Por: Redacción/
El nuevo reto para la ciencia será encontrar formas de incorporar el conocimiento tradicional y la diversidad cultural a los programas escolares, fundamentales para enfrentar el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad, asegura la doctora Alejandra García Franco, profesora-investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Los más de 60 pueblos originarios –que hablan casi un centenar de lenguas en más de 360 variantes– dan muestra de la vasta riqueza cultural de México al desarrollar formas de convivencia que implican profundos saberes sobre los ciclos de la vida y la predisposición a experimentar, elementos indispensables en el quehacer científico más riguroso.
En el artículo La educación científica en una sociedad pluricultural, la académica del Departamento de Procesos y Tecnología de la Unidad Cuajimalpa cuestiona el escaso vínculo entre los conocimientos tradicionales y la educación científica, que de unirse potenciarían el desarrollo, la competitividad económica y la solución a los problemas del mundo contemporáneo.
Sin embargo, las encuestas de percepción pública acerca de la actividad realizada por los investigadores muestran que ésta sigue ocupando un lugar apartado en la vida cotidiana para la mayor parte de la población, por lo que urge pensar en cambios profundos que bien podrían surgir a partir de la formación científica intercultural.
Por desgracia existe una tensión inherente en la inclusión de los saberes locales o tradicionales en el ámbito escolar, provocada en gran medida por la cultura científica y sus pretensiones de universalidad, la cual sigue manteniendo un papel de superioridad frente al vasto mundo de los conocimientos alternativos, señala la ingeniera química.
La milpa, por ejemplo, es un sistema agropecuario que tiene como actores principales al maíz, el frijol y la calabaza que establecen relaciones simbióticas importantes, por un lado el frijol aporta nitrógeno útil al maíz, la calabaza mantiene la humedad y el maíz da soporte al frijol, su importancia es tal que las comunidades originarias rigen la vida, los ciclos y las fiestas con base en la milpa.
La diversidad de conocimientos y prácticas vinculadas al maíz podrían poner en diálogo contenidos diferentes de la currícula, como la biodiversidad, la nutrición, la reproducción de plantas y la selección artificial y natural, entre muchos otros.
García Franco señala que introducir los conocimientos tradicionales en diálogo con las disciplinas científicas debería ser relevante no sólo para la instrucción de las comunidades de los pueblos originarios, sino también para el resto de los habitantes del país, una práctica de incorporación y fusión del conocimiento promovida también por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Además, la educación científica debería ser la base de los futuros ingenieros, científicos o tecnológicos, pero también debería permitir que los jóvenes miren críticamente a las sociedades y los valores que las sostienen.
Por ello la formación científica intercultural resulta indispensable para plantear una perspectiva que permita la convivencia de diferentes tipos de conocimiento, al mismo tiempo que se atienden las prioridades nacionales que tienen sus raíces en la ciencia y la tecnología contemporáneas, concluye la experta en procesos cognitivos.
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