Por: María Manuela de la Rosa Aguilar/
Hace semanas que venimos señalando el riesgo multinacional que representa la pandemia del Covid-19, no sólo para la salud, sino para la seguridad misma del planeta. No es un tema menor, puesto que ha escalado a niveles insospechados y vemos ahora un planeta casi paralizado por un enemigo invisible, silencioso y letal.
Suman ya más de un millón de contagiados en el mundo, cuando hace una semana eran menos de 200,000. Así que en una semana aumentaron el 500 % los contagiados.
Ya son más de 60,000 muertos y hace una semana no llegaban a los 20,000, o sea que aumentaron el 300 %.
Apenas hace una semana el virus había llegado a 172 países, hoy ha logrado expandirse por todo el globo. Y de seguir esta tendencia, los números serán aterradores.
Los miles de víctimas se suman cada día. Las actividades educativas, culturales, deportivas, económicas, productivas, etc., están detenidas. La industria colapsa, la economía también: se estima que habrá un decrecimiento entre el 0.7 % y 4 %, lo cual seguramente es una cifra muy conservadora, porque no se ha podido detener eficazmente la pandemia.
Los organismos internacionales alertan, los gobiernos ordenan a sus ciudadanos recluirse, los médicos y enfermeras trabajan sin tregua, con equipo deficiente, sin medicamentos efectivos, porque no los hay. Y comienzan las bajas de médicos, por contagios y lo peor, por decesos.
Las fuerzas armadas han sido destinadas a proporcionar seguridad y a colaborar en misiones específicas que les han señalado los gobernantes; pero lo cierto es que existe un temor mal fundado en el estigma de los militares; se teme que esta gran capacidad de organización se desvíe en el uso de la fuerza. Pero no nos engañemos, no temen que la población pueda sufrir a causa de ello; no, el apego al poder es tan ciego, que no dilucidan que prácticamente el mundo cuenta con ejércitos preparados para enfrentar contingencias. El ejército mexicano es un caso paradigmático, pues a lo largo de décadas ha demostrado su gran capacidad ante la adversidad, no para distraerse con la apetencia del poder, sino para ayudar a sus compatriotas y solventar la crisis. Así lo hemos visto en erupciones de volcanes, en el combate a incendios, en terremotos… Lo vemos ahora en tareas de seguridad interior, que no les corresponden, resistiendo estoicamente humillaciones de delincuentes, que con la certeza mil veces confirmada de impunidad, se atreven a utilizar armamento de guerra contra militares, porque tienen órdenes estrictas de no responder a los ataques y la disciplina obliga a la obediencia. No, no se termina soluciona el problema de la seguridad por falta de capacidad, como tampoco se solventa la crisis por falta de voluntad. Aunque ya se les impuso la tarea, las fuerzas armadas siguen contenidas.
El caso no sólo es de México, pues otros países también han destinado a las tropas para colaborar en el control de la pandemia, pero igual, su intervención es limitada.
No se quiere ver que estamos ante una verdadera guerra, no convencional, por supuesto, pues es un nuevo concepto de ataque contra la seguridad, ahora interior y nacional. El enemigo no puede verse, es una guerra irregular, pero no contra guerrillas, sino con ese silencioso enemigo que día a día se extiende, dejando a su paso muerte y desolación.
¿Qué esperan los jefes de estado para actuar? Se requiere un consenso inmediato. Ahí están los instrumentos, las Naciones Unidas, la OTAN, las organizaciones internacionales, no sólo la OMS, que en esta crisis se ha mostrado más que cauta, rebasada y apabullada.
Se requiere el concierto de las naciones para establecer políticas públicas globales que hagan frente a este enemigo; se necesita la capacidad de las fuerzas armadas para luchar y ganar la guerra. No toman en cuenta que su disciplina y alto nivel de organización puede hacer la diferencia. Y para ello no se requieren las armas convencionales, sino el liderazgo operativo de que son capaces, para organizar a la sociedad, los sistemas de salud, para que la economía, la industria primaria, secundaria y terciaria siga su curso y el mundo no colapse.
Ahí están los instrumentos internacionales, los convenios, las instituciones, la diplomacia, el derecho internacional. Sólo falta la voluntad de verdaderos estadistas. Las condiciones están dadas. Esperemos no sea demasiado tarde, porque el mundo en realidad está en peligro.
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