• Se ha perdido la capacidad de asombro, pues además nadie quiere, ninguno queremos saber más de la pandemia, que nos ha cambiado la vida, nos ha restringido la libertad, las actividades productivas.  

Por: María Manuela de la Rosa Aguiar/

El pasado 12 de octubre anunciamos que los contagios en el mundo llegarían a más de 61 millones en diciembre, pero lamentablemente la cifra ha sido superada, porque hay ya 67 millones de personas con coronavirus en el mundo. Pero todo ha sido rebasado y los gobiernos siguen sin tomar decisiones concertadas, sólo se ven convenios comerciales, publicidad sobre las ventajas de uno u otro laboratorio, intereses políticos,  el egoísmo y soberbia por ser el mejor ha predominado, porque China por un lado, Inglaterra por otro, Rusia lo mismo, Estados Unidos también. Todos tienen la solución en sus manos, todos tienen los mayores avances sobre la vacuna, pero ninguno tiene la sensatez de compartir experiencias científicas, o eso parece porque lo que priva es el mercado, es la competencia por ganar la preferencia en las ventas. ¿Dónde quedó la humanidad? Los gobiernos receptores están listos con los recursos y han firmado incluso contratos para tener la preferencia de abastecimiento. Y sin embargo aún no se ha determinado que haya un medicamento 100% efectivo.

En tanto, vemos como lo que anunciamos se quedó corto, pues la realidad nos ha rebasado. Se ha perdido la capacidad de asombro, pues además nadie quiere, ninguno queremos saber más de la pandemia, que nos ha cambiado la vida, nos ha restringido la libertad, las actividades productivas, ha reducido a los estudiantes a una computadora, a la inactividad y a la esclavitud tecnológica de una pantalla, en el mejor de los casos, porque los niños y jóvenes que no cuentan con equipo de cómputo, han sido marginados de la educación.

Los casos de violencia doméstica han aumentado, los servicios se han reducido, las fuentes de trabajo igual. La pandemia ha incidido de manera contundente no sólo en la economía, sino en todos los aspectos de la actividad humana, trayendo consigo también discriminación, porque no todos pueden enfrentar al virus de la misma manera ni con los mismos recursos, porque hay miles que necesariamente tienen que hacer uso del transporte público, en donde el riesgo de contagio se incrementa. No todos pueden quedarse en casa, pues hay que buscar el sustento. No todos pueden evitar el contacto con enfermos, pues es su misión en la vida. Y en tanto, los dirigentes siguen en su pedestal, en su contienda diaria para mantener el poder y la popularidad, sin ver muchas veces lo que pasa no sólo a ras de piso, sino incluso en su entorno, porque el virus se ha apoderado de todos los espacios, llegando a lugares incluso recónditos. Veamos tantos pueblos alejados que han sufrido incontables muertes, familias enteras que nunca hubieran imaginado morir por causa de una enfermedad que llegó del otro lado del mundo, invisible, silenciosa y mortal.

A siete meses de haberse declarado la pandemia, el 6 de septiembre había casi 27 millones de contagios en el mundo, con casi 900 mil muertes. Estados Unidos sumaba más de 6 millones de contagios, con casi 200 mil muertos; México por su parte tenía más de 600 mil infectados y más de 67 mil muertos.

Para el 11 de octubre los contagios en el mundo aumentaron a más de 37 millones con más de un millón de muertes. México tenía más de 800 mil contagiados y 83,600 muertos. Y para ese momento los informes oficiales omitieron los datos de resiliencia, lo cual era un indicio de lo delicado de la situación, porque, si no hay datos de personas recuperadas, muy probablemente es que las cifras no eran tan buenas noticias.

Y entonces nos parecían cifras muy alarmantes y anunciamos que si la tendencia continuaba, para diciembre los números serían tan alarmantes como los siguientes:

Pero los números fueron más allá acentuando la tragedia:

 

 

Y nos quedamos simplemente sin palabras.