Por: Redacción/
Los trabajadores junto con los sindicatos son los únicos capaces de reconstruir la ciudadanía para que ésta recobre la identidad y el lugar en la sociedad, subrayó el doctor Arnulfo Arteaga García, profesor-investigador de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Esas organizaciones deben recuperar su papel como interlocutores sociales, económicos y políticos que expresan los intereses de todos, por ejemplo, ante los procesos de globalización y pauperización del empleo es necesario impulsar el reconocimiento de derechos, retomando exigencias de nuevos actores y movimientos sociales.
El sindicalismo mexicano mantiene objetivos e intereses en favor de empresas nacionales y transnacionales o de autoridades locales, estatales y federales, como evidencia la ausencia de comunicados durante la reciente emergencia derivada de los sismos de septiembre, cuando “no se escucharon declaraciones o expresiones de preocupación de alguna organización respecto de lo sucedido, lo cual revela que no hay compromiso alguno ni vínculo con la sociedad”, resaltó.
De acuerdo con el académico del Departamento de Sociología, una de las causas que llevó a la desaparición de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro (CLFC) fue la falta de inclusión, ya que “si hubieran establecido una relación más directa con la ciudadanía, al día siguiente del cierre hubiéramos salido a las calles 26 millones de personas a defender su permanencia”.
Al dictar la conferencia La ciudadanía en el trabajo: ¿un camino a la igualdad? en elSeminario Divisional de Ciencias Sociales y Humanidades La desigualdad social en México: Desafíos y acciones transformadoras, el investigador ubicó los orígenes de la actual condición laboral y de vida en el inicio de la producción en masa durante el fordismo, el cual fue un proceso sin precedente que comenzó en la segunda década del siglo XX y se consolidó hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial.
“Pasamos del miserabilismo a la creación de la figura del trabajador opulento que consumía lo que él mismo producía, lo que resultó a largo plazo en la instauración del Estado de bienestar, es decir, la institucionalización de las condiciones para la acumulación del capital”.
El final de la Segunda Guerra Mundial “en realidad significó la lucha por la hegemonía entre las potencias imperialistas: Alemania, Japón, Italia, Estados Unidos y Gran Bretaña, mientras la industria bélica servía para afinar los métodos de producción en serie, colocándose entonces los sindicatos como un actor principal”.
Poco a poco en los lugares de trabajo se extendieron prestaciones en salud, vivienda o educación, logros que “fueron producto de luchas promovidas desde los sindicatos”.
Arteaga García mencionó que esas organizaciones entraron en crisis a partir del auge tecnológico, el cual modificó la productividad y la forma de gestión del trabajo, además de que produjo una transformación y desplazamiento de la mano de obra, abriendo paso a una nueva clase de trabajadores y a nuevas estructuras organizacionales más horizontales que permitieron flexibilizar las labores en función del mercado.
“Los sindicatos fueron incapaces de adaptarse al nuevo entorno, manteniendo estructuras jerárquicas sin dar lugar a la negociación ni entrar al proceso de globalización, pues sólo se quedaron en lo nacional, lo cual les impidió tener respuestas ágiles a las nuevas problemáticas y dio paso a modelos de corrupción interna”, puntualizó.
Ahora la situación se ha agudizado en el país, ya que seis de cada diez empleos son de tipo informal, siendo los más vulnerables los 2 millones de trabajadoras del hogar y los 300,000 despachadores de gasolineras, lo que coloca a más de la mitad de la población por debajo de la línea de pobreza.
“Desde la universidad tenemos que impulsar la formación académica y trazar trayectorias profesionales para los trabajadores administrativos, pues nuestras investigaciones deberían reflejar una vocación de cambio desde el interior, creando ciudadanos entre nuestra propia comunidad y luego hacerlo hacia fuera”, concluyó.
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