Por: María Manuela de la Rosa/
Hace poco más de tres meses surgió la alerta en China del brote de Covid-19 un virus altamente contagioso que puso en riesgo a una ciudad de 10 millones de habitantes. Y se tomaron acciones inmediatas: se creó la infraestructura necesaria para atender la crisis; el gigante asiático reaccionó incluso con medidas drásticas. Nadie tomó en cuenta que la interconexión que este mundo globalizado ha generado y la rapidez con que se mueven personas, productos y materias primas alrededor del mundo.
Comenzaron a registrarse casos de contagios en todo el planeta: Asia, Europa y América; sin embargo hasta que prácticamente se extendió a todos los continentes la OMC decidió declarar la pandemia. Se registraban entonces casi 200,000 casos y en menos de un mes suman ya alrededor de 2 millones de contagiados y cientos de miles de muertos. Tal vez la cifra no represente mucho respecto al total de la población mundial, pero sí la rapidez con que la pandemia se ha extendido.
Y es claro que ningún país por desarrollado o rico que sea, cuenta con la infraestructura suficiente para enfrentar una crisis sanitaria como la que se está viviendo a nivel mundial vemos como países como Italia Alemania España y Estados Unidos se han visto rebasados en sus capacidades hospitalarias y humanas para resolver los miles de casos de Covid-19. Nueva York, la ciudad más emblemática y cosmopolita del mundo es la que ha sufrido más el rigor de esta pandemia, lo cual es natural, dada la afluencia internacional que tiene.
Uno de los sectores que más han sufrido por este virus son precisamente los médicos, quienes a falta de equipo de protección adecuado, se han estado contagiando, sumándose a los miles de pacientes. La cuestión es que si no se protege a los médicos y enfermeras ¿quién cuidará de los enfermos y no hay quien lo haga? Ellos son los profesionales que más deberíamos valorar, no sólo por su importancia sino por el heroico trabajo que muchos están realizando. Lejos de eso, en México y en otros lugares, donde priva la ignorancia, los profesionales de la salud han sido atacados con violencia por considerar que son fuente de contagio, sin darse cuenta de que así, lo único que provocarán es quedar a la deriva sin contar con quien los atienda en caso de ser contagiados.
Hoy nos encontramos ante un grave problema sanitario y de seguridad. Las consecuencias que ha traído consigo la pandemia son múltiples y abarcan prácticamente todos los aspectos de nuestra vida: la seguridad sanitaria, alimentaria, la productividad, el comercio, el empleo, las finanzas etc.
Miles de empresas están en riesgo. Una de las primeras afectadas es la aviación. Simplemente en nuestro país, Aeromexico ha tenido que cancelar el 75% de los vuelos; literalmente están paradas 620 aeronaves y se pierden 180 vuelos diariamente, que por lo menos significan 162 millones de pesos diarios. Pero además, se estima que se perderán 25 millones de empleos. Y hablamos sólo de una aerolínea en México. Hay cientos de aerolíneas en el mundo. ¿ cuántas son las pérdidas? Miles de millones. Sólo por vuelos cancelados de China a los Estados Unidos estamos hablando de 600 millones de dólares diarios. Y si tomamos en cuenta los vuelos cancelados a China de todo el mundo que son 13,000, podríamos estar hablando de pérdidas diarias del orden de 3,700 millones de dólares. ¿Y los demás países? En realidad son cifras escalofriantes, que no afectan sólo a los grandes capitales y a los empresarios, sino a millones de trabajadores en todo el planeta.
Si este simple análisis no es suficiente para demostrar que es necesario establecer una política global de seguridad sanitaria, para preservar la propia seguridad nacional a nivel internacional, estamos ante la negación política de uno de los desafíos más grandes del siglo, que ha sido soslayado por los gobiernos, que siguen sin establecer medidas coordinadas para detener y solucionar esta grave crisis, que ha tomado dimensiones inesperadas en un tiempo muy breve, pues no sólo la seguridad sanitaria es una responsabilidad compartida, sino todos los aspectos en el que incide la seguridad, que es en resumen el cuidado del bienestar para la protección de la paz mundial. Y el riesgo sanitario no es una novedad, como para que no se hayan tomado las medidas a tiempo, pues está la experiencia del 2013 con la pandemia del ébola, en donde la OMS tardó ocho meses en declarar la emergencia. Y el hecho que ahora se haya tomado dos, no implica que se haya aprendido la lección, dadas las consecuencias que estamos sufriendo.
Y no puede justificarse la tibieza en la toma de decisiones dado el carácter inespecífico de los riesgos biológicos, porque como se ha visto, estos deben considerarse dentro de las hipótesis de riesgos para la seguridad del mundo, que cuando se presentan, deberían tomarse como casos de urgencia, dada la rapidez con que pueden expandirse de manera incontrolable por ser patógenos invisibles, letales y silenciosos. Si bien no son enemigos detectables, sí actúan como tales y ahí están los protocolos de la guerra irregular, de lo que las fuerzas armadas saben y debería tomarse en cuenta, pues la guerra puede adquirir múltiples e innumerables caretas. En este caso matando a ciudadanos de manera indiscriminada, desde los altos funcionarios hasta la gente común.
No podemos ignorar que los patógenos constituyen una grave amenaza para la seguridad nacional y global por extensión. Ahí está no sólo el ébola, sino el sida, el H5N1, el H1N1, el cólera, la malaria, el dengue, la neumonía, las enfermedades diarreicas. Hay que considerar que se estima que un 60% de los patógenos humanos son zoonóticos y de ellos un 70% son de origen salvaje. Este riesgo sólo puede abordarse desde una perspectiva multidisciplinaria, pero sobre todo, de manera coordinada a través de políticas públicas adecuadas y con la asesoría de los expertos.
Tomar en serio estas amenazas abonará en gran medida a crear un mundo más seguro y a preservar la paz mundial. Porque los problemas sanitarios, económicos y de seguridad social para el mundo, puede derivar en una anarquía incontrolable al dejar a la población a la deriva, abandonada a su suerte, porque en este punto surgirán con más violencia los grupos criminales, que siempre están al acecho de la oportunidad para delinquir y México es prueba fehaciente de ello.
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