Por: Redacción/
Mientras las fronteras, en la era de la globalización, constituyen una apertura al paso de bienes materiales y al mercado de trabajo funcionan también como cercos para migrantes y refugiados que huyen del conflicto en Medio Oriente y quienes, debido a políticas excluyentes, han creado espacios comunes emergentes.
Lesbos es un lugar que recibe flujos migratorios de Turquía, Siria, Afganistán, Pakistán y países de África porque es un punto estratégico para acceder a Europa del norte, lo que supone una serie de contradicciones en términos de la forma en que la población de la isla acoge a los recién llegados, que va de la solidaridad humana a la restricción, el castigo y la segregación, explicó la doctora Chryssanthi Petropoulou.
En una charla ofrecida en la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), la profesora asistente del Departamento de Geografía de la Universidad del Egeo, en Mitilene, capital de la isla griega, narró que entre 2015 y 2016 más de un millón de migrantes llegó a Grecia y la mitad se estacionó en aquella población después de que cercaron las fronteras.
La docente explicó que la llegada de los refugiados coincidió con el cambio de administración partidista en ese país, al que arribó un gobierno de tendencia progresista de izquierda que tuvo que tomar una posición respecto a esta situación.
Frente a ese gran flujo de desplazados se formó un importante movimiento de solidaridad, en un principio de las comunidades de las islas griegas fronterizas, al que se incorporaron después trabajadores y voluntarios de ONG’s que llegaron a esos lugares para apoyar.
Pero después del Tratado entre la Unión Europea y Turquía celebrado en Bruselas, Bélgica, en marzo de 2016, la política de migración estableció diferencias entre los refugiados y los migrantes de una manera discriminatoria y a partir de ahí se criminalizaron la solidaridad espontánea y la autogestión.
Las más de 60 mil personas que permanecieron en Grecia –seis mil en Lesbos– fueron canalizadas a centros de recepción en muy malas condiciones, ubicados fuera de las ciudades, la mayoría cerca de campos del ejército o de industrias abandonadas, e incluso algunos dentro de cárceles abandonadas.
En Lesbos los recién llegados han sido ubicados en el campo de Moria, donde viven hacinados, expuestos a altas temperaturas y abandonados, además de que el clima de tensión es elevado y tienen lugar sucesos esporádicos de violencia.
Al complicado sistema legal y al intenso sufrimiento personal se suma la honda sensación de pérdida del hogar, la familia y los amigos, además del terror que muchos refugiados han padecido durante su viaje.
El acuerdo de Bruselas pretendía que los desplazados se reubicaran en Turquía, pues eran ciudadanos que huían de países en guerra como Irak, Afganistán o Siria. No obstante, hay muchas personas que no pueden regresar a su nación de origen, ya sea porque son perseguidos políticos, como los kurdos, o por otras razones que rebasan la lógica en una situación bélica.
Muchos de los recién llegados a Grecia tienen derecho a solicitar la reunificación familiar y asilo; sin embargo, esos derechos básicos les son denegados, por “lo que mucha de la gente que llegó a Grecia no pretendía pedir asilo en el país, sino trasladarse a Alemania o a países escandinavos pero después de aquel convenio, la gente tuvo que pedir asilo”.
La doctora Petropoulou explicó que la situación persiste a la fecha, solo que ahora el asilo se les concede a muy pocos expuso que la condición de los solicitantes se deteriora de forma dramática: hacinados y abandonados en la paradisíaca isla griega se están quedando al margen del sistema debido a los recortes en servicios de salud, agua, luz y en asistencia jurídica.
Urge ampliar la atención al problema que enfrentan estas comunidades en Grecia, y en la isla de Lesbos, en particular, la tierra que tanto amó Aristóteles ahora es escenario de un éxodo humano de proporciones bíblicas, concluyó.
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