Por. Redacción/

Los seres humanos “venimos de un modelo mecanicista que valora y analiza las competencias sin entender que la existencia es un proceso de cooperación mutua entre organismos, por lo que cambiarlo por un esquema que califique el grado de cooperación y no de competitividad haría que evolucionemos en la vida”, afirmó la doctora Berenice Guadarrama Flores, egresada del Doctorado en Biotecnología de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

Las células son vida porque en cada una de ellas está contenida la información genética de adaptabilidad y evolución que ha dado lugar a todas las formas de existencia del planeta, que además emite una energía tal que puede ser percibida subatómicamente por otros seres vivos en un ejercicio de cooperación mutua.

La especialista en biología molecular explicó que hace más de cuatro mil 500 millones de años la explosión del Big Bang liberó tanta energía que generó galaxias y sistemas solares. La vida tardó mil millones de años más en aparecer tras lograrse una mezcla de elementos que fueron limitándose por una bolsa llamada membrana celular, que dio lugar al primer procarionte o célula sin núcleo que realizaba funciones básicas de la vida como respirar o crecer.

Luego ese organismo captó luz solar y radiaciones ultravioleta a las que logró adaptarse para sobrevivir almacenando ésta y otra información en forma de memoria al interior de su ADN y recubriéndose de una membrana mayor llamada eucariota logró una reproducción celular en cadena que dio lugar a las primeras especies de plantas y hongos, detalló la posdoctorante de la Universidad de Murcia, España.

Al dictar la conferencia magistral De la mecánica cuántica a la biología molecular. Un viaje a la comprensión de lo que soy, en el Centro de Difusión Cultural Casa Rafael Galván de la UAM, la doctora Guadarrama Flores explicó cómo la materia está conformada de campos energéticos que moldean y dan diversas formas de vida.

Más tarde en el proceso evolutivo aparecerían, dijo, los peces vertebrados, algunos de los cuales se adaptaron a la tierra firme y nacieron los anfibios, los que llegaron más lejos se hicieron reptiles a partir de escamas, para luego cambiarlas por plumas y dar lugar a las aves, fueron los mamíferos los que cambiaron sus plumas por pelaje y en un tiempo muy cercano apareció el Homo sapiens.

La también ganadora de la Medalla al Mérito Universitario de la Licenciatura en Biología Experimental comentó que “a pesar de no saber exactamente de dónde vienen todos los alimentos que consumimos existe una conexión real entre las personas y los espacios”, pues cada conjunto de células que conforman la materia son también campos de energía –llamados por muchos espíritus–, de ahí que la gente suele decir que el agua, la montaña o las plantas que curan poseen su propio espíritu aunque en realidad se trata de energía.

De ahí que haya organismos consumidores primarios que comen la energía, como los insectos que se alimentan del sol a través de la ingesta de una planta o como un ave que se alimenta de la carne del insecto y del sol, por lo que “si comen verduras o alimentos naturales estarán alimentándose de energía más directa”.

Cada persona es su propio medio, “de manera individual nos permitimos vivir en estado de estrés o relajación y, por ende, el campo de células contenidas en nuestro cuerpo responderá a los estímulos que le enviamos fomentando o perdiendo hábitos que lo programan constantemente”.

La especialista en biología molecular aseguró que como seres humanos “somos unidades indivisibles y cuando nos dividimos nos desarmonizamos, haciendo que pensamiento y acción caminen en direcciones opuestas”. Cada ser vivo en el planeta es capaz de sentir las vibraciones más inmediatas que están lejos de limitarse a ser positivas o negativas, sino infinitas.