Por: Redacción
La violencia se teje en las relaciones que establecemos en la vida cotidiana. Por eso, la que se vive en las escuelas es una responsabilidad compartida. En la sociedad, vivimos una crisis social generalizada y permanente, un resquebrajamiento del tejido social, de lo que significa estar juntos, y es ahí donde hay que poner la mayor atención.
Se requieren espacios para que los chicos convivan libremente, en donde aprendan a poner y respetar reglas y a dirimir conflictos, porque cuando enfrentan algún problema lo ignoran o lo solucionan a golpes, no saben hacerlo de otra manera, explicaron Nelia Tello Peón y Adriana Ornelas Bernal, académicas de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM.
En conferencia de medios, Adriana Ornelas señaló que ante sonados casos de violencia escolar se toma el camino del escándalo, entendido como lo que hace ruido o asombra; eso “encapsula” el problema y provoca que regresemos a la rutina pensando que ya pasó, o que le ocurrió a otros, sin asumir ninguna responsabilidad ni pensar más allá.
Es necesario reconocer que ese escándalo debería fungir como llamada de atención para que la sociedad reflexione sobre las situaciones que llevaron a ese punto, qué estuvo detrás, los procesos y los actores involucrados.
En tanto, Nelia Tello, exdirectora de la ENTS y coordinadora del Seminario Universitario Interdisciplinario sobre Violencia Escolar (SUIVE), sostuvo que es preocupante que los centros escolares sean vistos como espacios de control, y no de formación y aprendizaje.
Ahí se replica lo que sucede en la sociedad, y los menores están adquiriendo habilidades para dar respuesta a la violencia en la que vivimos; aprenden a subsistir.
Según investigaciones realizadas por la especialista entre alumnos de secundaria, cuando alguien los molesta, 80 por ciento opta por ignorar el hecho, hasta el día en que se hartan, y cuando acusan, no pasa nada porque los adultos invisibilizan a los jóvenes.
La universitaria reconoció que se registra un cambio radical de unos lustros a la fecha, pues hoy 78 por ciento de los estudiantes reconocen que hay violencia en su escuela, cosa que antes no ocurría. Quienes no la reconocen son un foco de atención que no se debe dejar pasar. “Hay que estar atentos a las alertas”, abundó Nelia Tello.
En todas las escuelas hay un porcentaje de entre cinco y ocho por ciento de chicos que son excluidos por problemas de aprendizaje, económicos o relacionales; pero en vez de ser atendidos e integrados, los cambian de escuela.
Ante el fenómeno de la violencia es importante tener en cuenta el aspecto psicológico, pero más que problemas psicológicos masivos, enfrentamos conflictos sociales masivos que deben ser atendidos, subrayó.
“Debemos trabajar, padres de familia, maestros, autoridades, alumnos y medios de comunicación, en las habilidades sociales que no hemos podido desarrollar de manera natural: aprender y reaprender a relacionarnos con el otro, y responder a la situación actual desde las habilidades que realmente lleven a un cambio social”.
La académica ha propuesto diversos modelos de intervención. El primero fue el de “comunidad segura”; el último se llama ACI (Aceptación, Confianza e Inclusión), y se basa en atender los problemas sociales y relacionales de desconfianza, exclusión y rechazo que se registran no sólo en las instituciones educativas, sino en los hogares. Se trabaja con todos los actores y no se habla de conceptos, sino de habilidades para la vida, que se practican en la relación cotidiana.
Manifestó, asimismo, su oposición a la presencia de policías en las escuelas para revisar mochilas. La revisión es cuestionable, pero la presencia policiaca significa “tratar a los niños como presuntos delincuentes”.
Además, Ornelas Bernal añadió que se opta por señalar al que se considera el agresor, al que provoca la violencia, casi siempre un chico. Luego, la mirada se dirige a los padres de familia que –se dice– no inculcaron valores, y después a los maestros, que “no lo controlaron”, pero también se atribuye a las autoridades que no establecen reglas claras, o a las malas compañías, sin asumir que todos estamos involucrados en la problemática.
Sin embargo, dijo, se debería pensar en otros factores que inciden: el imaginario social de que el otro es “desechable”, que “no vale lo mismo que yo”, o en las formas jerárquicas en las que nos relacionamos en la sociedad y los planteles educativos, de autoritarismo, de aplastamiento del otro.
Para Ornelas, el problema no se resolverá con la militarización de la educación, con la sobre reglamentación, con más vigilancia o al atentar contra los derechos de los menores; “hay que desechar la idea de que la intervención debe ser con más violencia”.
Por el contrario, se deben crear espacios para la convivencia, para que formen a los alumnos en habilidades y, además, pensar en mecanismos que trasciendan las aulas. Los protocolos deben enfatizar la prevención.
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