Por: Redacción/

En el siglo XIX la ópera fue concebida como un instrumento civilizador que se constituyó a través de los teatros como un espacio de sociabilidad con pretensiones aristocráticas, aprovechadas por los gobiernos como símbolo de progreso y fuente de legitimidad en la construcción de modernidad, afirmó el doctor Luis de Pablo Hammeken, profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), durante la presentación de su libro La República de la Música: Ópera, política y sociedad en el México del siglo XIX.

Esta publicación, editada por Bonilla Artigas y presentada en la Unidad Cuajimalpa, no analiza la historia de la composición ni de la producción de ese género en México, sino que explora las prácticas, normas e identidades tejidas en torno a este espectáculo en la Ciudad de México de mediados del siglo XIX.

En el creciente nacionalismo fomentado por Porfirio Díaz y su gobierno, las élites urbanas favorecieron proyectos de difusión para vincular a la sociedad con las formas musicales europeas y proponerlas como el modelo a seguir, con lo cual la esa escenificación teatral y musical más que una forma de entretenimiento fue una productora de códigos sociales y políticos, señaló el académico de la División de Ciencias Sociales y Humanidades.

El texto derivó de una serie de estudios que profundizaron su tesis doctoral sobre este divertimento, llevándolo a comprender que la ópera desempeñó un papel central en el proceso de construcción de nociones clave para el imaginario político mexicano, tales como nación, modernidad y, muy particularmente, civilización.

Luis Hernández, maestro en Ciencias Sociales y Humanidades por la Unidad Cuajimalpa de la UAM, señaló que la obra destaca una serie de interrogantes que buscan entender, a lo largo de cinco capítulos, la caracterización social de los asistentes a la ópera.

En el primer capítulo el autor retoma ese divertimento desde la visión de una nación emergente en búsqueda de la civilización, con la introducción de cierta cultura dirigida a la élite que lleva a los escenarios mexicanos obras de diferentes partes del mundo, sobre todo de Europa.

El segundo apartado, dedicado a la composición social del público, exhibe cómo para aquella sociedad importaba mucho más ser visto como asistente que el hecho de observar la pieza teatral y musical, obligando a los sectores más privilegiados a presenciar las funciones como señal de buena educación y abolengo.

El tercer capítulo aborda las normas de género, mostrando el comportamiento de las mujeres en el teatro y la ópera, donde aquellas de clase alta se hicieron visibles buscando el reconocimiento por su formación social.

El último apartado analiza las relaciones surgidas entre empresarios y autoridades políticas, así como los altos costos que este tipo de arte significó en la búsqueda por transmitir mensajes que enarbolaran el nacionalismo.

Raúl Ramírez, estudiante de la Maestría en Diseño, Información y Comunicación de la UAM, coincidió en que la ópera fue una ventana al mundo de occidente donde se conjuntaba para deleite del público la música, el teatro, la moda, la poesía y el vestuario que simbolizaban modernidad y civilización, resaltando los valores morales y políticos de dicho momento histórico.

A partir del análisis historiográfico con base en crónicas, poemas, memorias y notas periodísticas de la época, la publicación da testimonio de la importancia cultural del espectáculo, equiparable en la actualidad sería el cine.

La ópera representó el medio de expresión central de la época y junto al ballet quedaron reservados al público que pudiera pagar el precio, en este sentido las mujeres no sólo lo veían como un espacio de manifestación artística, sino como sitio de civilización, escuela de buenas costumbres y escenario idóneo para recibir elegancia y refinamiento.