- El doctor Tortolero Villaseñor subrayó que un aspecto que ha llamado su atención es entender cómo la prosperidad en la época del Porfiriato se contrapuso a todo lo que había existido antes.
Por: Redacción/
El precedente francés tuvo en México una mutación sustancial al final del siglo XIX, cuando en el país el folclor, la vagancia y la violencia cedían su espacio a una patria donde –más allá de sus inagotables recursos– la modernidad parecía inaugurarse, junto con el orden y el progreso, luego de un periodo de revueltas y ostracismo, sostuvo el doctor Alejandro Tortolero Villaseñor, Premio a la Investigación 2020 –en el Área de Ciencias Sociales y Humanidades– con el que la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) reconoce la labor de sus profesores.
El proyecto Razonando con cifras. Banca e inversiones francesas en México, 1880-1929, que le mereció el galardón, ofrece un análisis del tipo de transferencias monetarias, económicas y culturales de la nación europea, en el marco de un México que transitaba de un régimen dictatorial hacia uno revolucionario.
La redacción de esta obra inició en 2010, cuando el docente “estaba de sabático en la Universidad de Toulouse, aunque la búsqueda de materiales la antecedió por una década” y fue el historiador Carlos Marichal Salinas, Emérito de El Colegio de México, “quien me había señalado la importancia de los archivos bancarios para conocer mejor la historia” nacional, explicó el académico del Departamento de Filosofía de la Unidad Iztapalapa.
En la gestación del trabajo “fui descubriendo que el referente francés sobre el país tuvo una mutación sustancial en el último tercio del siglo XIX, cuando la nación dejó de ser un lugar donde el folclor, la vagancia y la violencia cedían su espacio a una patria donde –más allá de sus inagotables recursos– la modernidad parecía inaugurarse con la etapa de orden y progreso que impulsó el gobierno Porfirista”.
Al fin se salía de una era de revueltas y ostracismo –de la mano de Porfirio Díaz y José Yves Limantour Marquet– para ubicarse en el concierto de los Estados modernos; un objetivo que no había logrado por la herencia hispánica.
El doctor Tortolero Villaseñor –quien realizó su tesis doctoral en 1990 sobre inversiones agrícolas y desarrollo tecnológico en México, aunque posteriormente se ha ocupado de la historia económica y ecológica local– subrayó que un aspecto que ha llamado su atención es entender cómo la prosperidad en la época del Porfiriato se contrapuso a todo lo que había existido antes.
Mientras que entre 1780 y 1880 transcurrió un siglo de estancamiento, a partir de 1880 y hasta 1910, con la Revolución Mexicana tuvo lugar una mejora transcendental, pero “lo que me inquieta aceptar es cómo teniendo esta condición ocurrió una sublevación como la iniciada” ese año.
Una de las respuestas está asentada en una lógica de crecimiento basado “en lo que se conocía como imperialismo y tenía que ver con la importación de capitales, incluso más relevante que la circulación de mercancías y esto se inauguró en el último tercio del siglo XIX que coincidió con el periodo Porfirista.
“Estando en Francia, de repente apareció frente a mí algo muy revelador”, porque el Estado francés generó una ley para que los investigadores pudieran conocer archivos diversos y entonces ahí vino la posibilidad de descubrir por qué el desarrollo está basado en el imperialismo.
Por primera vez, hacia el año 2000 “observé que podía disponerse de registros bancarios, que junto con los documentos eclesiásticos y militares, por su secrecía, eran de muy difícil acceso para los historiadores y, en la medida que se abrían, veía el porqué del crecimiento económico Porfirista, en virtud de que estaban los fondos del Banco Nacional de París y de los Países Bajos, y empecé a indagar sobre los orígenes del capitalismo francés en México y es así como surgió el interés de este libro”.
El impacto de las inversiones francesas fue muy importante porque acompañó el progreso de México, sobre todo a través de la creación de un sistema crediticio, es decir, ese imperialismo global tendía a beneficiarse con ganancias rápidas y la especulación en redes financieras.
Entre el modelo anglosajón de banca privada pequeña y esparcida en distintas casas, y una centralizada, México y su gobierno en aquel entonces organizaron un sistema mucho más vinculado al imperialismo a la francesa, fundando el Banco Nacional de México, que acompañaría la evolución de la industrial, en especial la ferrocarrilera y la minera, así como los procesos de urbanización, entre otros.
No pocos especialistas coinciden en que para pasar de una economía en la que el trueque era fundamental, a una monetaria, era necesario crear un esquema mercantil, así que a partir de entonces se pudo pensar que el capitalismo produjo un impulso que orientó la mejora, con base en una banca central semiestatal.
En aquella época, por lo general se pensaba que México estaba atrasado por la herencia hispana y en ese contexto empezó a aludirse a la figura de Alexander von Humboldt, quien había inaugurado una mirada distinta al territorio mexicano, “ubicándonos en el cuerno de la abundancia, cuyo motor para estimular la prosperidad y provechar esos recursos serían los inversionistas franceses”.
Hubo un cambio de referente y la lectura gala comenzó a desplazarse en forma paulatina, por lo que ya no fueron viajeros, misioneros, arqueólogos ni geógrafos los que ofrecían detalles del suelo mexicano, sino cónsules, peritos y asesores bancarios, quienes construirían una imagen nueva apoyados en la estadística, una herramienta socorrida por el sabio alemán y que a final de aquel siglo pareció convertirse en el instrumento para convencer a los inversionistas.
“La narración se transformó en estadística. Los bandidos y los léperos cedieron su lugar a una fiesta de números”, puntualizó el académico. Sin embargo hubo una insurrección, a pesar de que había crecimiento financiero porque éste no suscitó inclusión social, es decir, se dio un avance excluyente que benefició a las elites, pero dejó fuera a amplios sectores de la población y esto propició la desigualdad que está en la base de la Revolución Mexicana.
En ese sentido, una de las enseñanzas del libro es que el desarrollo económico debe tener un componente significativo de adelanto social, porque sin él “siempre estaremos proclives a la agitación y a las revueltas”.
Los liberales pensaban en general que lo primero era producir la riqueza y después buscar repartirla, pero “lo que hemos encontrado y hemos venido perfilando –con mayor claridad a partir del movimiento armado de 1910-1917– es que si no se incluye el progreso social, siempre existirá un conflicto”.
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