Por: Redacción/
El mundo está caracterizado por el gran avance tecnológico, pero también por grandes desequilibrios en términos de ingreso, distribución de riqueza, derechos y libertades, por lo que la economía también tiene que lidiar con la ética, sostiene la doctora María Pastora Novoa Portela, investigadora del Departamento de Economía de la Unidad Azcapotzalco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
La avaricia o acumulación insaciable de riqueza no es un rasgo occidental ni ocasional del sistema capitalista, sino su propio leitmotiv, y bajo sus leyes los propietarios se vuelven codiciosos, por lo que “no observamos otra cosa que una constante e imparable concentración de bienes en pocas manos e infinitas pobreza y desigualdad que se extienden por todo el planeta”.
En el artículo Crisis económica, cuestionamiento ético al capital, explica que es un error teórico presentar la avaricia como causa de la crisis financiera actual, cuando es un rasgo sustancial del capitalismo presente en toda su historia.
La acumulación es la clave para entender la intensa producción de dicho rasgo y la obtención constante de excedente es una condición sine qua non para hablar de abundancia, es decir, acceder a lo prometido por la ideología del capital, paraíso terrenal de las propiedades sin fin.
La doctora Novoa Portela asevera que la regla de oro del capitalismo es producir más con el mismo costo para tener las máximas ganancias y, de esta forma, todo lo que el sistema toque lo transforma en mercancía, incluso al ser humano.
Para lograr este objetivo, no importa que los trabajadores obtengan salarios de hambre, o que trabajen más horas o, incluso, reemplazar a humanos por robots y tener que despedir a millones de trabajadores.
En la investigación publicada en el libro Ética y capitalismo: una mirada crítica en el siglo XXI, editado por la Unidad Azcapotzalco de la UAM, se observa que la débil recuperación de la economía mundial ha fracasado en generar una mejora en los mercados laborales, como lo demuestra el desempleo de 202 millones de personas a nivel global, muchos de ellos jóvenes, con lo que un gran número de potenciales trabajadores permanece fuera del mercado laboral.
Desde su perspectiva, los capitalistas, a través de los medios de comunicación y la educación, convierten a los seres humanos en entes con deseos insaciables de una forma mezquina de entender la riqueza que amenaza con la destrucción del medio ambiente y de una vida libre, al mismo tiempo que jura libertad.
Por eso, el ser humano imbuido por la avaricia se convierte en una máquina de hacer dinero, a quien deja de importarle la forma de obtenerlo, renunciando incluso a principios morales para lograrlo.
La consecuencia “es el mundo asimétrico en el que vivimos, en donde el uno por ciento más rico disfruta de 57 por ciento de los ingresos, mientras que al 80 por ciento más pobre sólo le corresponde 16 por ciento de la riqueza, según el informe del Comité de Oxford para ayudar a la hambruna (OXFAM, por sus siglas en inglés). La materialización de esta dinámica se traduce en un clima de violencia agudizado y en situaciones de crisis.
La doctora Novoa Portela concluye que la violencia sistemática fundamental del capitalismo, mucho más extraña que cualquier intimidación directa socio-ideológica precapitalista, ya no es atribuible a los individuos concretos y sus malvadas intenciones, sino que es puramente objetiva, sistémica y anónima.
El discurso del capital desarticula el sentido y diluye visiones del mundo mientras naturaliza el individualismo y la competencia feroz de todos contra todos (donde sólo hay triunfadores y perdedores), por eso el capitalismo acarrea una crisis de sentido e identidad que alimenta el fundamentalismo intolerante que genera a su vez violencia.
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