Por: María Manuela de la Rosa Aguilar/
Hace dos años, precisamente el 19 de septiembre del 2017 se registró un sismo de magnitud 7.1 MW (magnitud de momento sísmico), que conmovió a toda la ciudad de México, un temblor cuyo epicentro estuvo apenas a 150 kilómetros y causó dolorosas muertes, las más sentidas, las de niños.
Se conmemoraban 32 años del terrible sismo que cambió a México para siempre, un México que lloró por sus miles de muertos, cuyas cifras oficiales muy conservadoramente varían de 3 a 10 mil desaparecidos, pero de acuerdo con estimaciones de diversos analistas oscilan de los 40 a 60 mil y tal vez nunca sabremos la cifra exacta.
Esa sorpresiva mañana del 19 de septiembre de 1985, al as 7:19, hora del centro, en que un sismo de magnitud 8.1 MW oscilatorio y trepidatorio, en poco más de 2 minutos hizo estragos en el entonces Distrito Federal, como si un monstruo gigante hubiera entrado para atacar a sus indefensos e inadvertidos habitantes.
Ese día, como miles de personas, una joven subteniente, estudiante de comunicación en la Escuela Nacional de Estudios Profesionales Acatlán, (hoy FES Acatlán), a bordo de una combi se dirigía a su trabajo, como encargada de las noticias de la Revista del Ejército y Fuerza Aérea. Iba leyendo, cuando de pronto se sintió muy mareada y levantó la cabeza, el transporte se movía cual lancha en un océano, levantó la mirada y notó cómo dos edificios en Chapultepec se mecían y con el roce de ambos caía la tierra y parte del aplanado, sin duda estaba temblando.
Al llegar a la Secretaría de la Defensa Nacional, unos quince o veinte minutos después, se sorprendió al ver todo un dispositivo de ambulancias y personal de rescate de la brigada de ingenieros, listos para trasladarse a las áreas afectadas. En 34 años no se ha visto otra institución con este nivel de organización.
Todo el personal militar fue acuartelado de inmediato para hacer frente a tal contingencia. El mismo general secretario ya andaba haciendo un reconocimiento por aire para mayor precisión en la ayuda: El Plan DN-III-E se activó con toda su capacidad.
En menos de una hora el Estado Mayor ya había integrado el COMPLAN (comité de planeación), formado con especialistas de muy diversos ámbitos, tanto operativos, de servicio y administrativos. Me refiero a oficiales de Estado Mayor, ingenieros, médicos, intendentes, especialistas en comunicaciones, personal de todas las secciones, de planes estratégicos, de inteligencia, de sanidad, de operaciones, de recursos materiales, etc…
El COMPLAN se encargaría no sólo de la organización y operación del Plan DN-III-E, sino de hacer acopio, seguimiento y procesamiento de toda la información.
Por la magnitud del desastre, difícilmente el ejército podría hacerlo todo, porque los zapadores obviamente no podrían remover tal cantidad de escombros, aun ayudados con tropas de las unidades de arma, ni el personal de sanidad; pero el grado de organización y el contar con protocolos para casos de desastre por supuesto que harían la diferencia, con la ayuda invaluable de la población civil.
En aquella época la mayor tecnología eran las máquinas eléctricas, así que prácticamente todo se realizaba manualmente; no obstante, la eficiencia de esa organización era sorprendente, porque se llevaba todo al detalle.
La actuación del Ejército estaba considerada, era una emergencia que había que atender con la más alta prioridad y así se haría coordinando todas las actividades.
Ese sismo fue tan devastador que destruyó toda la infraestructura de comunicaciones, por lo que la ciudad quedó totalmente incomunicada. Incluso en el extranjero pensaron que la ciudad había desaparecido, pero gracias al ejército, la única vía de comunicación útil fue el PRC-74, que ya casi estaba en desuso.
Gracias a las transmisiones militares fue posible que el presidente tuviera comunicación con las embajadas y dar señales de vida. Por ese transmisor de radio y telegrafía militar que no se cae como los demás sistemas, el país no se quedó totalmente aislado. La vieja “chicharrita” de transmisiones militares sirvió para que en el exterior supieran de nosotros.
Sin embargo, algo realmente inaudito que ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad: los intereses políticos y la lucha por el poder se impuso a la necesidad de los mexicanos. El regente de la ciudad de México, muy amigo del primer mandatario, reclamó para sí el encabezar y dirigir las acciones de rescate y ayuda a la población, porque era el gobernante de la ciudad y reclamó su derecho a decidir sobre la suerte de millones de capitalinos. Argumentó ante el presidente que el general secretario estaba afectando los inmuebles dañados sobrevolando en helicóptero, por el ruido y movimiento de las hélices. Aunque, claro, después él lo haría repetidas veces.
Haciendo caso al amigo, el presidente designó al regente como coordinador general, supeditando al general secretario a las órdenes de este funcionario. Esto provocó horas de retraso y días perdidos, porque el político, que aspiraba a ser candidato a presidente de la República, realmente desconocía qué hacer y qué instrucciones dar, enfocándose en salir continuamente a medios con discursos de consuelo y esperanza.
Ese mediodía el general regresó a la SDN, furioso y con una gran impotencia, luego de recibir instrucciones en Los Pinos, ya que se le impidió actuar oportunamente, con lo que quizá se hubieran podido salvar muchas vidas. Porque se le ordenó bajar de la aeronave y ponerse a las órdenes del jefe de la ciudad, que tardaría unos días en decidir que, siempre sí, el Ejército hiciera lo suyo.
Así que, por órdenes superiores las tropas no pudieron desplegarse como se tenía previsto y la paralización de la institución fue crucial, generando una gran incertidumbre. Estaba todo listo, pero la subordinación y disciplina de impuso.
Se concentraron unidades de diversas zonas militares para unir esfuerzos y durante semanas estuvieron removiendo escombros, rescatando sobrevivientes, curando heridos, dando seguridad. Y con el paso de los días esa tarea se hizo más complicada, porque el olor era insoportable, pero había que estar ahí, respirando polvo y gases fétidos de los cadáveres. Ahí estuvo también la población civil, unida, solidaria y fiel a su estirpe.
Un tema que llamó mucho la atención de los medios y sobre todo de la prensa internacional, fue el rescate de los bebés sobrevivientes del hospital Juárez, algunos de los cuales fueron trasladados al Hospital Central Militar.
La demanda de información por parte de lo medios y sobre todo los medios internacionales, fue el motivo por el que esa joven oficial, estudiante de comunicación, fuera enviada a atender a la prensa. Diariamente alrededor de 40 medios solicitaban información, entrevistas, visitas al hospital para saber de los bebés, o para acudir al campo militar, donde se concentraban valores rescatados y disponibles para ser entregados a sus legítimos dueños, previo a un protocolo establecido, ya que difícilmente los dueños tendrían en su poder algún documento. Al final, lo que no logró entregarse, fue puesto a disposición de la SHCP.
Cabe mencionar que en aquella época no existían las Direcciones de Comunicación Social, sino únicamente las Oficinas de Prensa. Y la Secretaría de la Defensa Nacional, aunque contaba en su estructura orgánica con un jefe de prensa, en la práctica no existía, ya que no daban importancia al cargo y eventualmente colocaban a alguna edecán para que condujera a la prensa en los eventos cívicos que realizaba.
Así, que en campo virgen, esa joven oficial fue la primera jefa de prensa de la SDN, un hecho inédito, desde la actual perspectiva, y que en un mundo de varones, nombrar a una mujer en un cargo tan delicado, es simplemente incomprensible. Pero era 1985 y para la institución era tal vez como nombrar a una edecán más, sólo que con conocimientos de comunicación. Y esa fue la ocasión ideal para dar forma, estructurar y establecer las funciones de lo que hoy es la comunicación social.
Una humilde subteniente que no sólo atendió a la prensa nacional e internacional sino que desde ese momento se ocupó de elaborar los boletines de prensa, los comunicados y discursos del mismo general secretario, la información para solicitudes específicas, el análisis de la información publicada, seguimiento de las noticias, atención a la prensa, resúmenes ejecutivos, estudios, opiniones, pero sobre todo, a dar asesoría sobre el manejo de medios. Aplicar en la práctica lo que se aprende en las aulas universitarias realmente hace la diferencia. Y no porque se le dijera qué hacer, sino que de propia iniciativa, viendo las necesidades y dándole la importancia a un aspecto realmente estratégico para cualquier dependencia, trabajando con verdadera pasión en esa nueva especialidad de la comunicación institucional. Una pionera en un mundo de hombres.
Y hay que recordar que aun no se generalizaban las computadoras, no había internet y apenas comenzaban los teléfonos celulares, que eran como unos tabiques y sólo los muy privilegiados poseían un aparato así. En ese entonces los boletines de prensa se enviaban por medio de un mensajero, así que imaginemos el esfuerzo que conllevaba el emitir información oficial a los medios. Pocos años después se usaría el telefax. Y hoy todo eso ya es historia.
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