Por: Redacción/
La barbarie cotidiana ha sumido a México en un clima de intranquilidad, suscitado por el Estado en su simulación por “investigar” cruentos fenómenos como los feminicidios de Ciudad Juárez, las decapitaciones producto de la guerra contra el narcotráfico o la desaparición forzada de personas, señaló el maestro Ezequiel Maldonado López, profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
El académico del Departamento de Humanidades de la Unidad Azcapotzalco dijo que a lo largo de décadas el gobierno mexicano ha protegido a asesinos y a quienes los patrocinan cuantas veces han sido necesarias, con lo que ha creado una violencia desmedida a sangre y fuego bajo el control de la más alta cúpula del poder.
El doctor Maldonado López da cuenta de tres obras de Sergio González Rodríguez: Huesos en el Desierto, El hombre sin cabeza y Los 43 de Iguala: México verdad y reto de los estudiantes desaparecidos, en las que están presentes los grados más severos de ese fenómeno en el país.
A partir de estos tres libros coincide en que a mayor violencia, el Estado invierte en un mayor número de cuerpos de seguridad, situación que atemoriza a los ciudadanos comunes.
Durante el Foro de discusión académica sobre la violencia como problema de análisis multidisciplinario, realizado en la Galería Metropolitana de la UAM, se reunió un grupo multidisciplinario de especialistas para profundizar desde diferentes enfoques en una perspectiva detallada de las expresiones de ese problema en el México pos revolucionario y contemporáneo.
El maestro Tomás Bernal Alanís compartió un estudio del modelo carcelario a través del tiempo y sus diferentes fracasos, en el que analiza la evolución de la condena, el castigo y el modelo penitenciario a partir de que México asume como propio el modelo económico del liberalismo centrado en el libre mercado y en la exacerbación del individualismo.
Varias décadas atrás no existía el concepto de “privación de la libertad” y hablar de pena perpetua no exigía más allá de cinco años de castigo, en los que la pena significaba pagar con trabajos forzados en minería u obra pública de alcantarillado, alumbrado o limpieza de calles, sostuvo el académico del Departamento de Humanidades de la Unidad Azcapotzalco.
A partir de la visión liberalista, la tarea central de vigilar y castigar tomó su mayor forma de expresión con el modelo panóptico de prisión, en el que una torre central controla la vida y la privacidad de los reos, un modelo caduco que ha intentado sustituirse por el sistema penitenciario que propicia la reinserción y la regeneración a partir de la educación y el trabajo.
La doctora Guadalupe Ríos de la Torre, profesora-investigadora del citado Departamento, refirió que en los primeros años de la Revolución Mexicana la prostitución fue para muchas mujeres la única forma real de subsistencia e independencia económica.
Debido a que ese oficio ponía en peligro su salud, eran atendidas de enfermedades venéreas en el Hospital Morelos, donde se les asignaba una clasificación a las prostitutas respecto del lugar para el que trabajaran, imponiendo una cuota que iba desde pagar una cifra en efectivo hasta orillar a aquellas de menores recursos a auxiliar a las de mayor rango en labores de limpieza, estética o cocina.
A partir del Archivo de la Secretaría de Salud, la doctora Ríos de la Torre cuenta la historia del Pabellón de las distinguidas, en el que se atendía a las prostitutas de mayor jerarquía con privilegios tales como una mejor alimentación o dotarles de colchón y sábanas propias que el resto no tenía.
Aquellas de rangos menores fueron utilizadas en la experimentación médica con la aplicación de polvos de permanganato que se empleaban para el control de enfermedades venéreas, pero que también provocaban quemaduras en sus genitales.
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