Por: Redacción
Sentirse fuera de lugar, sin un rol definido, sin control de las situaciones en el ámbito familiar, confundido, temeroso, carente de compromiso, apático, e incluso manifestar la impotencia emocional con actos violentos, es parte de la llamada crisis de la masculinidad.
Al ahondar sobre esta crisis, Ena Niño Calixto, de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM, indicó que los modelos tradicionales de educación del varón, al igual que los discursos sobre cómo ser hombre, comenzaron a devaluarse, entre otros motivos, por el cambio sociocultural que implicó que las mujeres estudiaran, trabajaran, aportaran recursos económicos a los hogares, y tuvieran una progresiva independencia.
Una de las consecuencias fue el desplazamiento paulatino de los hombres como proveedores y protectores, y la pérdida de su exclusividad en cuanto a autoridad y control en el seno familiar, situación para la cual no estaban educados ni preparados.
Esto, aunado a la presión social de lo que debe ser el mundo masculino, originó una carga de ansiedad, inseguridad y miedo en un entorno competitivo, en el que ahora emerge la mujer.
Del macho tradicional a la masculinidad transicional
La crisis de identidad masculina se debe a que la formación tradicional y los recursos que les inculcaron dejaron de ser suficientes para seguir siendo dominantes, y no les permite adaptarse a los cambios sociales y culturales de la época actual, resaltó la universitaria en el marco del Día del Padre, que en México se conmemora cada tercer domingo de junio.
Una de las principales preocupaciones de quienes experimentan la crisis de la masculinidad, y de la sociedad en su conjunto, es la pérdida del respeto de los hijos hacia la figura paterna.
No obstante, la especialista expuso que los hombres son los únicos que pueden determinar el modelo de padre y masculinidad que seguirán sus hijos: el tradicional autoritario o uno donde haya una transición a la participación activa, sin importar si las actividades por realizarse están asociadas a lo femenino; incluso un modelo innovador, “donde papá ya colabora, por disposición y convicción, en áreas del quehacer doméstico, cuidado y crianza de los hijos”.
En este último habría, además de la participación, una disminución de los conflictos familiares y de la competencia entre el hombre y la mujer, así como entendimiento, protección y reconocimiento de la autoridad paterna.
De igual manera, concluyó, los recursos que les inculcaron y que pareciera que han sido rebasados, deben entenderse como un sistema de pensamientos, enseñanzas, valores y creencias que pueden ser modificados y generar nuevos modelos a partir de la motivación al cambio, a fin de avanzar en una reconstrucción de lo masculino y lo que significa ser hombre, pareja y padre.
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