Por: María Manuela de la Rosa Aguilar/
En mayo recordamos el 75 aniversario del final de la II Guerra Mundial, la peor tragedia humana del mundo moderno, en donde murieron 63 millones de personas; 26 países tuvieron que renacer de entre las cenizas.
Fue el conflicto bélico que dejó una profunda huella en la vida de millones de personas, muchas de las cuales nunca pudieron recuperarse del todo, se perdieron generaciones de personas que sin duda hubieran hecho grandes aportaciones a la ciencia y a la cultura, pero también fue el principio de una nueva vida que dio la fuerza y valor necesarios a Europa para ser lo que es hoy en día, un conjunto de países prósperos, cultos y con las democracias más desarrolladas.
El continente ahora también ha sido afectado por la pandemia del covid-19, que tiene al mundo en vilo.
La humanidad ha padecido y superado cientos de adversidades, como otras tantas guerras, en donde los pueblos han pagado con su propia sangre la ambición de políticos inescrupulosos, de mercenarios despiadados y fanáticos obsesionados, a quienes poco ha importado la vida de sus pueblos.
Así tenemos que la historia del hombre es una historia de continuas guerras. Sólo del SXX a la fecha han perecido en conflictos bélicos más de 91 millones de personas, como siempre, la mayoría por intereses intervencionistas, por el afán muy humano de conquista, de poder y riqueza, en la eterna lucha del más fuerte, sin importar los miles de años que llevamos de desarrollo, de avances científicos, de cultura, de conocimiento de madurez como sociedad.
Incluso en nuestra propia casa, lo vemos con los conflictos internos por la lucha de poder, so pretexto de ideales de justicia, equidad y prosperidad, para imponer nuevos sistemas de gobierno, diferentes maneras de organización social, supuestamente en bien de los pueblos, mismos a los cuales se les sigue sacrificando, puesto que esas mismas buenas intenciones, que se quedan en el aire, han provocado la muerte de más de 211 millones de inocentes, muestra de que la violencia es más cruenta con la propia gente y ahí están las cifras, sólo los casos más notables, porque evidentemente no son todos.
El mundo también se encuentra enfrentando el gran reto de luchar contra ese enemigo invisible, silencioso y letal del coronavirus, que ha causado la muerte de casi 300 mil personas de los más de 4 millones de contagios, esperando superar esta pandemia, pues tenemos la mala experiencia en 1918 de la gripe española, donde perecieron 60 millones de personas, o con la pandemia, aún no superada, del SIDA VIH, que ha matado alrededor de 30 millones de enfermos desde 1981 a la fecha, casi 40 años y aún no se ha logrado tener una vacuna efectiva.
Pero además de esta pandemia y de muchos otros problemas sanitarios que aquejan al mundo, hay que tomar en cuenta que de acuerdo a la OMS anualmente mueren 650,000 personas de gripe común, lo cual implica que sólo en estos primeros 20 años del siglo actual han muerto 13’ 000,000 de personas.
La naturaleza tiene sus propias reglas y nos ha mostrado su gran poder, por lo que el camino más sensato es el respeto, que a más de 2,000 años de civilización no logramos entender, respeto a la naturaleza, respeto a la humanidad, porque sólo somos parte pequeña de este mundo, que si bien nos pertenece de alguna manera, al igual que todo lo que poseemos, requiere cuidado, como la familia, como cada persona, como a esta sociedad a la que pertenecemos, no nos pertenece, a la que estamos obligados a contribuir. Respeto por los que nos preceden, por los que están aquí y los que se han ido, porque a ellos debemos lo que somos y lo que tenemos. Respeto por la flora y la fauna, por los millones de seres aún desconocidos de este planeta, porque si continuanos siendo los mayores depredadores del planeta, lo único que nos quedará es la total devastación y de ahí a la extinción. Las cifras están ahí para reflexionar. Las dejo a su criterio.
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