Por: Redacción/
La fisiología humana carece de sistemas de control para contender en un ambiente obesogénico debido a que no evolucionó para ello, por lo que las soluciones a los problemas de sobrepeso están en esquemas sociales menos permisivos y personas menos indulgentes con el consumo de alimentos hipercalóricos-altamente palatables que en los biológicos, expuso el doctor Gustavo Pacheco López, responsable del proyecto de investigación internacional OBETEEN: Impacto neurocognitivo de la obesidad juvenil: aproximaciones experimentales y clínicas.
El director de las División en Ciencias Biológicas y de la Salud de la Unidad Lerma de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) sostuvo que el entorno “en el que vivimos impone verdaderos retos a la fisiología” y a los modelos homeostáticos “que progresaron para controlar el peso de los animales, incluyéndonos a los primates humanos”, porque el contexto obesogénico “no era aquel en el que evolucionó nuestra biología.
“Nuestra fisiología –que funciona muy bien– avanzó” entre la restricción calórica, la baja predictibilidad del acceso a los alimentos y una inversión energética sustancial para obtenerlos, por lo que no se desarrolló en un escenario obesogénico.
El tamaño del problema de la adiposidad en México es mayúsculo, en virtud de que se han superado ya las predicciones para 2020, si se considera que en 2012 el país estaba en segundo lugar –después de Estados Unidos– y ahora ocupa el primer sitio en prevalencia de sobrepeso y obesidad, con 75 por ciento de la población adulta en dicha condición: 77 por ciento corresponde a mujeres y 73 por ciento a hombres.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2018, en el caso de niños de cinco a once años, el porcentaje fue de 35 por ciento en 2006, pero en 2018 aumentó a 36 por ciento; en adolescentes, la tasa pasó de 35 por ciento en 2012 a 38 por ciento seis años después, indicó el licenciado en Biología Experimental por la Unidad Iztapalapa y doctor en Ciencias Biomédicas por la Universidad Nacional Autónoma de México.
La adolescencia es una etapa sensible del neurodesarrollo, en particular “de lo que llamo insultos ambientales, incluida la malnutrición, entendida como la sobreingesta calórica y en este caso las dietas hipercalóricas-altamente palatables”.
La respuesta a la incapacidad para reducir los índices de obesidad y sobrepeso en las distintas fases del desarrollo radica en que “nuestra fisiología no tiene sistemas de control adaptativos a estas situaciones, debido a que no cambió para hacer frente a circunstancias obesogénicas, entonces, ¿cuáles serían las soluciones?: crear esquemas sociales –no biológicos– que restrinjan el acceso para combatir tal ambiente”, es decir, sociedades menos permisivas y sujetos menos indulgentes con el consumo de productos de alto contenido calórico.
También existen tendencias culturales que contribuyen al problema, ya que la prevalencia de ambos fenómenos parece estar inversamente asociada al ingreso económico, la cultura y la educación, por ejemplo, en Francia, Canadá, España, Italia, Suiza y otros países, entre mayores niveles educativos es menor la proporción de personas en esa condición.
En México, sin embargo, se da la paradoja de que en la población con mayor instrucción académica la prevalencia de adiposidad aumenta, lo cual llama la atención y es probable que se deba a que los mexicanos de estratos socioeconómicos altos “siguen mirando hacia el norte” e imitan prototipos del ciudadano estadounidense promedio, que “no es siempre el más ilustrado”.
De acuerdo con datos epidemiológicos sobre la dieta de la sociedad mexicana está documentado que las bebidas endulzadas son la principal fuente calórica para niños y adultos; en adolescentes el consumo crece, por causa de una alta permisividad y una tendencia a no poner límites a estos excesos.
Si bien aplicar mayores impuestos a refrescos y alimentos de densidad calórica ha resultado en reducción global de la ingesta de calorías, esto no es suficiente y debiera acompañarse de opciones de educación e intervención muy temprana, en especial de ejercicio social integral y de largo aliento para la contención obesogénica.
El especialista en neurociencias integrativas subrayó la importancia de abordar el caso de los jóvenes, en particular en la segunda década de la vida, por ser una etapa aún sensible del neurodesarrollo y una condición poco entendida y atendida. En general, el neurodesarrollo es protegido en los primeros mil días del ser humano: en la vida intrauterina y los tres años posteriores al nacimiento.
La niñez recibe atención, pero con menor ahínco, sin considerar lo que pasa con los adolescentes, quienes atraviesan un periodo de alta vulnerabilidad, “aunque ahora sabemos por las neurociencias que están ocurriendo procesos del neurodesarrollo tan relevantes como los que sucedieron en la vida intrauterina.
“Así como la neurogénesis nos da capacidad en la fase intrauterina para producir suficiente masa encefálica, en la adolescencia ocurren procesos del neurodesarrollo significativos y característicos”, ya que la corteza prefrontal “que nos define como especie termina de madurar entre los 18 y los 21 años”, puntualizó el doctor Pacheco López.
La fina conectividad neuronal de la corteza cerebral resulta de la denominada “poda sináptica”, un fenómeno prioritario para un avance neuronal saludable y, cuando no ocurre, muchas patologías del neurodesarrollo se detonan y propician perturbaciones en la transición hacia la adultez, entre ellas la esquizofrenia, trastornos de la personalidad o conductas de riesgo exacerbadas.
“La poda sináptica cortical hace que a partir de los 18 años empecemos a pensar, concebir el futuro, predecir y hacer conceptualizaciones sobre nuestras acciones, algo que antes no podíamos porque nuestra capacidad neurológica todavía no estaba desarrollada”.
Los efectos negativos de los insultos ambientales en el periodo temprano del neurodesarrollo “nos han convencido de la trascendencia de evitar, tanto el consumo de alcohol como la exposición al tabaco durante el embarazo o por el recién nacido”, no obstante, ¿quién cuida a un adolescente?, ya que los adultos “no somos inmunes a esos insultos”, pero en el neurodesarrollo del adolescente éstos impactan con mayor intensidad y generan daños irreversibles, en muchos casos.
Grupos científicos han documentado la relación entre la adiposidad y la facultad cognitiva, inclusive perturbando volúmenes de estructuras cerebrales en adultos. El proyecto de investigación OBETEEN trabaja en México y Francia para evaluar e identificar las repercusiones de un ambiente obesogénico en el neurodesarrollo de los adolescentes.
Esta iniciativa se apoya en indagación preclínica, en la que se utilizan roedores para entender una serie de mecanismos neurbiológicos que en los humanos no sería éticamente posible ni eficiente, por ejemplo, lo que sucede a los animales experimentales cuando se les impone un medio obesogénico en momentos de su neurodesarrollo.
El profesor de esta casa de estudios participó en la Jornada científica adolescentes, alimentación y cambios globales, convocada por el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y el Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, en la que difundió los avances de OBETEEN.
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