Por: Redacción/
A diferencia de las guerras contemporáneas, los combates entre las culturas prehispánicas promovían un profundo respeto por la vida humana y animal, ya que el carácter guerrero no era exclusivo de los ejércitos de la época, que representaban un espíritu de fortaleza, valentía y amor en defensa de la civilización con la propia vida.
En el Centro de Difusión Cultural Casa Rafael Galván de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), el doctor Bruno Lutz Bachère, profesor del Departamento de Relaciones Sociales de la Unidad Xochimilco, añadió que para quienes participaban en las batallas morir en defensa de su pueblo era un ideal que se honraba con la mayor de las glorias.
El autor de la investigación El andar del guerrero en la tradición azteca. Narraciones y estilo de vida, que revela aspectos poco explorados hasta ahora sobre ese tema, explicó que guiados por el Tonalamatl –libro sagrado de adivinación sobre el destino de las personas respecto de su fecha de nacimiento– los niños nacidos en los días de guerra eran enviados a la prestigiosa escuela del Calmecac.
En ese sitio aprendían en primer lugar medicina tradicional y después el arte del combate cuerpo a cuerpo, completando el entrenamiento físico con la danza, un medio de comunicación con “el dador de vida” y una manera de participar en el movimiento del cosmos.
Los guerreros eran instruidos en la elaboración de armas diseñadas para herir a los adversarios y la jerarquía que los organizaba estaba basada en los méritos y hazañas de cada batalla, los águila ocupaban el rango más elevado, los jaguar se dedicaban a cuidar los templos y las vías de acceso y comunicación, mientras los serpiente eran la unidad de inteligencia y tenían una preparación especial en tácticas de guerra y espionaje.
El doctor Lutz Bachère explicó que las guerras no se hacían a placer y eran en cambio el último recurso de negociación, éstas solían iniciarse en defensa de ataques al comercio y para restablecer el libre tránsito. Ambas partes pactaban el día y lugar del combate, y generaban estrategias para reducir la carga económica y de movilización para los pueblos cercanos.
Las guerras floridas era un acuerdo para realizar una contienda bélica cada 80 días, con reglas preestablecidas, cuyo objetivo era mantener la disciplina y el entrenamiento de los guerreros así como la posibilidad de autosacrificio como una forma digna de ofrendar la vida al creador. Los adversarios capturados recibían ayuda médica, eran alimentados e incluso recibían joyas.
El sentido cósmico de la guerra se vincula a Huitzilopochtli, dios nacido guerrero para defender a su madre Coatlicue de su hermana y sus 400 hermanos. Huitzilopochtli en defensa propia y de su madre lanzó al cielo a la Coyolxauhqui quedando atrapada en el firmamento en forma de Luna junto a sus hermanos que forman el manto estelar.
Por tanto la guerra no era concebida como una forma de sometimiento y colonización, sino como la herramienta de defensa y preservación de una civilización en cuyo centro existía un equilibrio de espiritualidad y civilización de avanzada.
El académico basó sus investigaciones en fuentes empleadas por Alfredo López Austin, Miguel León Portilla y Patrick Ranson, entre muchos otros, descubriendo que a pesar de que mucho se dice de las batallas aztecas la literatura científica no es mayor a tres libros y seis artículos. Sus investigaciones propias pueden consultarse en la UAM y el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.
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