Por: Redacción/
Las violencias que se viven en México y el resto de América Latina, en las que está involucrado gran número de jóvenes, “han estallado, no tienen continente, están desbordadas y su matiz es grotesco, burdo, absurdo y siniestro”, expresó el doctor Alfredo Nateras Domínguez al participar en el Seminario Antropología y violencias, organizado por el Posgrado en Ciencias Antropológicas de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
El investigador del Departamento de Sociología de la Unidad Iztapalapa, quien desarrolló el tema De la criminalización de las juventudes al ¿“juvenicidio”?, propuso este último concepto para referir la situación que ese sector de la población latinoamericana enfrenta, ante la precariedad de sus entornos no sólo en términos simbólicos, sino materiales.
Los contextos más significativos que dan tesitura y cualidades a estas juventudes contemporáneas los dan “dos rostros”, no sólo el de la precariedad simbólica en términos de enfrentar cada vez más déficits de capitales sociales y culturales, sino material en relación con el hecho de que en México hay más de 60 millones de pobres.
También da cuenta de esta precariedad lo que el doctor Nateras Domínguez denominó como la desinstitucionalización respecto de aquellas instancias que constituían al sujeto social, tales como la familia y la escuela, pues “estamos ante el desdibujamiento del Estado benefactor y una ausencia, cada vez más notoria, en cuanto a sus funciones sociales, “es decir, que esa instancia y sus instituciones ya no están siendo modelos identificatorios para estas juventudes”.
Para el investigador los sujetos o actores que están ocupando ese vacío y llegando a esos espacios “de una forma emergente y que están proveyendo ciertos marcajes en la configuración de esos modelos identificatorios” son el narcotráfico y el crimen organizado.
Otro aspecto que se añade a los anteriores es el de las violencias, especialmente las de muerte “y en ese sentido he construido una metáfora de tal suerte que a mi entender que aquéllas en el caso mexicano y latinoamericano se han estallado, no tienen continente, se han desbordado, y entonces su matiz es lo grotesco, lo burdo, lo absurdo, el horror, lo siniestro”.
Así que “estamos ante un mercado o festival de las violencias de muerte en términos de su representación y significación en los espacios mediático y público, y en las narrativas institucionales”.
Del año 2000 a la fecha han muerto violentamente más de 230 mil personas en México, 150 mil de ellas eran jóvenes y la mayoría hombres; Susan Sontag decía que la guerra y la violencia son cuestión de hombres, pero de ello 75 mil son jóvenes matándose entre sí. Además las desapariciones forzadas han alcanzado una cifra que oscila entre 36 y 37 mil.
Nateras Domínguez consideró la pertinencia de “reinvertir el análisis teórico metodológico respecto a la narrativa de que las juventudes son violentas”, y si bien una parte de ellas la ejercen y otras la padecen, “actualmente las de México y América Latina padecen más las violencias”.
El discurso teórico e incluso también el antropológico ha saturado la mirada cuando estudia la violencia ligada a los jóvenes y visibiliza más cuando se ejerce que cuando se padece, en ese sentido “mi apuesta etnográfica es invertir ese eje de análisis para visibilizar, sin negar que la ejercen, que la padecen más”.
La criminalización no pasa para todas las juventudes, pues “si eres joven hombre o mujer, un poco indígena, afro, mestizo, medio negroide, si vives en Iztapalapa o Ecatepec, o cualquier barrio de la Doctores, además sospechoso de ser pobre “y tu estética corporal afea el paisaje neoliberal, tienes muchas posibilidades de ser detenido por los cuerpos de seguridad del Estado”.
En ese contexto, el juvenicidio es un concepto que hay que discutir, José Manuel Valenzuela, quien lo instauró refiere que tiene que ver con la muerte artera por la condición juvenil, pero no sólo en relación con su materialidad, sino también con una cuestión simbólica.
Apelando a un ejercicio de memoria colectiva por evitar el olvido y la insensibilidad social de estas violencias con signos de muerte que causan una inimaginable angustia miedo, incertidumbre rabia, indignación, tristeza y depresión social, recordó la represión contra estudiantes de 1968 y el halconazo en 1971, la matanza de Aguas Blancas en 1996, la masacre de Acteal Chiapas o la del Bar News Divine.
Además de San Fernando Tamaulipas donde fueron asesinados 72 inmigrantes de Centro y Sudamérica; en Villas de Salvárcar en Ciudad Juárez con 16 estudiantes asesinados, en Boca del Río Veracruz 2011, 35 ciudadanos ejecutados; en la Ciudad de México 13 jóvenes levantados y eliminados; en Tlatlaya, Estado de México, 22 jóvenes ejecutados por el ejército y 43 jóvenes desparecidos en Ayotzinapa, Guerrero.
Luego de mencionar casos similares en Colombia, Argentina, Brasil, Nicaragua, El Salvador y Honduras, dijo que en el imaginario de instituciones y autoridades, estos jóvenes los hacen fracasar y, por lo tanto, habrá que desecharlos. Sin embargo para estas juventudes el Estado y las instituciones son las que han fracasado ante la obligación de ofrecerles mejores condiciones de vida.
No Comment