Por: Redacción/
El movimiento estudiantil de 1968 obedeció más a la espontaneidad de las masas que a un proceso continuo y la movilización que detonó rebasó las posibilidades de control tradicional por el Estado, en virtud de que el cimiento de la organización estaba en las bases y no en la dirigencia, expuso el doctor Guillermo Javier Rolando Garduño Valero, profesor de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Las brigadas actuaban sin esperar consigna alguna por parte de líderes, por lo que “resulta ridículo hablar de dirigentes del 68, ya que nunca existieron” y el trabajo era genuinamente de abajo hacia arriba, es decir, la movilización de las bases derivaba de la Asamblea General Permanente como órgano de toma de decisiones.
El docente del Departamento de Economía y protagonista de los sucesos de hace 50 años destacó el vertiginoso ascenso con que se constituyeron, desde las marchas del 26 de julio hasta el 18 de septiembre, cuando el ejército irrumpió en Ciudad Universitaria y se consolidó un movimiento atípico e incontrolable aun para las más sólidas instituciones de gobierno.
En un periodo de 54 días, al que siguió otro de 14 de represión brutal que culminó en Tlatelolco, curiosamente sumaron 68 los días que duró el movimiento, al que despojaron violentamente de su perspectiva innovadora, pero que marcó una importante huella del camino hacen la democracia en México.
Al participar en la mesa redonda 1968: El movimiento estudiantil popular, Armando Rendón Corona, investigador del Departamento de Sociología de ese campus, también enfatizó el carácter espontáneo de aquella movilización al expresar que “nosotros no tuvimos que fabricar un caudillo que nos pastoreara; no hubo alguien que se apropiara de la titularidad de este movimiento”.
El sociólogo Octavio Eugenio Solís Trovamala rememoró su papel protagónico en los sucesos previos al 2 de octubre de 1968, contextualizando los motivos que despertaron la organización estudiantil y su indignación frente al autoritarismo presidencial y su régimen despótico, antidemocrático y represivo acumulado durante décadas.
Las elecciones eran una ficción en la que el partido en el poder acaparaba los procesos electorales imponiendo a sus candidatos en todo el aparato estatal, en las cámaras de diputados y senadores, a los magistrados de la Suprema Corte de Justicia, los procuradores y los jefes policíacos, a los miembros del Servicio Exterior como embajadores y cónsules, así como las promociones dentro del Ejército y la Marina, además de que los medios de comunicación eran controlados totalmente por el Estado.
Las batallas de ferrocarrileros, maestros, médicos, mineros, petroleros, campesinos y estudiantes en los años previos, cuando muchos fueron perseguidos, encarcelados, desaparecidos y asesinados, sin duda detonaron el movimiento; las luchas estudiantiles ya se gestaban en escuelas normales de varios estados del país y en la Universidad Nacional Autónoma de México, y la cantidad de presos políticos que dejaron estas luchas se convirtió en una demanda central del movimiento estudiantil de 1968.
El Estado hacía maniobras para provocar enfrentamientos entre los estudiantes, como sucedió el 26 de julio de ese año, cuando Solís Trovamala y sus compañeros convocaron a una manifestación para apoyar la Revolución Cubana: “teníamos una excepcional forma de organización a través de brigadas políticas que nos permitían ser ágiles y eficaces propagandistas de nuestras ideas y acciones, que después adoptaríamos en todo el movimiento en expansión”.
Solís Trovamala recordó las consignas que coreaban a su paso por las calles centrales del Distrito Federal, como “Fidel, seguro, a los yanquis dales duro” o “Cuba qué linda es Cuba”, y cómo cuando la marcha se encontraba frente a la Torre Latinoamericana se enteraron de la represión en el zócalo a grupos de vocacionales, así que invitaron a jóvenes de otra movilización en el Hemiciclo a Juárez a encadenar los brazos para apoyar a quienes habían sido violentados.
“La unidad entre politécnicos y universitarios así quedó sellada”, y fue ahí cuando comenzó a forjarse el movimiento estudiantil de 1968. Al día siguiente, los medios de comunicación consignaban a los estudiantes como vagos, delincuentes y subversivos, sin embargo la movilización logró una organización sorprendente, echando mano del mimeógrafo y el megáfono para expresar las ideas a la población.
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