Por: Redacción/
Un excelente punto de partida para entender las relaciones e interacciones entre el Estado y las clases sociales, especialmente en un momento histórico tan complejo como el que siguió a la Revolución Mexicana, es examinar la ópera y las diferentes formas de teatralidad de la época, afirmó el doctor Luis de Pablo Hammeken.
Durante su participación en el Coloquio El discreto encanto. Consumo, ocio y gusto de los sectores medios en México en el siglo XX, el académico de la Unidad Cuajimalpa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) indicó que estas formas de socialización son un referente para comprender las dinámicas que se dieron respecto de los espectáculos y el consumo cultural en el país.
Cien años después de que se consumara la Independencia, el gobierno de Álvaro Obregón celebró este aniversario con una impresionante sucesión de fiestas y actividades conmemorativas: certámenes de belleza, conciertos, exposiciones, banquetes y desfiles militares, agregó en el Centro de Difusión Cultural Casa Rafael Galván.
“Las élites políticas y económicas no querían celebrar la consumación de la Independencia, sino el final de la Revolución, ya que después de 11 años de batallas y total incertidumbre política y económica los mexicanos anhelaban la paz”, abundó.
En este contexto era comprensible que el gobierno de Obregón quisiera demostrar al mundo y a sus propios ciudadanos que México merecía formar parte del concierto internacional y que “después de la Revolución era una nación pacífica, civilizada, estable y dirigida por una élite de funcionarios y administradores responsables y capaces de cumplir con sus obligaciones”.
Por ello no se escatimó ni un peso en la celebración y se trajeron a los mejores artistas del mundo como Ofelia Nieto, Virginio Lazzari, Tito Schipa y Adamo Didur, ya que la ópera se presentaba casi invariablemente como una manifestación de modernidad, progreso, cultura y civilización y era asociada con la élite de lujo.
“Este era un espectáculo particularmente asociado con el proyecto civilizatorio de las élites mexicanas decimonónicas, sobre todo si se compara con otros entretenimientos y formas de socialización más tradicionales, baratas y locales, como las comedias, las corridas de toros e incluso algunas manifestaciones religiosas”.
El historiador subrayó el papel que empezó a desempeñar para la supervivencia y la transformación de ese género en las primeras décadas del siglo XX, un estrato social que hasta entonces había tenido poca importancia: los sectores medios.
“La sociedad mexicana había cambiado en los años anteriores, los valores dominantes ya no eran los de una pequeña oligarquía que soñaba con Europa, sino más bien los de una burguesía inestable, dinámica, ascendente que se debatía entre las referencias nacionalistas y las de una cultura de masas moderna e internacional”.
La investigadora Sara Luna, profesora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, señaló que el cambio y desarrollo teatral fueron de la mano del desarrollo urbano de la ciudad y de la configuración de sus sectores sociales, así como de la difusión de nociones secularizadas sobre la familia y la sexualidad entre los grupos más intelectualizados.
Estas transformaciones dieron cabida a un fenómeno que se dio a mediados del siglo XX, definido por Luis Mario Moncada como el milagro teatral mexicano, referido a través de procesos de cambio en el panorama en la ciudad.
Lo anterior trajo consigo en el incremento de salas teatrales, la diversificación de los repertorios y las puestas en escena y la integración de autores de tipo vanguardista, lo que resultó en transformaciones en los hábitos de consumo cultural y la configuración de los sectores sociales de la ciudad.
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