Por: Redacción/
Si bien la educación superior promueve la formación de profesionales tal y como lo requiere la sociedad, la preocupación actual es si la universidad está cumpliendo con esa otra dimensión de fomentar que el estudiante tenga elementos, espacios y apoyos institucionales para ser individuo, aseguró Miguel Ángel Zabalza Beraza.
El catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela refirió que recuperar al alumno como sujeto significa recobrarlo también en el ámbito más personal, el que le podría permitir desarrollar aquello con lo que se siente más motivado.
Por lo que “en el fondo la experiencia universitaria acaba restringiendo las opciones que las personas podrían tener”, dijo al dictar la conferencia La buena experiencia en la universidad actual: una mirada desde los estudiantes, en la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Según las leyes básicas, la educación se define como el proceso a través del cual los sujetos alcanzan el máximo posible de sus capacidades en todos sus niveles mediante dos compromisos: uno respecto del grupo social al que se pertenece y otro en cuanto a visualizar al sujeto como un ente individual.
Las instituciones educativas hacen bien el trabajo de socializar a sus estudiantes, pero no se han preocupado porque cada uno despliegue sus capacidades propias, pues la escuela tiene una estructura curricular igual para todos y el desarrollo que se propicia desde ahí es demasiado homogéneo, con lo cual los matices y las aristas que cada sujeto tiene como individuo se van perdiendo.
El doctor en Psicología sugirió que la universidad debe concebirse como un ecosistema con características propias que tiene efecto en el tipo de relaciones, conductas y formas de integración que modifican los vínculos e identidades para que los alumnos ejerzan un papel más protagónico en el proceso de aprendizaje.
Los estudios explican que la calidad del rendimiento de los alumnos está en la implicación (engagement), en su involucramiento en el proceso de enseñanza-aprendizaje, en cuya confección hay varios argumentos, el más convencional plantea la escisión entre enseñar y aprender: los maestros enseñan y los estudiantes aprenden y, por tanto, cada uno ejecuta los métodos bien diferenciados que tienen relación entre sí, pero no se pueden mezclar.
Otro enfoque sobre la enseñanza es el de las coreografías didácticas, que es un planteamiento cuyo punto de partida es la forma de instruir, que afecta la manera como el estudiante procesa mentalmente la información o actividad que tiene que hacer y cómo resuelve los problemas; de ahí han derivado nuevas metodologías para el proceso de enseñanza-aprendizaje.
La calidad de la educación recae en el centro de estudios, el cual debe desarrollar planteamientos de instrucción particulares con un diseño curricular y un proyecto de formación; el profesor puede saber su materia y explicarla muy bien en el aula, pero su labor está también en el trabajo colectivo para diseñar ambientes de aprendizaje, lo que significa delinear las prácticas de los estudiantes, el trabajo colaborativo y los sistemas interdisciplinarios de trabajo.
El catedrático en Didáctica y Organización Escolar planteó algunas hipótesis sobre los estudiantes en el futuro: trabajarán más sobre documentos, muchos de ellos virtuales, y lo harán en parejas o en grupos; se les pedirá pensar más que repetir y se les evaluará por informes o proyectos más que por exámenes.
También establecerán relaciones académicas con estudiantes de otros países y saldrán de las aulas para ir a escenarios reales de trabajo, haciendo prácticas y trabajo de campo, potenciando el pensamiento divergente y una mayor capacidad para autorregular su aprendizaje
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