Por: Redacción/
La desigualdad económica ha sido el detonador del flujo migratorio en las fronteras de América Latina, aunque la división geopolítica entre México y Centroamérica sobresale por la magnitud de la población y por el desarrollo de nexos comerciales, políticos y culturales que la vinculan, sostienen especialistas.
Miguel Ángel Paz Carrasco, coordinador de la organización civil Voces Mesoamericanas, acción con pueblos migrantes; Alejandro Cerda García, profesor-investigador del Departamento de Educación y Comunicación de la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), y Aldo Ledón Pereyra, defensor activo de poblaciones migrantes, explican las particularidades que resaltan la complejidad en el extremo sur del territorio mexicano.
Esa zona se instaló durante el siglo XIX y dividió un territorio que antes formaba parte de una misma jurisdicción, pero desde finales del XX cobró relevancia debido a la atracción que ejercía la dominante economía de Estados Unidos, por lo cual ha funcionado como filtro para la entrada de migrantes al país.
Los autores del artículo Problemática migratoria, condiciones estructurales y políticas gubernamentales sostienen que a diferencia de otras franjas fronterizas latinoamericanas ampliamente transitadas, la división geopolítica entre México y América Central está caracterizada por la magnitud de la población, las relaciones comerciales y los procesos políticos y culturales que la vinculan.
Además los municipios fronterizos poseen mayores similitudes en cuanto a las condiciones de vida, en relación con otras regiones o con los principales centros urbanos de sus respectivos países.
El texto –incluido en la obra Mirar las fronteras desde el sur. Salud y migración en la frontera México-Centroamérica– expone que esa integración se expresa en vínculos comerciales cotidianos, muchas veces no regulados, en los que participan centroamericanos, ya sea cruzando a diario la frontera o por temporadas de varios meses para laborar en las fincas ubicadas en esa franja.
Una expresión más de esa interacción permanente entre los habitantes a ambos lados de la zona limítrofe es que un porcentaje muy alto de guatemaltecos radicados en México reside en alguno de los tres estados fronterizos del sur del país.
El flujo migratorio entre Centroamérica y Estados Unidos y Canadá se ha intensificado, sobre todo a partir de la década de 1990, situación que está relacionada de manera directa con la desigualdad en la distribución de la riqueza global y nacional.
Debido a la condición de indocumentados de casi todos los migrantes que arriban a México por el sur, así como a la necesidad de recurrir a indicadores directos, la magnitud del fenómeno ha sido motivo de cuantificación.
La encuesta sobre el tema en la zona de 2013 aparece como la más confiable, no sólo porque surge de una indagación directa con los migrantes, sino porque involucra tanto a instituciones gubernamentales como académicas.
El corredor migratorio mexicano-centroamericano –que incluye a países considerados predominantemente de origen y a Estados Unidos como destino– se identifica por la disparidad en el Producto Interno Bruto per cápita y si se compara el monto de dicho indicador en dólares se constata que el valor correspondiente a la potencia económica es 3.5 veces mayor que el de México.
Además de la desigualdad entre naciones, en ese corredor migratorio prevalecen la desigualdad y la pobreza al interior, lo que significa que el proceso migratorio está caracterizado por un flujo de personas cuya motivación central es el mejoramiento de las condiciones de vida.
Sin embargo, aunque Estados Unidos representa una oportunidad de logros económicos, la población migrante llega a establecerse en ese país con grandes posibilidades de permanecer en la pobreza.
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