Por: Redacción/
México ha sido convertido en una necrópolis y una de las situaciones más graves que podrían ocurrir en este momento difícil por el que atraviesa es “no sólo que la realidad nos parezca defectuosa, sino que la esperanza también”, sin embargo, las universidades son lugares de rescate, espacios donde alguien puede salvar un destino y encontrar un futuro, expresó Juan Villoro, primer egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) en recibir el Doctorado Honoris Causa por esta casa de estudios.
El escritor y periodista multipremiado –ganador, entre otros, del Xavier Villaurrutia por su libro de cuentos La casa pierde, y del Herralde de novela por El testigo– ingresó a la Unidad Iztapalapa en 1976 para estudiar sociología, pero con la firme convicción de dedicarse a la literatura: “quería ser autor”.
No obstante, “me pareció relevante tener una formación que pudiera dar un trasfondo más rico a mis preocupaciones”, centradas desde entonces en la literatura, la política y el periodismo, principalmente, sostuvo el autor de El puño en alto, poema que en los días posteriores al sismo del 19 de septiembre de 2017 fue publicado en medios de comunicación y se convirtió en tendencia en las redes sociales.
El nombramiento que el Colegio Académico de la UAM acordó otorgarle –por unanimidad, en la sesión 438– ha significado “un volver a casa”, porque “nada te puede dar más alegría que el reconocimiento de la gente que quieres y aprecias, y para mí el solo hecho de haber estudiado en la UAM la Licenciatura en Sociología fue un privilegio extraordinario”.
Su padre –el filósofo Luis Villoro Toranzo, también Doctor Honoris Causa por la UAM y primer director de la División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Unidad Iztapalapa– estaba absolutamente comprometido con el proyecto de la institución y contrató docentes que, en el contexto de las dictaduras latinoamericanas, enfrentaban dificultades para ejercer su labor en sus países, recordó.
“No me cansaré de agradecer a los exiliados argentinos, chilenos, uruguayos que fueron mis maestros, porque realmente se hizo un dream team de profesores de primera magnitud”, resaltó al rememorar sus años como parte de una de las primeras generaciones de la UAM –con apenas dos años de fundada– donde como alumno se enfrentó “a ciertos dilemas y desafíos que no había tenido, pero la universidad misma también los encaraba”.
Cerca de la Unidad Iztapalapa –un área en aquella época muy despoblada y prácticamente no urbanizada– había un convento de monjas vicentinas, un tiradero de basura, la cárcel de mujeres y “el paisaje mismo de la universidad era de pioneros, por lo que asistir a clases resultó una aventura extraordinaria”.
El integrante de El Colegio Nacional compartió su superstición –quizá ingenua, dijo– “de que si estudiaba letras en la universidad, lo que era un romance maravilloso se convertiría en un matrimonio por conveniencia y que mi pasión la tendría que someter a un currículum, un plan de estudios, una serie de asuntos que no quería que me influyeran”.
Por lo tanto decidió cursar una licenciatura que otorgara un trasfondo más rico a sus intereses y un soporte sólido a ciertas inquietudes, puntualizó en entrevista, de manera que además de ser becario del taller de Augusto Monterroso halló tiempo para la militancia en el Partido Mexicano de los Trabajadores y la realización de guiones en el programa de Radio Educación El lado oscuro de la luna, en el que daba cuenta de la contracultura del rock entendido como un fenómeno social y fue ahí donde “la sociología entró en mi ayuda mediante los estudios culturales”.
Con ese bagaje intelectual, el Doctor Honoris Causa por la UAM lamentó que “tenemos un México convertido en una auténtica necrópolis donde cada vez se descubren fosas comunes nuevas y más madres buscan a sus hijos”, sustituyendo al ministerio público porque no hay quien realice este trabajo por ellas.
“El nuestro es un país lastimado por la violencia, pero además por la desigualdad, la discriminación” y por una democracia imperfecta debido a que los partidos han descubierto que ésta no sirve para solucionar problemas, sino para administrarlos, dedicándose a hacer pactos que les convienen a ellos, que van más allá de las ideologías y se rigen más por el interés de mantenerse en el poder que por llevar a la práctica sus convicciones.
Pero lo más difícil que podría ocurrir “es no sólo que la realidad nos parezca defectuosa, sino también la esperanza”, en momentos en que “estamos no únicamente ante una bancarrota del mundo ideal, sino ante la ruina de la ilusión, porque no siempre podemos concebir que hay una salida y no ver la luz al final del túnel me parece muy grave”.
Frente a esta realidad hay energías extraordinarias en la sociedad a las que no se está escuchando, como la de los jóvenes, y “me parece gravísimo que no pueda haber un camino para ellos”, calificados de ninis en el sexenio de Felipe Calderón, luego de lo cual se hubiera esperado una política que remediara esta situación, sin embargo no la hubo y para algunos la mejor opción de obtener un sentido de pertenencia, dinero rápido, códigos compartidos y cierto prestigio social es incorporándose a una banda del crimen organizado.
No existe para una buena porción de ese segmento de la sociedad una salida laboral, educativa, social, deportiva o religiosa, “por lo que tendríamos que construir entre todos, con urgencia, esas oportunidades para que puedan expresar la energía que indudablemente tienen, ya que no podemos pensar en un país del futuro si no hacemos algo por quienes ejercerán ese porvenir”.
En ese contexto, las universidades, sobre todo las públicas –a las que hay que defender de muchos ataques– se convierten en espacios de rescate donde alguien puede salvar un destino, encontrar un camino certero y un mañana; de igual manera es importante que las instituciones estatales sean sitios noticiosos donde se discuta lo que pasa en la nación y que generen sus propias noticias, especialmente en la UAM, cuyo lema es Casa abierta al tiempo.
“Como alguien que ha impartido clases en instancias del extranjero, me ha parecido siempre que la gran diferencia es que la universidad pública nacional es un órgano vivo permeado de lo que ocurre en México donde las discusiones políticas, culturales y religiosas están en una encrucijada, que es la propia casa de estudios”.
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