se conocía en ese entonces como Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez.
Por otro lado, el imperio no fue lo que inicialmente imaginaron los reaccionarios del país, y el propio Napoleón III, el emperador Maximiliano resultó más liberal de lo que los conservadores en general y la Iglesia en particular esperaban o querían.
Maximiliano inclusive intentó negociar con los republicanos, pero su política de conciliación encontró siempre la negativa de Juárez. Es más, el archiduque mantuvo la misma estrategia de los liberales con respecto a los bienes del clero. Con el propósito de atraer aliados, decretó el 26 de febrero de 1865 el reconocimiento de la Ley de Desamortización de los Bienes Eclesiásticos y la Ley de Nacionalización, pero en realidad Maximiliano por invasor y extranjero jamás contó con el apoyo del pueblo de México.
El otro problema que enfrentó Maximiliano fue la escasez de recursos económicos. Al igual que los anteriores gobiernos mexicanos, los ingresos del imperio no alcanzaban a cubrir los gastos. Ante esta situación, el mismo Napoleón III se había desilusionado, y a finales de 1866 ordenó al general Bazaine que evacuara México debido a lo oneroso que ya resultaba el gobierno francés el mantenimiento de las tropas expedicionarias.
Adicionalmente, el entorno internacional había cambiado: la guerra civil en Estados Unidos había llegado a su fin, había triunfado el presidente Lincoln, amigo de México, y en París cundía una creciente preocupación por la política expansionista de Prusia, la cual derivaría cuatro años más tarde en la derrota del imperio francés y en la unificación de Alemania.
El proceso de retirada de las fuerzas invasoras avivó de inmediato al movimiento de resistencia a la intervención, por todas partes surgían ejércitos republicanos que ocupaban con rapidez las plazas abandonadas por los franceses. Aunque las tropas imperiales se embarcaban en Veracruz para abandonar el suelo mexicano, Maximiliano se aferraba al trono.
En esta circunstancia, su esposa Carlota emprendió un infructuoso viaje a Europa en busca de apoyo para el imperio que cada vez se desintegraba más. Sus gestiones fracasaron y la desesperación la condujo a padecimientos nerviosos que le impidieron volver a México para reencontrarse con su esposo.
En esa nueva situación favorable, Juárez inició su marcha hacia el sur y ocupó con relativa facilidad Durango, Zacatecas y San Luis Potosí.
En marzo de 1867 el general Bazaine quiso convencer a Maximiliano de que abandonara el territorio nacional; sin embargo, el emperador volvió a negarse. Esta actitud resultaba imprudente, pues ya para entonces el imperio no contaba con apoyo interno y el externo no pasaba de los buenos deseos.
La última y definitiva batalla se libró en Querétaro, donde Mariano Escobedo, al mando de 40 mil hombres, sitió la ciudad por casi 100 días, hasta que las fuerzas del imperio se rindieron. Maximiliano, Miramón y Mejía fueron capturados y sometidos a una corte marcial. A pesar de algunas opiniones, en contrario, Juárez no transigió respecto de los resultados del juicio y el 19 de junio de 1867 los prisioneros fueron fusilados en el Cerro de las Campanas.
Después del acto solemne de justicia, como lo llamó Justo Sierra, las fuerzas republicanas al mando de Porfirio Díaz tomaron la Ciudad de México y el 15 de julio Juárez llegó a la capital de la república triunfante para pronunciar un célebre discurso con una frase memorable: ‘Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz’.
Sin embargo, cuando se pensaba que el conservadurismo ya había borrado, ya se había borrado de la faz de nuestra tierra y ya se había alejado para siempre el peligro de las intervenciones extranjeras nuestro querido país hubo de sufrir todavía la dictadura porfirista y en plena revolución, en 1914, los estadounidenses nos volvieron a invadir.
Más tarde, costó mucho recuperar nuestro petróleo y otros bienes de la nación que Porfirio Díaz había entregado al extranjero, pero el sacrificio de los mexicanos nunca, jamás ha sido en vano.
La Revolución de 1910, iniciada por Francisco I. Madero, secundada por dirigentes sociales como los hermanos Flores Magón, como Villa, como Zapata, dio como resultado la Constitución más avanzada del mundo en cuanto a justicia social en 1917. Esa Constitución, aún vigente, garantizó el derecho de los campesinos a la tierra, mejores salarios, prestaciones para los trabajadores y otras acciones orientadas a garantizar la justicia social y el dominio de la nación sobre nuestros recursos naturales.
El petróleo es de la nación, como otros recursos de nuestro país. Sin embargo, en los últimos tiempos durante el periodo que nosotros llamamos neoporfirista, se puso en práctica la consigna de Lansing quien fue secretario de Estado durante el mandato del presidente Wilson en los años 40 del siglo pasado. Este jefe de Estado del gobierno estadounidense escribió con toda claridad lo que debían hacer desde el extranjero para dominarnos, aunque me he referido en diversas ocasiones a ese texto, es tan aleccionador, tan ilustrativo que es imposible no regresar a él una y otra vez. Pues, bien, en 1914 Lansing recomendaba:
‘México es un país extraordinariamente fácil de dominar, porque basta en controlar a un solo hombre, el presidente. Tenemos que abandonar la idea de poner en la presidencia de México a un ciudadano americano, ya que esto nos llevaría otra vez a la guerra. La solución —decía el secretario de Estado— necesita de más tiempo, debemos abrirle a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo de vida americano, en nuestros valores y el respeto al liderazgo de los Estados Unidos.
‘México necesitará con el tiempo de administradores competentes. Esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y eventualmente se adueñarán de la presidencia. Sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare un tiro, harán lo que queremos y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros’.
Como todos los mexicanos sabemos, este consejo se convirtió en profecía o en otro destino manifiesto; sin embargo, por la voluntad de nuestro pueblo de nueva cuenta esta subordinación o dependencia sólo se aplicó de manera transitoria, no duró, imperó únicamente durante el periodo de 1983 a finales de 2018, porque desde la llegada de nuestro gobierno inició la Cuarta Transformación de la República con una política económica en beneficio de todos, haciendo realidad una auténtica democracia, gobierno del pueblo y para el pueblo, no oligarquía que es el gobierno para una minoría con fachada de democracia.
Hemos mantenido buenas relaciones económicas y comerciales con los Estados Unidos, pero tratándonos con respeto y aprovechando mutuamente la vecindad en beneficio de nuestros pueblos.
Afortunadamente esto lo ha entendido el presidente Biden, quien siempre dice que nuestra relación debe darse a partir de la igualdad. Y eso lo agradecemos, porque México no puede negarse a la integración económica, menos ahora, que hay 40 millones de mexicanos viviendo y trabajando honradamente en Estados Unidos; miles de poblanos y de todos los estados de nuestro país, héroes, heroínas que en los momentos más difíciles por los que ha atravesado nuestro país, sobre todo por la pandemia, no dejaron en el abandono a sus familiares, no dejaron de enviar recursos para fortalecer la economía popular y que no se agravara la crisis de bienestar social.
Somos, como aquí se ha dicho, somos un país libre e independiente. Esa es la condición fundamental. Sí a la integración económica, sí a la cooperación, sí a una relación de respeto, sí a una política de buena vecindad, sí a la mistad entre nuestros, pero sin olvidar nunca que México es una nación libre, independiente y soberana.
Que no somos, ni queremos ser, nunca una colonia o un protectorado de ningún gobierno extranjero, trátese de Rusia, de China, de Francia o de Estados Unidos. México, lo dije al principio, se ganó con el sacrificio, con el sufrimiento, con la sangre derramada de hombres y mujeres su derecho a ser un país independiente y soberano.
Amigas y amigos:
El mejor homenaje que podemos rendir a quienes hace 162 años defendieron a la patria de la agresión y la voracidad extranjera es invocar su memoria para decirles que las y los mexicanos de nuestra, de esta generación, hemos recuperado la soberanía, la dignidad nacional y la libertad para decidir el rumbo de México, sin injerencias ni presiones extranjeras, que hemos establecido relaciones constructivas, pacíficas, respetuosas y en pie de igualdad con otros pueblos del mundo, que hemos dejado atrás una época de entreguismo y sumisión.
Estamos empeñados en construir un México verdaderamente democrático y en combatir la corrupción, la desigualdad y la pobreza, y que la semilla de ejemplo de los que lucharon en la Batalla de Puebla ha caído en tierra fértil; en suma, que en nosotros están vivos esos mejores hijos de la patria a quienes el general Zaragoza convocó aquí en Puebla a derrotar a los invasores.
¡Que viva el general Ignacio Zaragoza!
¡Que vivan los indígenas que lucharon por defender a nuestra patria!
¡Que viva el presidente Benito Juárez!
¡Que vivan nuestras Fuerzas Armadas!
¡Que viva la República!
¡Que viva la soberanía nacional!
¡Viva México!
¡Viva México!
¡Viva México!
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