Por: Redacción

En el análisis de la evolución humana se han utilizado fuentes diversas de información aportadas por la paleoantropología a través del registro fósil, la anatomía comparada, la biología molecular, la genética, la biología del desarrollo, el estudio de la conducta animal y otras áreas de la biología moderna y de la antropología.

Esos datos han sido enriquecidos con las técnicas moleculares, entre otros avances científicos, que permiten, tanto analizar las diferencias y similitudes genéticas o cromosómicas, respecto del resto de primates y otros animales no tan cercanos como postular teorías sobre el origen geográfico de la especie.

Durante la mesa redonda La evolución en curso, realizada en la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), el doctor en Filosofía de la Ciencia José Luis Vera Cortés dijo que la evolución humana comprende discursos y problemáticas de la psicología, la filosofía, la paleontología, la antropología, la arqueología y la biología.

El especialista mencionó que es necesaria la confluencia de esta diversidad de disciplinas por los matices y las temáticas involucradas en el proceso de la evolución humana, “que en términos generales tiene que ver con el origen de la familia taxonómica a la que pertenecemos, surgida hace alrededor de siete millones de años y de la que somos únicos sobrevivientes”.

Hasta hace unos años se sabía muy poco del registro fósil y se hablaba de siete u ocho especies de homínidos, contra más de 20 o 25 en la actualidad, aun cuando algunas desaparecieron en tiempos tan recientes como hace 25 mil o 28 mil años, como los neandertales, que en términos de tiempo evolutivo “es casi un accidente que no nos hayamos topado con ellos”.

El registro fósil ha sido utilizado como evidencia directa para brindar certezas relacionadas con el método comparativo, es decir, con el comportamiento y la anatomía de los parientes vivos más próximos: los primates no humanos, explicó el académico.

El primer rasgo de hominización importante es el origen de la estación eréctil a la locomoción bípeda, que parece un suceso trivial, pero significa la mayor modificación anatómica del proceso evolutivo, ya que “pararnos en dos pies y desplazarnos de esa forma involucra un cambio estructural esencial”.

Otras características fundamentales fueron el incremento del tamaño y la complejidad del cerebro, a lo que se suman las primeras evidencias de la transformación consciente del entorno y la elaboración de herramientas.

Igualmente trascendente fue la aparición del lenguaje, que otorgó la capacidad de comunicación, “nuestra cognición y creatividad”, es decir, la llamada revolución abstracta asociada al origen de las gráficas rupestres, dijo el investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.

El doctor Jorge Martínez Contreras, Profesor Distinguido de la UAM, sostuvo que los humanos “no somos tan diferentes de los animales no humanos, pues nuestra gran semejanza con ellos es que por lo menos contamos con la capacidad de sufrir y frente al mundo animal tenemos un aprendizaje gigantesco”.

El investigador citó al anatomista inglés Edward Tyson, quien a partir de la comparación entre un chimpancé, un papión y un humano concluyó que el primero es orgánicamente mucho más cercano al tercero que al resto de los monos. También refirió que ahora se sabe que los neandertales, que han sido representados y descritos con formas barbáricas y primitivas, tenían culturas muy complejas.

El maestro Bernardo Yáñez, investigador del Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano, explicó que a finales del siglo XIX el hallazgo del pithecanthropus erectus, conocido como homo erectus, resultó ser la punta de lanza del estudio de la paleo-antropología, “porque entonces se empezó a considerar que este ejemplar podría haber sido una especie ancestral a la nuestra, y la idea de evolución empezó a cobrar sentido gracias a ese hallazgo”.

Los estudios de DNA antiguo tienen mucho peso en la actualidad, pero desde la mirada antropológica son reduccionistas porque tratan de marcar las diferencias a partir de la base genética, dejando de lado los aspectos sociales, culturales e históricos que pueden brindar un mejor entendimiento del proceso evolutivo.

La doctora e investigadora en filosofía de la ciencia Aura Ponce de León García, académica del Departamento de Biología de la Unidad Iztapalapa, explicó que la arqueología trabaja con la huella material más que con la biológica, y que da cuenta, entre otras cosas, de la utilización de piedras para crear herramientas, es decir, apropiarse del ambiente para satisfacer las necesidades.

También ha probado que la especie anatómicamente moderna surge hace 200,000 años en África y que desde entonces empieza a haber una mayor variedad en el registro arqueológico, con piezas más elaboradas y sofisticadas.

La doctoranda Alma Vega Barbosa, del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México, explicó que la evidencia más antigua de que se tiene registro data de hace 41,000 años, en la cueva El Castillo, en España.

Pero uno de los descubrimientos que dan inicio al estudio del arte rupestre es la cueva de Altamira, en Santander, en el Cantábrico español, donde se ubica el famoso techo de los bisontes.

Dicha cueva, descubierta en 1874, tuvo un papel protagónico en la historiografía del arte rupestre, aunque su primera documentación fue desestimada como un arte del paleolítico y fue hasta principios del siglo XX cuando iniciaron los estudios de arte parietal, considerando en definitiva los hallazgos de ese lugar.

En México hay registro de diversos lugares donde existe arte rupestre, pero el problema es que hay un presupuesto escaso destinado para su conservación, dejando muy poco margen para la investigación.